martes, 1 de agosto de 2023

Dos chicas


Las semanas siguientes al trío que hicieron con el ciclista fueron un tanto raras entre Alicia y Alejo. No es que alguno de los dos estuviera incómodo con el asunto, pero parecía que ambos eludían hablar del tema. Tal y como había predicho ella, aquel paso que dieron al permitir la entrada de un extraño en su sexualidad no fue nada fácil. Aunque no lo manifestaban abiertamente, había ciertos recelos entre ellos y la situación era un poco tensa. Alejo pensaba que a ella le gustaba más el ciclista, aunque solo fuera por el tamaño de su pene, y Alicia creía que él estaba dolido o molesto por haber disfrutado con otro hombre que no fuera él. Era una situación absurda, ya que en realidad los dos habían disfrutado a rabiar de aquel encuentro, habían aprendido mucho de la experiencia, y habían abierto la puerta a nuevas formas de ver y entender la sexualidad. El problema era solo que no se atrevían a dar el siguiente paso, y ambos estaban como a la expectativa.

Hubieron de transcurrir dos o tres semanas más desde el dichoso encuentro para que se decidieran a poner remedio a la situación. La buena sintonía que siempre habían tenido entre ellos, especialmente la que reinaba en la cama, se estaba deteriorando poco a poco. Y eso, Alicia no lo soportaba. A veces se sentía culpable y quería ir corriendo a los brazos de su chico a pedirle perdón y a rogarle que todo volviera a la normalidad. En otras ocasiones, se enfurecía porque consideraba que ninguno de los dos había hecho nada malo, y que tan incómoda situación tenía que terminarse cuanto antes. No habían vuelto a hacer el amor desde entonces, y cuando se acostaban en la cama, era solo para descansar. Ni siquiera se buscaban mutuamente para dormir abrazados o simplemente para tocarse y sentir el contacto, el calor y la presencia del otro.

Fue la propia Alicia la que no pudo soportar por más tiempo la tensa calma reinante entre ellos, y decidió que esa misma noche pondría fin al problema. Tajantemente si fuera necesario. Con cierta alevosía, y hasta un poco de mala intención, cogió su móvil y le envió un escueto mensaje a través de Whatsapp:

“¡Tenemos que hablar!”

Fue todo lo que escribió. Cuando Alejo abrió y leyó el mensaje, un escalofrío recorrió su espalda seguido de un incómodo malestar y un nerviosismo acentuado por una desagradable sensación de sudor frío. No había que pensar mucho para saber que aquel mensaje no transmitía buenas nuevas. Él sabía perfectamente que cuando ella le decía, “tenemos que hablar” algo no iba bien. Enseguida achacó el problema al dichoso encuentro con el ciclista, y se echó la culpa a sí mismo por haber permitido semejante estupidez. Su chica era solo suya, y no había necesidad de compartirla con nadie. No era una cuestión de machismo ni de sentirse dueño de ella, ni mucho menos, pero pensaba que las relaciones de pareja eran precisamente eso, cosa de dos, y que cualquier intromisión o interferencia entre dos personas solo podía traer problemas. Ahora lo comprendía bien. Se lamentó amargamente, y se fue haciendo a la idea de que probablemente, esa misma noche, su relación con Alicia se podía ir al traste por culpa de una estúpida noche.

El resto del día lo pasó bastante angustiado, apesadumbrado y afligido. Deambulaba en el trabajo de un sitio a otro sin poder concentrarse en sus cometidos. Hasta sus superiores se vieron en la necesidad de llamarle la atención ante su ausencia mental durante las reuniones de producción. Estaba, pero no estaba. Alicia, por el contrario, estaba toda excitada e impaciente porque llegara la noche ya que, aquello que quería “hablar” con su chico, lo estaba deseando desde el mismo día que se despidieron del ciclista. Necesitaba demostrarle que, a pesar de la experiencia vivida, para ella, él era la persona más importante del mundo y, por supuesto, a quien más quería.

Por sus horarios, ella era la primera en llegar a casa habitualmente y, aunque solía esperarle para cenar juntos y hacer un poco de vida de pareja en el sofá viendo alguna peli, aquella noche decidió que su plan necesitaba hacer las cosas de otra forma. Sabía que su mensaje había sido un torpedo lanzado en plena línea de flotación de su chico, pero se regocijaba en el hecho de que el daño infligido pronto quedaría reparado. Se bañó, se depiló a conciencia, se perfumó, y esperó a que él entrara por la puerta para poner en práctica su plan. Cuando escuchó la llave introducirse en la cerradura de la puerta de casa, corrió a meterse en el baño que tenían dentro del dormitorio, y se aseguró de dejar una pequeña rendija de la puerta entreabierta.

Alejó entró, dejó las llaves y la chaqueta en el recibidor, como era su costumbre, y se adentró en la vivienda en busca de Alicia para saludar y obtener el beso que siempre se daban cuando se veían al final del día.

―¿Cari? ―preguntó alzando levemente la voz y tratando de parecer inmune al daño que llevaba por dentro―. ¡Ya estoy en casa!

―¡Estoy en el baño! ―gritó Alicia desde el dormitorio, al fondo del pasillo.

Alejo encaminó sus pasos lentamente en aquella dirección para ir a buscar su beso y saludar a su amada. Cuando atravesó el umbral del dormitorio, vio la rendija de la puerta del baño y la luz en su interior, pero justo en ese momento, Alicia abrió de par en par, y sin más saludo ni cortesía le espetó:

―En la cocina tienes la cena.

Tras la breve bienvenida, dio un portazo y dejó a su chico más confuso y descolocado de lo que ya venía. Estaba claro que ese no era el momento de “hablar”. Aún así, se aproximó a la puerta y dio unos leves toques con los nudillos acercando su cara al quicio.

―¿Cari, estás bien? ―preguntó.

―¡Perfectamente! ―se oyó enérgicamente desde el otro lado de la puerta. Claramente aparentaba estar enfadada.

Alejo giró el picaporte para entrar, pero Alicia había pasado el cerrojo y la puerta no se abrió.

―¡Estoy ocupada! ―gritó ella desde el otro lado―. Luego hablamos.

Abatido, Alejó desanduvo sus pasos hacia la cocina. Preveía una noche larga y tensa, así que al menos trataría de cenar algo para afrontarla con algo en el estómago, a pesar de que estaba completamente inapetente. Cuando llegó a la cocina se deprimió aún más. Sobre la mesa, sin mantel y sin cubiertos, le esperaba una simple y triste tortilla francesa. Y a juzgar por la temperatura que tenía, había sido hecha hacía más de una hora, por lo que era de todo menos apetecible. Aún así, la metió unos segundos en el micro y rebuscó un tomate en la nevera. Lo aliñó con un poco de aceite y sal, cogió un mendrugo de pan, y se sentó en silencio a cenar en soledad. Mientras lo hacía, su cabeza no paraba de darle vueltas a todo lo que les había pasado durante las últimas semanas, y no acertaba a comprender qué podía haber hecho mal para que todo se fuera al traste. Él solo quiso ser complaciente con Alicia, y simplemente accedió a sus peticiones. Fue ella la que quiso hacer el trío con el ciclista, y él se limitó a no poner trabas ni impedimentos. Si ella era feliz con eso, él lo sería también.

Terminó de cenar, recogió los pocos cacharros que había usado y manchado, y se dirigió de nuevo al dormitorio decidido a enfrentarse a cualquier cosa que ella quisiera echarle en cara. Pero para su sorpresa, al llegar a la habitación, se encontró la luz apagada, también la del baño, y a Alicia ya acostada. Ni siquiera tenía el televisor encendido, que ella usaba generalmente para conciliar el sueño. Todo aquello le descolocó un poco, pero tampoco sería él el que iniciara una discusión, así que, si a ella le apetecía dormir y dejar su conversación pendiente para otro momento, así sería. Volvió de nuevo hacia el salón y realizó la rutina que siempre hacía desde que vivían juntos. Comprobó todas las puertas y ventanas, se aseguró de que en la cocina no quedara ningún fuego de la vitro encendido ni ningún otro electrodoméstico en marcha, fue apagando luces por toda la casa y, finalmente, regresó al dormitorio. Una vez allí, y sin hacer ruido para respetar el sueño de Alicia, se metió en el baño, cerró la puerta cuidadosamente, y se dispuso a ducharse como hacía todas las noches antes de acostarse. Pensó que quizá, una vez en la cama, fuera ella la que iniciara la discusión. Sería lo que ella quisiera. Él no tenía ganas de nada.

Terminado su aseo personal, y recogido el baño y la ropa sucia, se encaminó hacia la cama y, sin hacer ruido ni movimientos violentos para que ella no se despertara, se deslizó lentamente bajo las sábanas. Supuso que el horno no estaría para muchos bollos con Alicia, así que, en lugar de arrimarse hacia ella, darle el beso de buenas noches y abrazarla, como casi siempre hacía, se quedó en su lado de la cama, dándole la espalda, y suspiró hondamente como para prepararse a dormir. Mañana sería otro día.

Sin embargo, pronto cambiaron las cosas radicalmente para sorpresa de Alejo. Al sentirle a su lado, Alicia, que ya se había quedado un poco adormilada, puso en práctica su maquinado plan. Se giró hacia él, le buscó entre las sábanas, se pegó como una lapa a su espalda, y lo abrazó tierna pero fuertemente. Le besó la nuca con dulzura y rebuscó con su mano por debajo de la camisola del pijama hasta encontrar primero su plano y firme vientre, y luego su pecho. A ella le encantaba enredar sus dedos en los pelillos pectorales de Alejo, y la mayoría de las noches que no tenían sexo, se quedaba dormida acariciando el velloso pecho de su hombre.

Pero aquella noche sí que habría sexo. Alicia lo quería y él no se podría negar a ello. Nunca podía. Tras las suaves caricias en las tetillas, que Alejo interpretó solamente como una rutina para que ella se quedara dormida, Alicia encaramó una de sus piernas por encima de la cadera de él. Aquello ya no era el típico movimiento de preparación para dormir. Alicia quería follar. Aún así, se quedó inmóvil y a la expectativa para ver qué sucedía. En su cabeza aún se atormentaba por el dichoso mensaje que tantas horas atrás hubiera recibido, y que no le había permitido concentrarse en nada más. Por supuesto, tan pronto como sintió la pierna de Alicia encima, su miembro viril respondió de forma casi automática, obsequiándole con una tremenda erección imposible de ocultar, aunque lo hubiese intentado.

Los toqueteos de Alicia por el pecho pronto bajaron hacia el estómago y el vientre y, sin muchos más preámbulos, sus dedos buscaron el punto débil del elástico del pantaloncito del pijama, y directamente fueron a parar a los testículos de Alejo, agarrándolos con firmeza y con cierta presión, pero sin lastimarle. Tras los ovalados apéndices, Alicia dio buena cuenta del pene, agarrándolo en toda su longitud con la mano y comprobando que estaba firme y rígido como un palo. Justo como a ella le gustaba. Sin soltar el miembro, Alicia mordió a Alejo en un hombro, suavemente, pero con la suficiente fuerza como para hacerle saber que esa noche ella sería la que estaba al mando de todo. Él se estremeció al sentir la dentellada al mismo tiempo que la mano le aprisionaba el sexo. Se lo apretaba también con cierta fuerza mientras lo recorría arriba y abajo lentamente. La excitación de Alejo y la presión de la mano y su movimiento de avance y retroceso, descubriendo y recubriendo la cabeza del pene cada vez, pronto lograron que Alicia obtuviera lo que buscaba. Por el orificio del glande asomaron las primeras gotas de líquido preseminal. Alicia las recogió con sus dedos índice y pulgar. Distribuyó y esparció el lubricante por las yemas de ambos dedos, y luego los llevó hasta la nariz de Alejo.

―¿Hueles esto, cari? ―preguntó ella toda excitada.

Alejo solo pudo gemir un poco.

―Lo quiero en mi boca ―continuó Alicia―. Y lo quiero ya.

Luego le metió los dos dedos en la boca para que él mismo saborease sus propios fluidos. Alejo comenzó a girar sobre sí mismo para que su cuerpo quedara enfrentado al de Alicia. Quería besarla y mirarla a los ojos con la poca luz que iluminaba tenuemente la habitación por las rendijas entreabiertas de la persiana. Pero Alicia no le dio muchas opciones. Tan pronto como él estuvo boca arriba en la cama, se encaramó encima de él, sentándose a horcajadas sobre su abultada entrepierna. Se deshizo de un manotazo de las sábanas, enviándolas hacia los pies de la cama, y comenzó a comerle la boca con besos de forma urgente y apasionada. El resto vino todo más o menos rodado y como era de esperar. Sin despegar los labios de los de su amante, arrancó más que desabrochó los botones de la camisa del pijama de Alejo y, cuando tuvo su pecho accesible y al descubierto, lo estrujó, primero con sus manos, y luego comenzó a lamerlo y a recorrerlo con la lengua por toda su extensión, como recogiendo imaginariamente un líquido que se hubiera esparcido sobre él.

Los lametones y lenguaradas pronto se encaminaron hacia el sur, y casi tan pronto como llegó al ombligo, directamente agarró con las manos el elástico del pantalón del pijama y tiró de él hacia abajo, dejándole con apenas un par de certeros y calculados movimientos completamente desnudo y a su total disposición. El pene de Alejo se ofreció entonces en su máximo apogeo, erecto, grueso, apretado, macizo y desafiante. Alicia le dedicó una sutil mirada a los ojos y, sin más dilación, se arrodilló entre sus piernas abiertas y comenzó a hacerle una agresiva felación. En realidad, no buscaba una sesión larga de amor y sensualidad ni esmerarse en muchos preliminares. Quería ir directa al grano. Ella solo deseaba zanjar las semanas de abstinencia desde la última vez que lo hicieron (en casa del ciclista), y desquitarse de todos los impedimentos y trabas mentales que desde entonces ambos habían sufrido. Ella quería volver a hacer un trío cuanto antes, y para ello necesitaba curar primero la herida de la desconfianza que se había instalado entre ellos.

Succionó con fuerza y agresividad el pene y usó ambas manos para acompañar la labor de su boca. Con la diestra masturbaba arriba y abajo el miembro hasta casi golpear con violencia en el pubis, y con la zurda le masajeaba los testículos primero y se los retorcía y estiraba después, haciendo que cuando una mano subía, la otra bajaba, como queriendo dar de sí todo el conjunto genital. Alejo se dejó hacer a pesar de que en algunas ocasiones le hacía un poco de daño. Generalmente ella era muy cuidadosa en sus juegos amatorios, especialmente en los preliminares, y ponía especial atención en proporcionar más placer que dolor, pero ese día ella estaba muy excitada, tenía mucha urgencia y deseaba obtener su objetivo cuanto antes. No era día para muchos “calentamientos”. Los estiramientos de los testículos en alguna ocasión fueron algo excesivos y Alejo no pudo por menos que hacer algún acto reflejo, encogiéndose un poco como para protegerse, pero rápidamente Alicia le hacía ver que no tenía permiso para hacerlo. Le mordía el tronco del miembro con los incisivos al tiempo que el glande apoyaba contra su campanilla, y a Alejo no le quedaba más remedio que aguantarse y seguir soportando tan maravilloso castigo. La mezcla de dolor y placer también era algo novedoso para él, y contribuyó en gran medida a mantener sus niveles de excitación.

La tarea de Alicia se prolongó durante algunos minutos más, pero pronto supo que él se correría sin poder evitarlo. Era demasiada la velocidad que imprimía a la felación y a la masturbación, y ese ritmo no permitiría que él aguantara mucho tiempo. Tampoco lo quería. Ella solo deseaba que se corriera y punto. Alejo comenzó a avisar de que estaba a punto. En un par de ocasiones levantó las piernas, su cabeza comenzó a moverse erráticamente hacia los lados, sus gemidos y resoplidos aumentaron en intensidad y sonoridad. Trató sin mucho éxito de sujetar con las manos la cabeza de Alicia para pedir que dejara de chupársela o se correría en su boca. Alicia le dio un fuerte manotazo y le propinó un nuevo mordisco, lo que Alejo interpretó inmediatamente como un permiso expreso para eyacular en su boca. Y si ella lo deseaba, él no tenía nada que objetar al respecto.

Alicia se aplicó en los últimos segundos con mayor ahínco y, sin soltar los testículos ni el pene, ni sacar el glande de su boca, succionó con toda la fuerza que era capaz de producir y aumentó la velocidad con la que la mano derecha masturbaba a su chico. Apenas diez segundos después, Alejo tensó su cuerpo entero, abrió las piernas todo lo que pudo y comenzó a eyacular en el interior de la boca de Alicia mientras ella seguía implacable con el movimiento de su mano arriba y abajo. No retiró su boca ni un solo milímetro, y tampoco dejó de hacer el vacío alrededor del champiñón, por lo que todo el semen que brotaba por el orificio de Alejo quedaba irremediablemente atrapado dentro de la boca. Alicia mantuvo cerrados los ojos y continuó masturbando el pene, aunque ya un poco más suavemente, mientras nuevos chorros de esperma continuaban llenando su boca poco a poco. Ella sentía y disfrutaba como nunca el caliente, espeso y viscoso fluido acariciar su lengua y su paladar. Cuando la rigidez y la dureza del miembro comenzaron a ceder ligeramente, pudo incluso agachar más la cabeza e introducirse, sin liberar la succión aún, todo el miembro en la boca, llegando con su labio inferior hasta los mismos testículos y con la nariz hasta apoyarla sobre el pubis de Alejo. Cuando el pene finalmente quedó flácido y prácticamente flotando en su propio semen, Alicia comenzó a retirarse hacia atrás sin deshacer el vacío aún. Lo hizo ya mirando a los ojos a su chico, quien no podía hacer otra cosa que estar totalmente agradecido por lo que acababa de hacerle. Cuando el resalte del glande comenzó a asomar entre los labios de Alicia, ella se permitió el lujo de regalarle un último detalle. Endureció la punta de la lengua, y con ella comenzó a rozar y a presionar bajo el frenillo y rodear en suaves círculos todo el glande. Con lo sensibilizada que tenía la cabeza del pene por la agresividad de la felación, y con la mezcla de saliva, líquido preseminal y el propio semen expulsado, la sensación de alivio y bienestar producida por el pequeño masaje lingual fue maravillosa. Alejo sintió un gran escalofrío recorrer todo su cuerpo, desde la punta de los dedos de los pies hasta la nuca. Luego solo pudo emitir un placentero gemido acompañado de un gran suspiro.

Cuando por fin Alicia liberó el pene y pudo volver a juntar sus labios, mantuvo todo el contenido dentro de su boca y comenzó a gatear hacia arriba para colocarse frente a frente y a la misma altura que Alejo. Él supuso que querría hacer algo novedoso a la vista de sus últimos cambios de actitud en lo que a juegos sexuales se refería. Y dada la posición en la que estaban, pensó que no había muchas posibilidades distintas a recibir un beso de ella e intercambiar y saborear el fruto extraído de su propia excitación. No es que le agradara especialmente recibir en la boca su propio semen, pero si ella era capaz de hacerlo, e incluso tragarlo, como lo había demostrado en casa del ciclista, a él no le quedaría más remedio que aceptarlo igualmente. No hacerlo sería injusto y egoísta por su parte, así que se preparó para aceptar cualquier cosa que ella quisiera proponerle. Seguro que le parecería repulsivo la primera vez, pero si se lo pedía, lo haría por ella.

Pero para sorpresa suya, las cosas no sucedieron como él pensaba. Alicia sí que fue a buscar un beso. Y, de hecho, posó los labios sobre los suyos. Él inmediatamente los sintió húmedos, viscosos y un poco salados. Se quedó a la expectativa por si ella le demandaba abrir la boca para recibir su propia carga, pero eso no sucedió. En su lugar, Alicia mantuvo los labios sellados, unidos a los suyos, y permaneció inmóvil, sin hacer otra cosa que mirarle fijamente a los ojos y sonreírle pícaramente. Transcurridos unos segundos, que a Alejo se le hicieron eternos, Alicia tragó todo el semen que hasta ese momento había almacenado en su boca. Lo hizo lentamente y sin dejar de mirar directamente a los ojos de Alejo, dejando que el viscoso y espeso néctar se deslizara trabajosamente por su garganta y produciendo un ligero pero estimulante ardor en su recorrido hacia el estómago. Cuando finalmente hubo vaciado su boca por completo, entonces sí demandó un beso más profundo y sensual de su chico. Le introdujo la lengua todo lo que pudo en la boca, y Alejo no solo no se negó, sino que le pareció bien y hasta le gustó la sensación de poder disfrutar de los restos de su propia esencia. Quizá el líquido entero le habría costado algo más digerirlo (sobre todo mentalmente), pero los restos diluidos, los sabores y el tacto resbaladizo y salino de los labios y la lengua de Alicia sí los recibió de buen grado. Nunca antes había probado el sabor de su propio semen, y hacerlo desde los labios de la persona a la que amaba le gustó mucho. Alicia sonrió pícaramente sin dejar de mirarle a los ojos y le dijo:

―Mañana viene mi hermana a hacer el trío. Buenas noches, amor.

A Alejo no le dio tiempo ni a sorprenderse. Los ojos se le pusieron como platos, pero no pudo reaccionar de ninguna forma. Alicia se bajó de encima de él y se colocó en su lado de la cama, acomodándose como ella solía dormir habitualmente, de lado y ofreciendo su espalda para ser abrazada. Luego, se dispuso a descansar y dejó al pobre Alejo totalmente descolocado y desorientado. Tan pronto como estuvo de lado y Alejo perdió la posibilidad de ver su cara, Alicia no pudo evitar esbozar una maliciosa sonrisa. Había logrado su objetivo múltiple; tener sexo de nuevo con tu chico, diluir la tensión acumulada de las últimas semanas, y preparar a Alejo para el trío que iban desarrollar al día siguiente con su hermana. Todo en un solo acto, una felación que además ella había disfrutado como nunca.

Alejo tardó unos minutos en reponerse del shock físico y emocional que había recibido. El sexo con Alicia siempre era placentero, pero lo que les estaba ocurriendo desde la experiencia con el ciclista estaba superando todas sus expectativas: sexo con terceras personas, poder terminar sus orgasmos eyaculando en la boca de Alicia, soñar con su cuñada, y quién sabe cuantas cosas más le podría deparar la nueva etapa de liberación sexual de su novia. Estaba disfrutando de una nueva forma de hacer las cosas en su relación de pareja, y su vida sexual había dado un inesperado pero maravilloso giro de ciento ochenta grados. Cuando por fin pudo reaccionar, asimilar todo lo ocurrido y procesar el último mensaje acerca de su cuñada, buscó y ordenó las sábanas que habían quedado hechas un gurruño a los pies de la cama, las echó hacia delante para taparse él y a Alicia también y, en la posición de la cucharita, abrazados, se quedaron los dos quietos, tranquilos y relajados. Felices.

Tardó algunos minutos en conciliar el sueño. Alicia le había proporcionado algo demasiado importante en lo que pensar, pero finalmente el cansancio pudo con él a pesar del nerviosismo y la excitación, y terminó por quedarse profundamente dormido. Y durmió toda la noche como un bebé, sin apenas moverse de la posición en la que se quedó.

Al día siguiente Alicia madrugaba más que él, por lo que cuando él despertó y quiso ir a desayunar, ella ya no estaba en casa. Acudió a la cocina para prepararse el desayuno y, sobre la encimera, junto al microondas, encontró una sencilla nota manuscrita en la que se leía un simple “te quiero”. La leyó sonriendo mientras hacía café como un autómata, tratando de dilucidar cómo se desarrollaría la noche que se le avecinaba en compañía de su novia y su cuñada. Hasta la erección matutina, que ya había remitido hacía un rato, acudió de nuevo a su pijama. Habían estado los tres a solas muchas veces y en muy diversas situaciones, pero nunca metidos en una misma cama. Ignoraba cómo Alicia habría conseguido convencer a su hermana para hacer lo que iban a hacer, pero tampoco quiso darle demasiadas vueltas al asunto. El caso es que la noche se presentaba muy prometedora, y eso era lo importante. Simplemente se limitaría a disfrutar al máximo de lo que tuviera que surgir. Si la experiencia con el ciclista fue sublime, no quería ni pensar cómo sería cumplir con su sueño de toda la vida, hacerlo con dos mujeres a la vez. Y encima con las dos mujeres con las que lo iba a hacer.

Terminó de desayunar, cumplió con las tareas que tenía encomendadas en la casa, y luego se vistió y se arregló. Finalmente se marchó a trabajar. No pudo prestar demasiada atención a prácticamente nada de lo que tenía que hacer en su trabajo. Hiciera lo que hiciera, en su cabeza solo veía y se imaginaba los cuerpos desnudos de las dos mujeres que esa misma noche harían posible su fantasía. El día se le hizo muy largo y pesado. Trató de imaginar cómo debería conducir la situación en la cama. Pero por más que lo pensaba, ignoraba si debía dejarse guiar y manejar por las chicas o, si por el contrario, y puesto que se trataba de su fantasía personal, llevar la voz cantante y ser él quien dirigiera la forma en la que debían desarrollarse las cosas. Pero como pensara lo que pensara no podía concentrarse en nada, al final optó por tratar de no obsesionarse con ello e intentar hacer su trabajo lo mejor posible. Por su horario, y también por el de Alicia y el de su hermana, ellas llegarían a casa antes que él, de modo que cuando llegara, probablemente se encontraría casi todo preparado, o al menos medio en marcha. Y así fue. Cuando su jornada finalmente tocó a su fin, cogió su moto y puso rumbo casa. A veces se entretenía tomando alguna cerveza con amigos o con algún compañero de la oficina. Pero precisamente ese día no le interesaba perder el más mínimo tiempo. Rechazó las dos o tres ofertas que recibió de sus amigos para tomar algo, y apenas diez minutos después de abandonar la oficina entraba por la puerta de casa. Entró con cierto miedo y como a la expectativa sobre lo que se encontraría. Pero le he echó valor, y finalmente cruzó el umbral y cerró la puerta principal a sus espaldas. Ya dentro, gritó enérgicamente un “ya estoy en casa”, anunciando a las chicas su llegada.

―Estamos en el comedor, cari ―escuchó la voz de Alicia desde la estancia principal de la casa.

Se encaminó hacia allí y, al entrar en la sala, encontró a las dos hermanas sentadas frente a frente en el sofá y charlando tranquila y amigablemente. Se acercó hasta a Alicia y le dio un pico en los labios, como acostumbra a hacer todos los días al llegar a casa. También saludó a su cuñada con un cariñoso “Hola Almudena. ¿Cómo estás?” y un casto beso en la mejilla, que ella recibió sonriendo.

La situación era un poco tensa, porque los tres sabían la razón por la que estaban allí, pero ninguno se atrevía a hablar del asunto. Finalmente, y para no dar al traste con toda la situación, fue la propia Alicia la que se decidió a ir al grano y dejar las cosas claras desde el principio. Dio unas leves palmaditas con la mano en el lugar del sofá que había libre entre Almudena y ella, y le invitó a sentarse.

―Siéntate, cari ―dijo ella.

Alejo obedeció y se sentó entre las dos hermanas un tanto avergonzado. Se sentía algo nervioso, y ellas lo sabían perfectamente. Estaba un poco sudoroso y dudaba en casi todos sus movimientos y respuestas. Alicia le tranquilizó diciéndole que se relajara, que no habían venido a pasarlo mal, sino a todo lo contrario, a pasar un rato extraordinario. Le informó de que su hermana estaba al corriente de su nueva etapa sexual y de que le había explicado con pelos y señales todo lo que había ocurrido hacía unas semanas en casa del ciclista. Alejo, que hasta ese momento apenas había levantado sus ojos del suelo, enrojeció por la vergüenza y miró tímidamente hacia Almudena. Ella, para cortar y aligerar la tensión reinante, se incorporó un poco, acercándose a él y le plantó un beso tierno en mejilla.



―No te preocupes ―le dijo―. Lo vamos a pasar de maravilla. Tú solo tienes que dejarnos hacer a nosotras.

―Eso es, cariño ―continuó Alicia―. Solo debes dejarte llevar. Queremos que te relajes y que disfrutes esto al máximo. Es tu fantasía y la vamos a hacer realidad. Es tu recompensa por ser tan bueno conmigo como eres.

Dicho esto, le dio un reconfortante pico en los labios y se levantó del sofá tirando de su mano para que se levantara él también.

―Solo tienes que darnos un poco de tiempo mientras preparamos la cena ―dijo Alicia―. Si quieres, puedes ir a darte una ducha relajante y luego cenamos los tres juntos. ¿Te parece bien?

Alejo, algo confuso y excitado, asintió con la cabeza sin pronunciar una sola palabra y se dirigió al cuarto de baño del dormitorio. Allí, se relajó debajo del agua dejando que el intenso calor y el vapor limpiaran no solo el cuerpo sino también su mente, que en esos momentos estaba un poco abotargada. Mientras tanto, las chicas, en la cocina, reían y disfrutaban cómo si fueran dos adolescentes a punto de cometer alguna travesura. Prepararon una cena liviana a base pasta fresca y ensalada, y pusieron la mesa en el salón para cenar allí los tres juntos. Justo cuando estaban terminando de colocarlo todo en la mesa, apareció Alejo todo limpio, repeinado, perfumado y en pijama. Se dirigió a donde estaban ellas para preguntar si podía ayudar con algo, pero las chicas le dijeron que solo tenía que sentarse y disfrutar. Así lo hizo y, tan pronto como estuvo a la mesa, le colocaron delante la cena acompañada de una copita de vino para ir calentando el ambiente, y ambas se sentaron cada una a un lado suyo.

La cena transcurrió de una forma un poco extraña. Ninguno de los tres se atrevía a hablar acerca del asunto que los había llevado a reunirse allí. Hablaron de cosas absurdas y normales, de lo que había hecho cada uno en su trabajo ese día, de lo rica que estaba la pasta, y hasta del tiempo. Pero para nada se habló durante el rato de la cena de sexo. Era como cualquier otra reunión familiar, y nada hacía ver o adivinar que, tras la cena, las cosas se desarrollarían de la forma en la que ellas lo tenían planeado. Pero finalmente, el tiempo de la cena se agotó, y no hubo más remedio que atreverse a afrontar aquello por lo que se habían reunido los tres. Para sorpresa de Alicia y Alejo, fue Almudena la que propuso dejar los platos y la cacharrería de la cena y la cocina sin recoger, y pasar directamente al dormitorio. Los dos aceptaron inmediatamente. A medida que iban abandonando el salón, el pasillo y el resto de las estancias de la casa en dirección al dormitorio, fueron apagando luces, ya que sabían que una vez en la cama, ninguno de los tres saldría de ella hasta la mañana siguiente.

Nada más entrar al dormitorio, que Alejo había dejado convenientemente iluminado con las lamparitas de las mesillas encendidas, se produjo un incómodo silencio, ya que ninguno de los tres sabía cómo iban a hacer aquello. Finalmente, Alicia le dijo a Alejo que antes de hacer nada le iban a regalar un pequeño obsequio. Le harían un estriptis a dúo, y se desnudarían delante de él a modo de espectáculo lésbico, para que fueran entrando en materia los tres poco a poco. Se acercó a él, le desabotonó la camisa del pijama mirándole fijamente a los ojos y le guiñó un ojo. Luego lanzó la prenda aparte para que no molestase y, sin preámbulos ni calentamientos de ningún tipo, se agachó y también le quitó los pantalones del pijama, dejándole totalmente desnudo delante de su hermana. A él le dio un poco de vergüenza porque nunca había estado desnudo delante de su cuñada, pero hizo de tripas corazón y, suponiendo que en apenas unos minutos estarían los tres de la misma forma, se dejó hacer. Alicia le empujó suavemente contra la cama, y le obligó a tumbarse en el centro de la misma. Él se acomodó en el medio abriendo las piernas de par en par y mostrando su ya completa erección.

Alicia y Almudena se colocaron a los pies de la cama, permaneciendo aún en pie y, mirándose mutuamente, se abrazaron y comenzaron a besarse con pasión. Ninguna de las dos había tenido antes ninguna experiencia con otras mujeres, tampoco entre ellas, por lo que todo era también completamente novedoso para ellas. Aún así, se sintieron cómodas con la situación, y comenzaron a besar y a saborear la boca de su propia hermana. Al principio solo se besaban sin hacer nada más, pero enseguida comenzaron a abrazarse, a acariciarse las espaldas mutuamente, luego los brazos, y poco a poco empezaron a sentir que el resto de sus cuerpos demandaba algo más que la simple exploración de sus bocas. Pasados un par de minutos de apasionado beso y, como si las dos hubieran recibido la misma orden de forma simultánea, tiraron cada una de la camiseta de la otra hacia la cabeza, y ambas se quedaron desnudas de cintura para arriba. Antes de la cena, ya habían acordado adelantar parte del trabajo para que el estriptis fuera más efectivo, así que las dos estaban ya sin sujetador. Cuando Alejo las vio semidesnudas, no pudo evitar poner una cara de asombro tremenda. Por primera vez en su vida, conseguía dos cosas con las que había soñado siempre. Una, ver a su cuñada desnuda, y la otra, tener dos mujeres disponibles a la vez solo para él. Estaba cardiaco.

Alicia y Almudena pronto pasaron de las caricias por hombros y espalda, a tocarse y magrearse mutuamente los pechos. Incluso en una ocasión, Almudena, que parecía algo más atrevida que Alicia, se agachó ligeramente y comenzó a besar y chupar los enhiestos y durísimos pezones de su hermana. Alejo estaba que no cabía dentro de sí de puro gozo, disfrutando de la sesión privilegiada de aquellos cuatro pechos casi idénticos, siendo atendidos y estimulaos por las dos mujeres más guapas que conocía. Los tres habían entrado ya en situación de máxima excitación, pero especialmente Alejo. La visión de aquellas dos mujeres dándose placer mutuamente había logrado que no pudiera resistirse por más tiempo a permanecer pasivo. Se llevó la mano derecha al miembro y comenzó a masturbarse muy lentamente mientras observaba a las chicas amarse.

No duraron mucho más tiempo las chicas besándose. No es que no les gustara. Era una experiencia nueva para ellas y no les había desagradado, de hecho, seguro que la repetirían en otras circunstancias, pero estaban allí por otra razón, y lo iban a hacer. El protagonista era él esa noche, y a él se debían.

Siguiendo su trazado y consensuado plan, las dos hermanas se volvieron para darle la espalda, aún permaneciendo junto a los pies de la cama. Al principio él no sabía qué se proponían, pero puesto que estaba claro que ellas eran las que mandaban, se quedó a la espera para ver por dónde salían mientras continuaba estimulando su enhiesto pene con fruición. Juntas las dos, hombro contra hombro, brazo contra brazo, llevaron sus pulgares a los laterales de sus ya desabrochados pantalones vaqueros y, como si de un espejo se tratase, con una simetría perfecta, comenzaron a agacharse hacia delante al tiempo que iban arrastrando los pantalones hacia abajo y mostrando sus hermosos traseros al excitadísimo Alejo. La simetría y el efecto espejo se rompió por completo cuando las dos braguitas comenzaron a ser visibles, ya que una hermana las llevaba blancas y la otra, negras. El resto del conjunto seguía siendo perfectamente simétrico. Las cuatro nalgas, la inclinación, las espaldas, las torneadas piernas, y hasta los protuberantes labios que escondían los diminutos tangas, eran casi idénticos en todo excepto en el color de las prendas.

Ya con los vaqueros en los tobillos, y completamente dobladas hasta poder tocar el suelo con sus manos, Alicia y Almudena contornearon sus espléndidos traseros para deleite del pobre Alejo. Hicieron chocar ligeramente sus caderas un par de veces, miraron de reojo al que les esperaba en la cama, y repitieron de nuevo la operación de los pulgares, solo que esta vez la prenda deslizada fue cada una de las dos braguitas. Pusieron algo más de énfasis en erotizar esta segunda bajada, ralentizándola todo lo posible, ya que sabían que suponía el pistoletazo de salida para el resto de tan especial noche. A medida que la ridículamente pequeña tira de tela, blanca o negra, iba saliendo del canal que la constreñía entre las nalgas, los ojos de Alejo se abrían más y más, así como su miembro se endurecía hasta límites nunca antes vistos ni por él mismo. Cuando los dos tangas estaban ya en las rodillas, Alejo tenía ante sí dos extraordinarios sexos femeninos a cuál más suculento. Ambos eran muy similares en lo físico, con formas muy parecidas y labios externos casi del mismo tamaño y grosor. Almudena estaba completamente depilada, sin rastro de vello alguno, mientras que Alicia sí mantenía una ligera pelusilla que se extendía hasta casi el esfínter trasero. Pero los dos órganos se exhibían ante Alejo desafiantes, atrayentes, suculentos y, lo que era aún más excitante, perlados y brillantes por los incipientes jugos que comenzaban a brotar desde su interior. Sin duda alguna, ellas estaban ya muy excitadas. Con vello o sin él, Alejo sabía que esa noche probaría aquellos dos sexos. Y estaba completamente seguro de que bebería de ellos, y que ambos le encantarían.

Ya sin braguitas ninguna de las dos hermanas, se giraron sobre sí mismas y, con una lentitud y parsimonia exasperantes para el que las esperaba tumbado, comenzaron a gatear por la cama en dirección a Alejo como si fueran dos leonas trabajando en equipo acechando a una misma presa. Treparon por sus flancos y se situaron de rodillas una a cada lado de él, a la altura de su cabeza, irguiéndose de nuevo y enfrentándose entre sí para volver a besarse entre ellas. Esta vez el beso lo podía ver Alejo en primer plano, ya que se estaban besando justo encima de su cara. La diferencia era que ahora, por la proximidad de las dos hermanas, podía no solo ver el beso de cerca, sino también apreciar con mucha mayor nitidez la firmeza y robustez de sus senos, la tersura de sus vientres y, sobre todo, el penetrante olor almizclado de sus sexos rezumando a escasos centímetros de su cabeza. Se estaba volviendo loco.

Se las ingenió, no sin cierta dificultad, para meter un brazo entre cada una de las piernas de las hermanas y, mientras ellas se besaban de rodillas, él pudo acariciar desde abajo la cara interna de los muslos de las chicas y hasta agarrarlas con relativa fuerza sus hermosas nalgas. Era delicioso poder magrear aquellos dos culos a su antojo. Y más aún, saber que uno de ellos era el de su cuñada, tantas veces deseado, pero nunca catado.

Las chicas decidieron que ya era el momento de darle placer a él también así que, poco a poco, fueron bajando sus cabezas para que el beso dejara de ser cosa de dos y se convirtiera en cosa de tres. Al inclinarse, las tres bocas se unieron en un caótico baile de lenguas, labios mordidos y salivas entremezcladas. No importaba quién besaba a quién. Todos se besaban entre sí. Y también, debido a la posición arrodillada de ellas, sus caderas y traseros se desplazaron hacia atrás, permitiendo que los atrapados brazos de Alejo alcanzaran por fin su objetivo. Tumbado y con los brazos en cruz, aprisionados cada uno entre un par de piernas, ahora solo tenía que levantar ligeramente cualquier mano y podría palpar sin dificultad cada uno de los sexos de las chicas. Y lo hizo sin miramientos, comprobando inmediatamente que ambas estaban tan excitadas o más que él. Las dos vaginas estaban completamente empapadas y lubricadas con los abundantes flujos que ellas mismas producían. Un minuto más, y los líquidos habrían comenzado a escurrir muslos abajo. Pero Alejo no permitiría que eso ocurriese. Él estaba allí para impedir aquello y, si tenía que ocurrir, el lubricante habría de escurrir por su propio brazo. Sin pensárselo dos veces, alzó sus manos de la cama y extendiendo cada uno de sus dedos anulares, los introdujo sin resistencia alguna en cada una de las chicas. Ellas gimieron al unísono sin dejar de besarse entre los tres.

La lubricación reinante, y la posición de piernas y rodillas flexionadas, dejaban los sexos de las chicas totalmente expuestos, abiertos y a merced de las manos de Alejo, sin protección. Removió sus dedos en el interior de cada una de las hermanas y comprobó que los dilatados labios exteriores e interiores ardían febriles, excitados e inflamados. Fue un paso más lejos e introdujo un dedo más en cada vagina, esta vez los índices, haciendo que el espacio dentro estuviera un poco más apretado y excitando aún más a las chicas. No le costó mucho hacerlo, pues la lubricación en los dos centros de placer femeninos era ya muy abundante y profusa. Ambas espaldas femeninas se arquearon al unísono al sentir la segunda intromisión, pero no protestaron ni un ápice por ella.

De nuevo, como si las dos estuvieran conectadas cerebralmente, comenzaron a dirigir sus besos hacia el pecho de Alejo. Una vez allí, cada una se dedicó, por espacio de unos minutos, a chupar y succionar cada una de las tetillas, mientras él no dejaba de hurgar y juguetear en sus elevados sexos. Y a él le gustaba esa estimulación en sus pezones, pero, sin duda, estaba esperando que llegaran más abajo. Ellas lo sabían y no le hicieron esperar mucho más. Volvieron a unir sus bocas en el centro del pecho, se besaron de nuevo sensualmente, y encaminaron sus lenguas hacia el sur, hacia la tierra prometida, hacia el premio que los tres deseaban desde hacía un buen rato. Cuando llegaron allí, hubo un momento de indecisión por parte de los tres. Él se quedó inmóvil y dejó de mover sus dedos en el interior de ellas. Y ellas, con el glande a escasos centímetros de sus bocas, se miraron pícaramente y se sonrieron, como tratando de ponerse de acuerdo con la mirada sobre quién debía proceder primero. Al final, y haciendo gala de la telepatía de hermanas que tenían, se besaron entre ellas y bajaron al mismo tiempo para disfrutar del ansiado premio al unísono.

En un principio, ninguna de las dos se introdujo el pene en la boca. Se limitaron a darle pequeños besitos, cada una por su lado, y a recorrer el tronco de arriba abajo, posando suavemente sus labios sobre él y pellizcando con ellos aquí y allá toda la extensión del falo con una levedad y una ternura exquisitas. Alejo creía morir de puro gusto. Estaba tumbado en una cama, completamente desnudo, con cuatro de sus dedos explorando los sexos de dos bellezas y, además, las mismas bellezas le iban a hacer una felación a dos bandas con la que no habría podido soñar ni en sus mejores fantasías.

Los besos y pellizquitos en el tronco de su pene pronto fueron sustituidos por lametones dados arriba y abajo con toda la extensión de ambas lenguas. Cualquiera diría que estaban chupando un fresquito polo o un helado para evitar que se derritiese y cayese el líquido. La diferencia era que la temperatura del helado no era precisamente fría, sino más bien ardiente. Y lo que escurría no era precisamente dulce de chocolate o vainilla, sino una viscosa y lúbrica mezcla de salivas y líquidos preseminales que producían un sabor más bien tirando a salado que a dulce. Y tras las lenguaradas, finalmente el sueño de Alejo se hizo realidad. Fue Almudena la primera que se atrevió, lo que sorprendió un poco a Alicia. También a él. Aprovechando que en una de las lamidas su hermana estaba atendiendo la parte baja del pene y el nacimiento de los testículos, Almudena se introdujo el miembro en la boca tan adentro como le fue posible, apretando sus labios alrededor de todo el contorno de la hombría de Alejo en su zona central. El dueño del cautivo pene, no pudo por menos que emitir un sonoro gemido al sentir la calidez y la humedad de la boca que, en breves instantes, comenzaría a castigarlo. Alicia sonrió maliciosamente, mientras aprovechó para hacer lo mismo que su hermana, pero sobre las hinchadísimas pelotas de su novio. No le cabían las dos a la vez en la boca, pero engulló una y la succionó tan fuerte como pudo, haciendo al propietario de la misma retorcerse y gemir de puro placer.

―¡Por Dios chicas! ―agonizó Alejo―. ¿Qué me estáis haciendo? Me vais a matar de gusto.

Ninguna de las dos respondió. Almudena comenzó a mover su cabeza arriba y abajo lentamente, mientras sus labios y su lengua se aseguraban de friccionar toda la longitud del pene que eran capaces de engullir. Por su parte, Alicia se ayudó de sus manos para estimular el testículo que no podía absorber, y también para masajear y acariciar la zona perineal de su chico. Ella sabía que él era especialmente sensible en esa zona, y no dudó en pasar sus suaves yemas por las ingles y la costura central que une ambas piernas, desde la base de los testículos y hasta el mismísimo ano. Incluso escupió en tan sensible parte, y no dudó en estimular los alrededores del esfínter de Alejo con un dedo.

Sin abandonar la estimulación anal del chico, pero sin llegar a penetrarle, Alicia trepó con su lengua pene arriba hasta encontrarse con la boca de su hermana. La besó momentáneamente y, en un momento de despiste, le robó la posición para engullir ella el pene. Almudena tampoco ofreció demasiada resistencia, y se conformó con chupar y lamer la parte del pene que su hermana no era capaz de hacer desaparecer en su boca. Después, volvieron a intercambiar posiciones, y hasta se sincronizaron para ser cada vez una la que practicara la felación sobre el durísimo pene del sufrido Alejo. Y todo ello, sin que ninguna de las dos dejara de recibir su correspondiente estimulación con los dedos en sus centros de placer por parte del único hombre de la sala.

Pero todo tiene su ritmo. La labor digital en las vaginas, y la bucal en el miembro de Alejo, hizo que la temperatura del dormitorio y la tensión sexual comenzaran a dispararse. Los preliminares se habían terminado, y los tres querían pasar al siguiente estadio, en el que la lentitud y la sensualidad brillarían ya por su ausencia, dando paso a mayor urgencia y agresividad por parte de los tres.

Esta vez fue Alicia la que tomó la iniciativa, dirigiendo a su hermana para hacerla cambiar de posición. Alicia y Alejo se practicaban sexo oral mutuamente con mucha frecuencia. Era algo que hacían casi de forma rutinaria como parte de sus juegos preliminares. Así que pensó que a Alejo le encantaría poder practicar sexo oral en un coño diferente al suyo. Tiró de los brazos de su hermana, y la fue guiando para que se sentara sobre la cara de su novio. Alejo la ayudó y fue sujetándole las piernas para evitar que se cayera de la cama o que alguno de los tres se llevara alguna patada involuntaria. Por su parte, Alicia fue moviéndose también hasta situarse a horcajadas sobre las piernas de Alejo y quedar enfrentada a su hermana. Se ayudó con las manos para embocar el pene en su vagina y, muy despacito, se lo introdujo del todo hasta quedar totalmente sentada y ensartada en Alejo. Él se encontró de pronto en la situación con la que tantas veces había soñado, con dos mujeres sobre él y disfrutando al mismo tiempo de sus dos sexos, uno engullendo su pene y otro frotándose sobre su cara. Primoroso.

Al principio, las hermanas se quedaron inmóviles y se limitaron a besarse en la boca, disfrutando de los restos de sabor que el pene de Alejo había dejado en sus lenguas. Pero la estimulación en sus vaginas por parte de una lengua y un enhiesto falo respectivamente, pronto las hizo abandonar su inmovilismo. Comenzaron a moverse despacio y rítmicamente, como si estuvieran sentadas en una mecedora...