jueves, 1 de junio de 2023

Lesiones (eróticas) de fútbol




A Alicia no le gustaba el fútbol. De hecho, le parecía el deporte más aburrido del mundo. Veinte tíos corriendo como posesos detrás de un balón y otros dos aburridos en sendas porterías. Ni siquiera los partidos más importantes, esos que casi detienen el pulso de todo el país por espacio de unas dos horas le llamaban la atención. Ni los Madrid vs Barça. Ni los de los mundiales, ni los de las competiciones europeas, ni la liga inglesa… ¡Nada! Ni siquiera el “jogo bonito” de los cariocas. Para ella todos los partidos eran igual de aburridos. Siendo la pequeña y la única chica de cinco hermanos se había tenido que tragar muchos de ellos. Su padre estaba obsesionado hasta el paroxismo con el fútbol. En su casa no se veía otra cosa en la tele que ese dichoso deporte. Daba igual que fuera en la tele del salón, en la de la cocina o en las de los dormitorios. Casi todas estaban siempre ocupadas con deportes. Y la mayoría de las veces era fútbol. Se había criado y había crecido con el incomodísimo y monótono soniquete de fondo de los comentaristas de fútbol, que usaban una y mil veces las mismas frases hechas para referirse a las jugadas realizadas por los deportistas en el campo. ¡Era odioso!

Y así había sido durante todos los años de su vida, veintidós nada menos, desde que tenía recuerdos y hasta el momento actual. A veces incluso le costaba concentrarse para estudiar en su habitación. Por mucho que cerrara la puerta, los ruidos y las voces del salón eran insoportables. Los gritos de su padre y hermanos cada vez que se cometía una falta o un balón rozaba la escuadra eran enloquecedores. Y ni que decir tiene el escándalo que se formaba si lo que sucedía era que se marcaba un gol. Si era de los contrarios, mal porque los insultos se escuchaban en todo el bloque. Y si el tanto era de los buenos, entonces los gritos de euforia no es que se escucharan en todo el bloque, es que a veces incluso sus hermanos subían hasta su cuarto. Eufóricos perdidos, la informaban a voz en grito y dando saltos de alegría que habían marcado los suyos. Como si no se hubiera enterado. ¡Un asco!

Pero todo cambió un día en que su padre decidió comprar un televisor gigante para ver mejor los mejor en el salón de casa. Hasta ese día, los partidos se veían en los viejos y voluminosos aparatos de rayos catódicos en tamaños no superiores a las veinte pulgadas. Lo que en ellos se veía no eran más que simples muñequitos de colores corriendo como hormiguitas en un tapete verde con rayas blancas. Pero con la tele nueva, las cosas eran muy distintas. Con setenta y ocho pulgadas, que para el que no lo sepa son casi dos metros de longitud de esquina a esquina, las cosas en ella se veían de otra forma.  Tenía pantalla extra plana y una superficie ligeramente curvada, tecnología LED y capacidad para mostrar imágenes en 3D. ¡Hasta el fútbol se veía tridimensional!

Alicia no tardó en darse cuenta de que lo que se movía por la pantalla ya no eran pequeños hombrecillos uniformados corriendo de un lado para otro. Ahora lo que veía eran hombres hechos y derechos, con sus músculos, sus gotas de sudor por el esfuerzo físico, sus tatuajes en muchos casos, sus peinados a cual más complejo, sus caras, sus expresiones… Ahora sí era otra cosa mirar el fútbol. La nueva tele, además, ofrecía múltiples posibilidades de grabación, repetición a cámara lenta, distintos ángulos de visión y niveles de zoom, seguimiento constante de un jugador determinado y un larguísimo etcétera. Y a Alicia no se le pasó por alto que todos aquellos jugadores de fútbol eran auténticos portentos físicos, con unas musculaturas dignas de cualquier adonis griego. La mayoría no de ellos no eran especialmente guapos, de hecho había algunos que eran hasta “incómodos de ver”, pero lo que sí tenían todos, o prácticamente todos, eran unas piernas de infarto. A Alicia siempre le habían gustado los chicos musculados. Quizá no los de tipo culturista, pero sí todos aquellos en los que se podía apreciar que se cuidaban en el gimnasio. La volvían loca las tabletas abdominales bien definidas, especialmente si terminaban en un ombligo bonito con una ligera pelusilla en el bajo vientre que indicara el camino hacia el sur, atravesando unos bien perfilados músculos pélvicos. Pero desde que su padre compró aquella pedazo de televisión, además de disfrutar de aquellas maravillosas tabletas, ahora se había aficionado a los muslos. Y es que aquellos condenados jugadores de fútbol, tenían todos unas piernas con unos muslos tan grandes, tan fuertes y tan definidos, que no podía evitar ruborizarse cuando las cámaras se centraban en algún jugador que había quedado tendido en el suelo doliéndose tras alguna patada fuerte o una entrada fea. Los planos cortos con los gestos de dolor del jugador, y la vueltas que daba en el suelo retorciéndose de puro dolor, eran para Alicia los momentos más interesantes de todo el partido. Eran secuencias de imágenes en las que la velocidad de las carreras daba paso a segundos más sosegados en los que a la cámara le resultaba mucho más fácil enfocar nítidamente y en plano corto algo que no corría por el campo. Y aunque el pobre veinteañero estuviera sufriendo lo indecible en el suelo, Alicia disfrutaba del fútbol como nunca. Le encantaba especialmente si la lesión era suficientemente grave como para requerir la intervención inmediata de los fisios y tenían que atender al muchacho en pleno campo. Aquéllos aerosoles que le aplicaban en las piernas, seguidos de vigorosos masajes en los muslos, con la pierna en alto, el pantaloncito recogido hacia arriba y mostrando parte del nacimiento del glúteo, la ponían cardiaca. Le costaba disimularlo delante de su padre y hermanos, pero la verdad era que cuando los fisios saltaban al campo, al contrario que sus hermanos, que aprovechaban para ir al baño o a la cocina a por otra cerveza, ella se quedaba pegada a la pantalla esperando que el realizador no se perdiera detalle de la actuación con el pobre lesionado.

Aquellos muslámenes tan manoseados y sobados, el sudor, el Reflex, que casi podía oler desde su sofá, el brillo, la pierna recorrida con fuerza arriba y abajo por las experimentadas manos del fisioterapeuta desde el gemelo hasta casi la misma nalga, las violentas sacudidas y golpes a la carne para que el músculo se recupere lo antes posible, la pierna extendida verticalmente como una rígida columna y el fisio descargando su propio peso sobre ella con la bota del jugador apoyando en su pecho… todo era tan erótico y estimulante para Alicia. Aquella maldita televisión gigante cambió su vida. Ahora no se podía quitar los futbolistas de la cabeza. ¿Pero realmente podría acercarse a alguno que tuviera esas piernacas que ahora tanto la obsesionaban? Tenía claro que a las grandes estrellas no podría arrimarse ni de lejos. Y aunque pudiera, al ser tan ricos y famosos, estarían ya todos comprometidos. Los que no estaban casados tenían unas novias de infarto, casi todas ellas modelos de pasarela, actrices o presentadoras de televisión. Era lógico. Las lagartas se arriman a este tipo de famosos para asegurarse ellas mismas su propia fama, minutos de notoriedad en los medios, o incluso arreglarse económicamente la vida para siempre. Pero Alicia no quería eso. Ella sólo quería estar un ratito con un buen par de esas piernas y hacerles lo mismo que los fisios pero a solas, sin cámaras y, a ser posible sin ropa, ninguno de los dos.

Su obsesión comenzó a hacerla interesarse más y más por el deporte rey, hasta el punto de que ya no se perdía ningún partido cuando en su casa ponían la tele para ver los encuentros importantes. Al principio ni su padre ni sus hermanos le dieron importancia, pero con el tiempo comenzaron a extrañarse cuando la encontraban hasta viendo partidos ella sola. Y mucho más aún cuando algunos de esos partidos eran incluso de segunda división y de otras categorías inferiores que sólo televisaban en cadenas regionales. Y es que Alicia estaba tan obsesionada que emprendió un pequeño estudio de campo en el que su objetivo principal era comprobar si las piernas de los jugadores de los equipos pequeños y mediocres eran tan fuertes, torneadas, atractivas y eróticas como las de Cristiano Ronaldo, Leo Messi y las otras estrellas de la primera división. Y su conclusión fue que sí, que aquellos jugadores menos famosos, menos ricos y menos endiosados, tenían unas piernas tan atractivas o más que las que las de los primeros. Y seguro que sería mucho más fácil acercarse a ellos y tendría más oportunidad de ejercer su nueva actividad favorita, la de reportera y fisioterapeuta.

Aprovechando que estaba estudiando periodismo en la universidad, se inventó para una de las prácticas que tenía que hacer en una de las asignaturas de la carrera, una tarea en la que tenía que documentarse sobre las lesiones y sus consecuencias sufridas por los deportistas del deporte rey de su región.

Para tal efecto, se hizo con un listado de todos los equipos de fútbol federados que jugaban en su comunidad, y de cada uno de ellos, consiguió los nombres de todos los jugadores, incluidos los entrenadores. Con una extensa base de datos de nombres y apellidos, comenzó a cruzar datos para investigar en Internet la posible forma de contactar con las personas responsables de cada equipo, especialmente presidentes y entrenadores. Su objetivo era luego contactar con todos ellos por escrito o por teléfono para informarles sobre el estudio que estaba realizando para la universidad acerca de lesiones en jugadores. Entre las llamadas, los correos y la asistencia personal a muchos de los partidos jugados en su zona, pronto se hizo con target para su estudio de unos veinte o treinta jugadores lesionados a los que finalmente poder dirigirse. Y tras hablar personalmente con cada uno de ellos, fue concertando poco a poco citas con todos los lesionados. Todos accedieron, ya que recibir una llamada o un correo de una mujer interesada en entrevistarte no es algo que a los jugadores les suceda todos los días, sobre todo a los de las categorías inferiores.

El lugar de encuentro solía ser casi siempre alguna cafetería cercana a los campos donde habitualmente se jugaban los partidos. La primera cita era para obtener un primer contacto visual con el jugador y ver si era de su agrado físicamente, ya que algunos había que no se los comían ni los cochinos. Y por muchas piernas que tuvieran, probablemente algunos no pasarían el corte de la primera entrevista. En el estudio real, con la batería de preguntas inicial tenía más que suficiente para hacer su trabajo y superar con éxito la asignatura y la práctica. Y con los que encontraba un buen feeling, bien por su atractivo físico o bien por su simpatía, se las arreglaba para conseguir nuevas entrevistas para continuar con el “trabajo de campo” y profundizar en el tema. No le costaba mucho lograrlo. Alguna sonrisilla picarona, un aletear pausado de pestañas o un tirante de sujetador rebelde que se soltaba de su amarre en el hombro como “por causalidad” era todo lo que necesitaba.

De aquéllos primeros treinta lesionados, sólo una docena pasaban su “primer corte”. Pensó que aquellas doce bellezas estaban simplemente de “toma pan y moja” y se propuso lograr probar aquella dos docenas de piernas. Y por supuesto, los dueños de todas aquellas extremidades no dudaron ni por un instante en aceptar segundas entrevistas para ayudar a aquella jovencita periodista a realizar su trabajo universitario. Estaba hecho. Las segundas entrevistas necesitaba hacerlas en lugares más íntimos que una cafetería pública o un campo de fútbol atestado de adolescentes. Alicia informó a aquellos deportistas de que en sus siguientes encuentros necesitaría pasar de las preguntas orales al trabajo de campo propiamente dicho, como tomar medidas y examinar con más detalle el alcance y las consecuencias de las lesiones, dejando entrever que incluso podría necesitar comprobar de primera mano la situación de la lesión.

Escogió a su primer jugador, aquel que más le había gustado físicamente, y le emplazó para la segunda entrevista. Le había visto ya las piernas porque el día del encuentro había acudido vestido de corto para ver a sus compañeros a uno de los partidos del equipo. Él no jugaba debido a la lesión, pero sí estuvo haciendo estiramientos y calentamientos suaves en la banda por indicación de su fisio. Cuando finalmente se sentaron en una de las gradas para hacer la entrevista, Alicia no pudo quitarle el ojo a aquel par de piernas tan bien trabajadas, tan fuertes y musculosas, y para su sorpresa, tan depiladas y libres de todo rastro de vello. La boca se le hacía agua y no podía esperar a estar a solas con él y disfrutar de aquellas piernacas. Y como el chico estaba soltero y vivía solo en un pequeño apartamento, acordaron verse en  unos días en su casa.



El día de la cita, Alicia estaba algo nerviosa pero estaba completamente convencida de lo que iba a hacer. Necesitaba tener a aquel monumento en pantalón corto, sobarle las piernas y comprobar de primera mano lo que llevaba soñando tantos meses, que las piernas de los futbolistas están hechas para pecar. Y si luego de paso podía pecar de alguna otra forma con otras partes del atlético cuerpo, pues tanto mejor.

Llegado el día, el muchacho la recibió en su casa vestido con ropa cómoda y deportiva a pesar de que ese día no había hecho deporte. Era un chándal de uno de los dos equipos más famosos de la liga española. Todo el conjunto iba a juego; pantalón, camiseta, chaqueta y hasta calcetines y calzado. Alicia supuso que hasta bajo el pantalón largo del chándal tendría los preceptivos pantalones cortos con los que los jugadores suelen saltar al terreno de juego, aunque no le dio importancia. Tras darle la bienvenida a su casa y ofrecerle un refresco o algo para picar que ella rechazó enseguida, pasaron al salón y se sentaron en el sofá de tres plazas. Lo hicieron los dos semienfrentados, sentados casi en el borde del sofá y prácticamente de medio lado para quedar más o menos uno frente al otro. Alicia enseguida sacó de su bolso un pequeño cuaderno de espiral, un bolígrafo Bic y una cinta métrica amarilla que su madre siempre tenía en el costurero. Seguro que se enfadaría mucho cuando la echara en falta. El chico se quedó un poco cortado al ver el metro, pero enseguida pensó que sería para medir su estatura y completar todos los datos del estudio de su entrevistadora. Y efectivamente, Alicia comenzó con una serie de preguntas entre las que se incluía el peso, la estatura, la edad y algún dato más, aunque en ningún momento hizo uso de la cinta métrica pero sí del boli y el cuaderno, en el que iba apuntando todas las respuestas. Finalmente, Alicia se centró en la lesión que la había llevado a visitar a aquel bombón a su propia casa.

―De acuerdo ―dijo por fin Alicia sin levantar la vista de sus notas del cuaderno―. Háblame de tu lesión. ¿Cuál es exactamente y en qué consiste?
―Pues… ―dudó el chico―, se llama tendinopatía isquiotibial. Es una especie de sobrecarga de los tendones que hay en la parte trasera y superior del muslo.

¡Bingo! Pensó Alicia para sus adentros. Había dado en la diana con su primer lesionado.

―De acuerdo ―dijo ella ya en voz alta―. Deduzco entonces que tu posición en el terreno de juego es delantero o punta.
―Sí ―dijo él un poco sorprendido al comprobar el acierto de Alicia―. Suelo jugar la banda derecha y mi misión fundamental son los desmarques rápidos para poder hacer centros a los delanteros centrales.
―Entiendo ―dijo Alicia―. Así que las carreras explosivas son tu especialidad y tu lesión se ha producido quizá por un calentamiento insuficiente en algún entrenamiento.
―Oye, tú sabes mucho de esto, ¿no? ―preguntó él completamente anonadado por lo certero del diagnóstico.
―Bueno ―respondió Alicia guiñándole un ojo―. Algo sé. Como también sé que necesitas bastante reposo para curar la lesión, que te llevará varios meses y no forzar absolutamente nada, haciendo calentamientos muy suaves pero muy concienzudos.
―¡Exacto! ―dijo él con una sonrisa en la boca.
―¿Has llegado a desarrollar tendinitis? ―continuó ella―. Ya sabes. ¿Te han recetado anti inflamatorios?
―No ―contestó él escuetamente―. Sólo reposo.
―Bien ―continuó Alicia―. Pues sobre la lesión no me hace falta nada más porque tengo todos los datos médicos necesarios para consultarlos en casa o en la Uni. Ahora sólo necesito medirte. ¡Fuera pantalones!

El muchacho se quedó un poco bloqueado ante el desparpajo y la decisión de Alicia. Y aún se inquietó mucho más cuando se dio cuenta de que bajo el pantalón del chándal no llevaba los shorts de deporte sino sus calzoncillos normales.

Ella se percató inmediatamente del rubor del pobre chico y lo atajó rápidamente.

―¡Vamos, vamos! ―exclamó―. ¿No me irás a decir que estas alturas te da vergüenza?
―Bueno… ―dudó él―. Un poco.
―¡Anda, no seas tonto! ―le quitó importancia ella―. Tómalo como si yo fuera tu fisio. ¿No tienes que desvestirte cuando te ve el fisio?
―Bueno, sí ―contestó él―. Pero no es lo mismo.
―¡Anda, tonto! ―exclamó ella―. Que no pasa nada. ¿Para qué crees que he traído este metro? Necesito medirte el contorno del muslo y clasificar tu lesión en una tabla en función del grado de desarrollo y musculatura de tus piernas.

El chico dudó un poco pero finalmente, y ante la tajante seguridad y conocimientos mostrados por su nueva fisioterapeuta, no le quedó otro remedio que obedecerla. Se puso en pie lentamente y girándose un poco para no quedar enfrentado a ella, que aún permanecía sentada en el sofá, comenzó a bajarse los pantalones. Cuando los tuvo en los tobillos, se enderezó y le preguntó a Alicia si tenía que quitárselos del todo.

―¡Claro! ―dijo ella totalmente convencida―. ¿Cómo crees que voy a poder medirte las piernas si no?

El chico obedeció y se salió por completo de los pantalones, recogiéndolos después y dejándolos cuidadosamente sobre uno de los brazos del sofá. Ahora Alicia lo tenía justo donde lo quería, a su lado, con las piernas al descubierto y listo para su “inspección”. Tomó su cinta métrica amarilla y se bajó del sofá, colocándose de rodillas en el suelo al lado de su “lesionado”.

―A ver ―le dijo―. Voy a medirte la longitud total de tu pierna. Ponte como firmes, erguido y con las piernas cerradas.

El chico obedeció y se colocó como ella le indicó.

―Bien. Ahora mantén esto aquí―, continuó ella dándole un extremo de la cinta de medir e indicándole que lo sujetara justo en el hueso lateral de su cadera por encima de sus calzoncillos boxer.

Luego ella extendió toda la cinta a lo largo del lateral de la pierna, asegurándose de que quedara bien pegada a ella, recorriendo para ello toda la pierna con sus manos y llevó el otro extremo hasta el suelo. Cuando obtuvo la medida que necesitaba, tomó su cuaderno de nuevo y la anotó.

―Bien ―continuó la improvisada fisio―. Ahora necesito medirte el contorno del muslo. Abre un poco las piernas para que pueda pasar el metro por dentro.

El chico obedeció y abrió las piernas un ligeramente, lo suficiente para que ella pudiera pasar sus manos entre ellas llevando la cinta métrica. Tomó la medida y se dispuso a anotarla.

―Cincuenta y nueve centímetros ―dijo―. No está nada mal. Buena cacha tienes. Sólo un par de centímetros menos que Ronaldo. Tienes que ser muy rápido por la banda. Menudo músculo.
―Un poco ―dijo tímidamente el muchacho y sonriendo orgulloso por la comparación con el astro.

Luego, Alicia volvió a dejar el cuaderno, la cinta y el boli en el sofá y se dispuso a hacer lo que tanto tiempo llevaba soñando hacer; sobar un buen par de piernas de un futbolista.

―A ver corazón ―le dijo cariñosamente―. Gírate un poco y déjame ver esos isquiotibiales.

El chico se giró lentamente, quedando de espaldas a ella, que aún permanecía de rodillas en el suelo y se colocó en la misma posición, relajado y con las piernas abiertas ligeramente.

―¿Cuál es la pierna lesionada? ―preguntó Alicia―. ¿La derecha o la izquierda?
―La derecha ―replicó él.

Y sin pensárselo dos veces, llevó sus manos hasta la parte trasera del maltrecho muslo de aquel fornido chaval y comenzó a acariciarle suavemente la zona lesionada. La ausencia de vello y el tremendo contorno de aquella pierna conformaban un auténtico placer para los sentidos de Alicia, tanto para el tacto como para la vista. Le agarró el muslo entero, rodeándolo cuanto pudo con ambas manos y comenzó a hacerle un suave masaje con los pulgares en la parte alta de la pierna, donde se encontraba la lesión propiamente dicha y ya casi donde nacían las nalgas aún protegidas aún por los bóxer.

El chico se quedó completamente paralizado pero no hizo absolutamente nada. Lo que le estaban haciendo era placentero pero no era el momento de demostrarlo con una erección inoportuna (suerte que estaba de espaldas), así que trató de pensar en algo que le distrajese la mente para mantener el bulto de sus bóxers bajo control. Y por el momento, le funcionó.

―¿Te duele? ―preguntó Alicia.
―No ―contestó él―. Para nada.

Entonces ella comenzó a hacer un poco más de fuerza y puso a trabajar los pulgares con algo más de ahínco, clavándoselos un poco en la zona lesionada y recorriendo arriba y abajo todo el bíceps femoral y el aductor lateral, desde la corva hasta la nalga. Aquel pobre ingenuo pensaba que le estaban haciendo un masaje fisioterapéutico, pero lo cierto es que Alicia estaba sencillamente empapando su tanga debido a la excitación sufrida por estar sobando la pierna más atractiva que había visto en su vida.

―Avísame cuando te duela ―continuó ella para romper un poco el tenso silencio que se había instalado entre ellos con el masaje.
―De acuerdo ―respondió él.

Alicia continuó con el masaje y, para que no pareciera que en realidad estaba haciendo lo que estaba haciendo, de vez en cuando agarraba los laterales del muslo del muchacho y los agitaba con relativa violencia, como queriendo hacer girar la pierna sobre sí misma como tantas veces había visto a hacer a los fisioterapeutas profesionales en los partidos. Cuando lograba el objetivo de relajar la musculatura del chaval, regresaba a la zona lesionada y continuaba clavando los pulgares en la parte alta y pegada a la nalga.

Tras varios minutos de masaje, finalmente Alicia mandó girar al muchacho y le indicó que se posicionara de frente a ella. Seguían uno en pie y la otra arrodillada y sentada sobre sus talones, de forma que la situación se tornó un poco incómoda para el deportista pero tremendamente divertida para Alicia, que sabía muy bien lo que hacía. En la nueva posición, el muchacho se llevó las manos a la espalda porque directamente no sabía qué hacer con ellas, y la improvisada fisioterapeuta continuó masajeando aquella fortísima pierna para deleite suyo, esta vez por la zona delantera para trabajar el cuádriceps. Muy sutilmente, comenzó a aflojar la presión ejercida en el masaje y comenzó a centrarse en zonas más sensibles de la pierna, como la cara interna del muslo y la zona más próxima a la nalga. Se hizo también la descuidada y se aseguró de rozar en alguna ocasión la otra pierna con una de sus manos, de forma que el masaje pasara poco a poco de ser medicinal a ser algo más sensual. Ella seguía arrodillada en el suelo, sobando y disfrutando de las piernas de un apuesto deportista, y él permanecía en pie, sin pantalones y tratando de evitar mirar hacia abajo para no encontrarse con la mirada de su masajista. Era sin duda una situación excitante para ambos. Y para desgracia del chaval, aunque los dos estuvieran muy excitados, sólo a él se le notaba, ya que la única muestra de excitación de Alicia era su empapadísima ropa interior, y eso él no podía verlo. Sin embargo, ella sí podía ver desde su posición que él se estaba excitando por momentos. Sus esfuerzos por pensar en otras cosas no le estaban funcionando ya, y bajo sus bóxers se estaba formando un gran abultamiento que estaba comenzando a ponerle en evidencia. Aún así, no dejó de masajearle en ningún momento.

―Bien ―dijo finalmente Alicia―. Eres un chico con suerte. Tras este masaje que te acabo de dar, ya tengo un buen diagnóstico. He podido comprobar que tu lesión no es grave y que además no tienes inflamación en los isquiotibiales. No tardarás mucho en recuperarte. Sin embargo, sí he detectado algo de inflamación en otras zonas y eso me preocupa un poco.

El muchacho no pudo por menos que ponerse colorado como un tomate al mirar hacia abajo y comprobar que Alicia se refería claramente a su tremenda erección. No sabía dónde meterse y hubiera deseado que la tierra se le tragara allí mismo.

―Pero no te preocupes ―le tranquilizó―. Creo que eso también podemos arreglarlo.

Y para sorpresa del chaval, alargó su mano y cogió de nuevo la cinta métrica que minutos antes hubiera dejado en el sofá. Luego, permaneciendo aún de rodillas, rebuscó con sus manos el elástico de goma superior de los bóxers y sin miramientos, tiró de ellos hacia abajo, descubriendo por completo, y ante la atónita mirada del muchacho, todo lo que ocultaban. Con los calzoncillos algo por debajo de las rodillas, Alicia tomó la cinta amarilla de medir de nuevo y la colocó sobre el creciente pene del muchacho, sujetando un extremo contra la pelvis y estirando la cinta con la otra mano por la parte superior del miembro mientras lo sostenía suspendido en el aire.

―Mmmm ―gimió Alicia―. No está nada mal. Aquí también andas bastante sobrado de centímetros, como en el muslo. Y eso que aún no está en su estado óptimo. Pero esta inflamación sí que hay que tratarla. Puedo, ¿verdad?

El chico sencillamente se dejó hacer. No podía ni sabía cómo articular palabra alguna. Simplemente cerró los ojos y se dejó llevar por la situación. Estaba claro que la que mandaba era ella, y por lo que había podido comprobar, poco o nada podría hacer. Probablemente ella lo haría todo.

Alicia volvió a tirar la cinta métrica sobre el sofá, abandonó su posición sentada sobre sus talones que había mantenido hasta ese momento, y continuando de rodillas, se irguió y directamente se metió aquel enorme...