A Alicia no le gustaba el
fútbol. De hecho, le parecía el deporte más aburrido del mundo. Veinte tíos
corriendo como posesos detrás de un balón y otros dos aburridos en sendas
porterías. Ni siquiera los partidos más importantes, esos que casi detienen el
pulso de todo el país por espacio de unas dos horas le llamaban la atención. Ni
los Madrid vs Barça. Ni los de los mundiales, ni los de las competiciones
europeas, ni la liga inglesa… ¡Nada! Ni siquiera el “jogo bonito” de los
cariocas. Para ella todos los partidos eran igual de aburridos. Siendo la
pequeña y la única chica de cinco hermanos se había tenido que tragar muchos de
ellos. Su padre estaba obsesionado hasta el paroxismo con el fútbol. En su casa
no se veía otra cosa en la tele que ese dichoso deporte. Daba igual que fuera
en la tele del salón, en la de la cocina o en las de los dormitorios. Casi
todas estaban siempre ocupadas con deportes. Y la mayoría de las veces era
fútbol. Se había criado y había crecido con el incomodísimo y monótono
soniquete de fondo de los comentaristas de fútbol, que usaban una y mil veces
las mismas frases hechas para referirse a las jugadas realizadas por los deportistas
en el campo. ¡Era odioso!
Y así había sido durante
todos los años de su vida, veintidós nada menos, desde que tenía recuerdos y
hasta el momento actual. A veces incluso le costaba concentrarse para estudiar
en su habitación. Por mucho que cerrara la puerta, los ruidos y las voces del
salón eran insoportables. Los gritos de su padre y hermanos cada vez que se
cometía una falta o un balón rozaba la escuadra eran enloquecedores. Y ni que
decir tiene el escándalo que se formaba si lo que sucedía era que se marcaba un
gol. Si era de los contrarios, mal porque los insultos se escuchaban en todo el
bloque. Y si el tanto era de los buenos, entonces los gritos de euforia no es
que se escucharan en todo el bloque, es que a veces incluso sus hermanos subían
hasta su cuarto. Eufóricos perdidos, la informaban a voz en grito y dando
saltos de alegría que habían marcado los suyos. Como si no se hubiera enterado.
¡Un asco!
Pero todo cambió un día
en que su padre decidió comprar un televisor gigante para ver mejor los mejor
en el salón de casa. Hasta ese día, los partidos se veían en los viejos y
voluminosos aparatos de rayos catódicos en tamaños no superiores a las veinte
pulgadas. Lo que en ellos se veía no eran más que simples muñequitos de colores
corriendo como hormiguitas en un tapete verde con rayas blancas. Pero con la
tele nueva, las cosas eran muy distintas. Con setenta y ocho pulgadas, que para
el que no lo sepa son casi dos metros de longitud de esquina a esquina, las
cosas en ella se veían de otra forma.
Tenía pantalla extra plana y una superficie ligeramente curvada,
tecnología LED y capacidad para mostrar imágenes en 3D. ¡Hasta el fútbol se veía
tridimensional!
Alicia no tardó en darse
cuenta de que lo que se movía por la pantalla ya no eran pequeños hombrecillos
uniformados corriendo de un lado para otro. Ahora lo que veía eran hombres
hechos y derechos, con sus músculos, sus gotas de sudor por el esfuerzo físico,
sus tatuajes en muchos casos, sus peinados a cual más complejo, sus caras, sus
expresiones… Ahora sí era otra cosa mirar el fútbol. La nueva tele, además,
ofrecía múltiples posibilidades de grabación, repetición a cámara lenta,
distintos ángulos de visión y niveles de zoom, seguimiento constante de un
jugador determinado y un larguísimo etcétera. Y a Alicia no se le pasó por alto
que todos aquellos jugadores de fútbol eran auténticos portentos físicos, con
unas musculaturas dignas de cualquier adonis griego. La mayoría no de ellos no
eran especialmente guapos, de hecho había algunos que eran hasta “incómodos de
ver”, pero lo que sí tenían todos, o prácticamente todos, eran unas piernas de
infarto. A Alicia siempre le habían gustado los chicos musculados. Quizá no los
de tipo culturista, pero sí todos aquellos en los que se podía apreciar que se
cuidaban en el gimnasio. La volvían loca las tabletas abdominales bien
definidas, especialmente si terminaban en un ombligo bonito con una ligera
pelusilla en el bajo vientre que indicara el camino hacia el sur, atravesando
unos bien perfilados músculos pélvicos. Pero desde que su padre compró aquella
pedazo de televisión, además de disfrutar de aquellas maravillosas tabletas,
ahora se había aficionado a los muslos. Y es que aquellos condenados jugadores
de fútbol, tenían todos unas piernas con unos muslos tan grandes, tan fuertes y
tan definidos, que no podía evitar ruborizarse cuando las cámaras se centraban
en algún jugador que había quedado tendido en el suelo doliéndose tras alguna
patada fuerte o una entrada fea. Los planos cortos con los gestos de dolor del
jugador, y la vueltas que daba en el suelo retorciéndose de puro dolor, eran
para Alicia los momentos más interesantes de todo el partido. Eran secuencias
de imágenes en las que la velocidad de las carreras daba paso a segundos más
sosegados en los que a la cámara le resultaba mucho más fácil enfocar
nítidamente y en plano corto algo que no corría por el campo. Y aunque el pobre
veinteañero estuviera sufriendo lo indecible en el suelo, Alicia disfrutaba del
fútbol como nunca. Le encantaba especialmente si la lesión era suficientemente
grave como para requerir la intervención inmediata de los fisios y tenían que
atender al muchacho en pleno campo. Aquéllos aerosoles que le aplicaban en las
piernas, seguidos de vigorosos masajes en los muslos, con la pierna en alto, el
pantaloncito recogido hacia arriba y mostrando parte del nacimiento del glúteo,
la ponían cardiaca. Le costaba disimularlo delante de su padre y hermanos, pero
la verdad era que cuando los fisios saltaban al campo, al contrario que sus
hermanos, que aprovechaban para ir al baño o a la cocina a por otra cerveza,
ella se quedaba pegada a la pantalla esperando que el realizador no se perdiera
detalle de la actuación con el pobre lesionado.
Aquellos muslámenes tan
manoseados y sobados, el sudor, el Reflex, que casi podía oler desde su sofá,
el brillo, la pierna recorrida con fuerza arriba y abajo por las experimentadas
manos del fisioterapeuta desde el gemelo hasta casi la misma nalga, las
violentas sacudidas y golpes a la carne para que el músculo se recupere lo
antes posible, la pierna extendida verticalmente como una rígida columna y el
fisio descargando su propio peso sobre ella con la bota del jugador apoyando en
su pecho… todo era tan erótico y estimulante para Alicia. Aquella maldita
televisión gigante cambió su vida. Ahora no se podía quitar los futbolistas de
la cabeza. ¿Pero realmente podría acercarse a alguno que tuviera esas piernacas
que ahora tanto la obsesionaban? Tenía claro que a las grandes estrellas no
podría arrimarse ni de lejos. Y aunque pudiera, al ser tan ricos y famosos,
estarían ya todos comprometidos. Los que no estaban casados tenían unas novias
de infarto, casi todas ellas modelos de pasarela, actrices o presentadoras de
televisión. Era lógico. Las lagartas se arriman a este tipo de famosos para
asegurarse ellas mismas su propia fama, minutos de notoriedad en los medios, o
incluso arreglarse económicamente la vida para siempre. Pero Alicia no quería
eso. Ella sólo quería estar un ratito con un buen par de esas piernas y
hacerles lo mismo que los fisios pero a solas, sin cámaras y, a ser posible sin
ropa, ninguno de los dos.
Su obsesión comenzó a
hacerla interesarse más y más por el deporte rey, hasta el punto de que ya no
se perdía ningún partido cuando en su casa ponían la tele para ver los
encuentros importantes. Al principio ni su padre ni sus hermanos le dieron
importancia, pero con el tiempo comenzaron a extrañarse cuando la encontraban
hasta viendo partidos ella sola. Y mucho más aún cuando algunos de esos
partidos eran incluso de segunda división y de otras categorías inferiores que
sólo televisaban en cadenas regionales. Y es que Alicia estaba tan obsesionada
que emprendió un pequeño estudio de campo en el que su objetivo principal era
comprobar si las piernas de los jugadores de los equipos pequeños y mediocres
eran tan fuertes, torneadas, atractivas y eróticas como las de Cristiano
Ronaldo, Leo Messi y las otras estrellas de la primera división. Y su
conclusión fue que sí, que aquellos jugadores menos famosos, menos ricos y
menos endiosados, tenían unas piernas tan atractivas o más que las que las de
los primeros. Y seguro que sería mucho más fácil acercarse a ellos y tendría
más oportunidad de ejercer su nueva actividad favorita, la de reportera y
fisioterapeuta.
Aprovechando que estaba
estudiando periodismo en la universidad, se inventó para una de las prácticas
que tenía que hacer en una de las asignaturas de la carrera, una tarea en la
que tenía que documentarse sobre las lesiones y sus consecuencias sufridas por
los deportistas del deporte rey de su región.
Para tal efecto, se hizo
con un listado de todos los equipos de fútbol federados que jugaban en su
comunidad, y de cada uno de ellos, consiguió los nombres de todos los
jugadores, incluidos los entrenadores. Con una extensa base de datos de nombres
y apellidos, comenzó a cruzar datos para investigar en Internet la posible
forma de contactar con las personas responsables de cada equipo, especialmente
presidentes y entrenadores. Su objetivo era luego contactar con todos ellos por
escrito o por teléfono para informarles sobre el estudio que estaba realizando
para la universidad acerca de lesiones en jugadores. Entre las llamadas, los
correos y la asistencia personal a muchos de los partidos jugados en su zona,
pronto se hizo con target para su estudio de unos veinte o treinta jugadores
lesionados a los que finalmente poder dirigirse. Y tras hablar personalmente
con cada uno de ellos, fue concertando poco a poco citas con todos los
lesionados. Todos accedieron, ya que recibir una llamada o un correo de una
mujer interesada en entrevistarte no es algo que a los jugadores les suceda
todos los días, sobre todo a los de las categorías inferiores.
El lugar de encuentro
solía ser casi siempre alguna cafetería cercana a los campos donde
habitualmente se jugaban los partidos. La primera cita era para obtener un
primer contacto visual con el jugador y ver si era de su agrado físicamente, ya
que algunos había que no se los comían ni los cochinos. Y por muchas piernas
que tuvieran, probablemente algunos no pasarían el corte de la primera
entrevista. En el estudio real, con la batería de preguntas inicial tenía más que
suficiente para hacer su trabajo y superar con éxito la asignatura y la
práctica. Y con los que encontraba un buen feeling, bien por su atractivo
físico o bien por su simpatía, se las arreglaba para conseguir nuevas
entrevistas para continuar con el “trabajo de campo” y profundizar en el tema.
No le costaba mucho lograrlo. Alguna sonrisilla picarona, un aletear pausado de
pestañas o un tirante de sujetador rebelde que se soltaba de su amarre en el
hombro como “por causalidad” era todo lo que necesitaba.
De aquéllos primeros
treinta lesionados, sólo una docena pasaban su “primer corte”. Pensó que
aquellas doce bellezas estaban simplemente de “toma pan y moja” y se propuso
lograr probar aquella dos docenas de piernas. Y por supuesto, los dueños de
todas aquellas extremidades no dudaron ni por un instante en aceptar segundas
entrevistas para ayudar a aquella jovencita periodista a realizar su trabajo
universitario. Estaba hecho. Las segundas entrevistas necesitaba hacerlas en
lugares más íntimos que una cafetería pública o un campo de fútbol atestado de
adolescentes. Alicia informó a aquellos deportistas de que en sus siguientes
encuentros necesitaría pasar de las preguntas orales al trabajo de campo
propiamente dicho, como tomar medidas y examinar con más detalle el alcance y
las consecuencias de las lesiones, dejando entrever que incluso podría
necesitar comprobar de primera mano la situación de la lesión.
Escogió a su primer
jugador, aquel que más le había gustado físicamente, y le emplazó para la
segunda entrevista. Le había visto ya las piernas porque el día del encuentro
había acudido vestido de corto para ver a sus compañeros a uno de los partidos
del equipo. Él no jugaba debido a la lesión, pero sí estuvo haciendo
estiramientos y calentamientos suaves en la banda por indicación de su fisio.
Cuando finalmente se sentaron en una de las gradas para hacer la entrevista, Alicia
no pudo quitarle el ojo a aquel par de piernas tan bien trabajadas, tan fuertes
y musculosas, y para su sorpresa, tan depiladas y libres de todo rastro de
vello. La boca se le hacía agua y no podía esperar a estar a solas con él y
disfrutar de aquellas piernacas. Y como el chico estaba soltero y vivía solo en
un pequeño apartamento, acordaron verse en
unos días en su casa.
El día de la cita, Alicia
estaba algo nerviosa pero estaba completamente convencida de lo que iba a
hacer. Necesitaba tener a aquel monumento en pantalón corto, sobarle las
piernas y comprobar de primera mano lo que llevaba soñando tantos meses, que
las piernas de los futbolistas están hechas para pecar. Y si luego de paso
podía pecar de alguna otra forma con otras partes del atlético cuerpo, pues
tanto mejor.
Llegado el día, el
muchacho la recibió en su casa vestido con ropa cómoda y deportiva a pesar de
que ese día no había hecho deporte. Era un chándal de uno de los dos equipos
más famosos de la liga española. Todo el conjunto iba a juego; pantalón,
camiseta, chaqueta y hasta calcetines y calzado. Alicia supuso que hasta bajo
el pantalón largo del chándal tendría los preceptivos pantalones cortos con los
que los jugadores suelen saltar al terreno de juego, aunque no le dio
importancia. Tras darle la bienvenida a su casa y ofrecerle un refresco o algo
para picar que ella rechazó enseguida, pasaron al salón y se sentaron en el
sofá de tres plazas. Lo hicieron los dos semienfrentados, sentados casi en el
borde del sofá y prácticamente de medio lado para quedar más o menos uno frente
al otro. Alicia enseguida sacó de su bolso un pequeño cuaderno de espiral, un bolígrafo
Bic y una cinta métrica amarilla que su madre siempre tenía en el costurero.
Seguro que se enfadaría mucho cuando la echara en falta. El chico se quedó un
poco cortado al ver el metro, pero enseguida pensó que sería para medir su
estatura y completar todos los datos del estudio de su entrevistadora. Y
efectivamente, Alicia comenzó con una serie de preguntas entre las que se
incluía el peso, la estatura, la edad y algún dato más, aunque en ningún
momento hizo uso de la cinta métrica pero sí del boli y el cuaderno, en el que
iba apuntando todas las respuestas. Finalmente, Alicia se centró en la lesión
que la había llevado a visitar a aquel bombón a su propia casa.
―De acuerdo ―dijo por fin
Alicia sin levantar la vista de sus notas del cuaderno―. Háblame de tu lesión.
¿Cuál es exactamente y en qué consiste?
―Pues… ―dudó el chico―,
se llama tendinopatía isquiotibial. Es una especie de sobrecarga de los
tendones que hay en la parte trasera y superior del muslo.
¡Bingo! Pensó Alicia para
sus adentros. Había dado en la diana con su primer lesionado.
―De acuerdo ―dijo ella ya
en voz alta―. Deduzco entonces que tu posición en el terreno de juego es
delantero o punta.
―Sí ―dijo él un poco
sorprendido al comprobar el acierto de Alicia―. Suelo jugar la banda derecha y
mi misión fundamental son los desmarques rápidos para poder hacer centros a los
delanteros centrales.
―Entiendo ―dijo Alicia―.
Así que las carreras explosivas son tu especialidad y tu lesión se ha producido
quizá por un calentamiento insuficiente en algún entrenamiento.
―Oye, tú sabes mucho de
esto, ¿no? ―preguntó él completamente anonadado por lo certero del diagnóstico.
―Bueno ―respondió Alicia
guiñándole un ojo―. Algo sé. Como también sé que necesitas bastante reposo para
curar la lesión, que te llevará varios meses y no forzar absolutamente nada,
haciendo calentamientos muy suaves pero muy concienzudos.
―¡Exacto! ―dijo él con
una sonrisa en la boca.
―¿Has llegado a
desarrollar tendinitis? ―continuó ella―. Ya sabes. ¿Te han recetado anti
inflamatorios?
―No ―contestó él
escuetamente―. Sólo reposo.
―Bien ―continuó Alicia―.
Pues sobre la lesión no me hace falta nada más porque tengo todos los datos
médicos necesarios para consultarlos en casa o en la Uni. Ahora sólo necesito
medirte. ¡Fuera pantalones!
El muchacho se quedó un
poco bloqueado ante el desparpajo y la decisión de Alicia. Y aún se inquietó
mucho más cuando se dio cuenta de que bajo el pantalón del chándal no llevaba
los shorts de deporte sino sus calzoncillos normales.
Ella se percató
inmediatamente del rubor del pobre chico y lo atajó rápidamente.
―¡Vamos, vamos! ―exclamó―.
¿No me irás a decir que estas alturas te da vergüenza?
―Bueno… ―dudó él―. Un
poco.
―¡Anda, no seas tonto!
―le quitó importancia ella―. Tómalo como si yo fuera tu fisio. ¿No tienes que
desvestirte cuando te ve el fisio?
―Bueno, sí ―contestó él―.
Pero no es lo mismo.
―¡Anda, tonto! ―exclamó
ella―. Que no pasa nada. ¿Para qué crees que he traído este metro? Necesito
medirte el contorno del muslo y clasificar tu lesión en una tabla en función
del grado de desarrollo y musculatura de tus piernas.
El chico dudó un poco
pero finalmente, y ante la tajante seguridad y conocimientos mostrados por su
nueva fisioterapeuta, no le quedó otro remedio que obedecerla. Se puso en pie
lentamente y girándose un poco para no quedar enfrentado a ella, que aún
permanecía sentada en el sofá, comenzó a bajarse los pantalones. Cuando los
tuvo en los tobillos, se enderezó y le preguntó a Alicia si tenía que
quitárselos del todo.
―¡Claro! ―dijo ella
totalmente convencida―. ¿Cómo crees que voy a poder medirte las piernas si no?
El chico obedeció y se
salió por completo de los pantalones, recogiéndolos después y dejándolos
cuidadosamente sobre uno de los brazos del sofá. Ahora Alicia lo tenía justo
donde lo quería, a su lado, con las piernas al descubierto y listo para su
“inspección”. Tomó su cinta métrica amarilla y se bajó del sofá, colocándose de
rodillas en el suelo al lado de su “lesionado”.
―A ver ―le dijo―. Voy a
medirte la longitud total de tu pierna. Ponte como firmes, erguido y con las
piernas cerradas.
El chico obedeció y se
colocó como ella le indicó.
―Bien. Ahora mantén esto
aquí―, continuó ella dándole un extremo de la cinta de medir e indicándole que
lo sujetara justo en el hueso lateral de su cadera por encima de sus
calzoncillos boxer.
Luego ella extendió toda
la cinta a lo largo del lateral de la pierna, asegurándose de que quedara bien
pegada a ella, recorriendo para ello toda la pierna con sus manos y llevó el
otro extremo hasta el suelo. Cuando obtuvo la medida que necesitaba, tomó su
cuaderno de nuevo y la anotó.
―Bien ―continuó la
improvisada fisio―. Ahora necesito medirte el contorno del muslo. Abre un poco
las piernas para que pueda pasar el metro por dentro.
El chico obedeció y abrió
las piernas un ligeramente, lo suficiente para que ella pudiera pasar sus manos
entre ellas llevando la cinta métrica. Tomó la medida y se dispuso a anotarla.
―Cincuenta y nueve
centímetros ―dijo―. No está nada mal. Buena cacha tienes. Sólo un par de
centímetros menos que Ronaldo. Tienes que ser muy rápido por la banda. Menudo
músculo.
―Un poco ―dijo
tímidamente el muchacho y sonriendo orgulloso por la comparación con el astro.
Luego, Alicia volvió a
dejar el cuaderno, la cinta y el boli en el sofá y se dispuso a hacer lo que
tanto tiempo llevaba soñando hacer; sobar un buen par de piernas de un
futbolista.
―A ver corazón ―le dijo
cariñosamente―. Gírate un poco y déjame ver esos isquiotibiales.
El chico se giró
lentamente, quedando de espaldas a ella, que aún permanecía de rodillas en el
suelo y se colocó en la misma posición, relajado y con las piernas abiertas
ligeramente.
―¿Cuál es la pierna
lesionada? ―preguntó Alicia―. ¿La derecha o la izquierda?
―La derecha ―replicó él.
Y sin pensárselo dos
veces, llevó sus manos hasta la parte trasera del maltrecho muslo de aquel
fornido chaval y comenzó a acariciarle suavemente la zona lesionada. La
ausencia de vello y el tremendo contorno de aquella pierna conformaban un
auténtico placer para los sentidos de Alicia, tanto para el tacto como para la
vista. Le agarró el muslo entero, rodeándolo cuanto pudo con ambas manos y
comenzó a hacerle un suave masaje con los pulgares en la parte alta de la
pierna, donde se encontraba la lesión propiamente dicha y ya casi donde nacían
las nalgas aún protegidas aún por los bóxer.
El chico se quedó
completamente paralizado pero no hizo absolutamente nada. Lo que le estaban
haciendo era placentero pero no era el momento de demostrarlo con una erección
inoportuna (suerte que estaba de espaldas), así que trató de pensar en algo que
le distrajese la mente para mantener el bulto de sus bóxers bajo control. Y por
el momento, le funcionó.
―¿Te duele? ―preguntó Alicia.
―No ―contestó él―. Para
nada.
Entonces ella comenzó a
hacer un poco más de fuerza y puso a trabajar los pulgares con algo más de
ahínco, clavándoselos un poco en la zona lesionada y recorriendo arriba y abajo
todo el bíceps femoral y el aductor lateral, desde la corva hasta la nalga.
Aquel pobre ingenuo pensaba que le estaban haciendo un masaje fisioterapéutico,
pero lo cierto es que Alicia estaba sencillamente empapando su tanga debido a
la excitación sufrida por estar sobando la pierna más atractiva que había visto
en su vida.
―Avísame cuando te duela
―continuó ella para romper un poco el tenso silencio que se había instalado
entre ellos con el masaje.
―De acuerdo ―respondió
él.
Alicia continuó con el
masaje y, para que no pareciera que en realidad estaba haciendo lo que estaba
haciendo, de vez en cuando agarraba los laterales del muslo del muchacho y los
agitaba con relativa violencia, como queriendo hacer girar la pierna sobre sí
misma como tantas veces había visto a hacer a los fisioterapeutas profesionales
en los partidos. Cuando lograba el objetivo de relajar la musculatura del
chaval, regresaba a la zona lesionada y continuaba clavando los pulgares en la
parte alta y pegada a la nalga.
Tras varios minutos de
masaje, finalmente Alicia mandó girar al muchacho y le indicó que se
posicionara de frente a ella. Seguían uno en pie y la otra arrodillada y
sentada sobre sus talones, de forma que la situación se tornó un poco incómoda
para el deportista pero tremendamente divertida para Alicia, que sabía muy bien
lo que hacía. En la nueva posición, el muchacho se llevó las manos a la espalda
porque directamente no sabía qué hacer con ellas, y la improvisada
fisioterapeuta continuó masajeando aquella fortísima pierna para deleite suyo,
esta vez por la zona delantera para trabajar el cuádriceps. Muy sutilmente,
comenzó a aflojar la presión ejercida en el masaje y comenzó a centrarse en
zonas más sensibles de la pierna, como la cara interna del muslo y la zona más
próxima a la nalga. Se hizo también la descuidada y se aseguró de rozar en
alguna ocasión la otra pierna con una de sus manos, de forma que el masaje
pasara poco a poco de ser medicinal a ser algo más sensual. Ella seguía
arrodillada en el suelo, sobando y disfrutando de las piernas de un apuesto
deportista, y él permanecía en pie, sin pantalones y tratando de evitar mirar
hacia abajo para no encontrarse con la mirada de su masajista. Era sin duda una
situación excitante para ambos. Y para desgracia del chaval, aunque los dos
estuvieran muy excitados, sólo a él se le notaba, ya que la única muestra de
excitación de Alicia era su empapadísima ropa interior, y eso él no podía
verlo. Sin embargo, ella sí podía ver desde su posición que él se estaba
excitando por momentos. Sus esfuerzos por pensar en otras cosas no le estaban funcionando
ya, y bajo sus bóxers se estaba formando un gran abultamiento que estaba
comenzando a ponerle en evidencia. Aún así, no dejó de masajearle en ningún
momento.
―Bien ―dijo finalmente Alicia―.
Eres un chico con suerte. Tras este masaje que te acabo de dar, ya tengo un
buen diagnóstico. He podido comprobar que tu lesión no es grave y que además no
tienes inflamación en los isquiotibiales. No tardarás mucho en recuperarte. Sin
embargo, sí he detectado algo de inflamación en otras zonas y eso me preocupa
un poco.
El muchacho no pudo por
menos que ponerse colorado como un tomate al mirar hacia abajo y comprobar que Alicia
se refería claramente a su tremenda erección. No sabía dónde meterse y hubiera
deseado que la tierra se le tragara allí mismo.
―Pero no te preocupes ―le
tranquilizó―. Creo que eso también podemos arreglarlo.
Y para sorpresa del
chaval, alargó su mano y cogió de nuevo la cinta métrica que minutos antes
hubiera dejado en el sofá. Luego, permaneciendo aún de rodillas, rebuscó con sus
manos el elástico de goma superior de los bóxers y sin miramientos, tiró de
ellos hacia abajo, descubriendo por completo, y ante la atónita mirada del
muchacho, todo lo que ocultaban. Con los calzoncillos algo por debajo de las
rodillas, Alicia tomó la cinta amarilla de medir de nuevo y la colocó sobre el
creciente pene del muchacho, sujetando un extremo contra la pelvis y estirando
la cinta con la otra mano por la parte superior del miembro mientras lo
sostenía suspendido en el aire.
―Mmmm ―gimió Alicia―. No
está nada mal. Aquí también andas bastante sobrado de centímetros, como en el
muslo. Y eso que aún no está en su estado óptimo. Pero esta inflamación sí que
hay que tratarla. Puedo, ¿verdad?
El chico sencillamente se
dejó hacer. No podía ni sabía cómo articular palabra alguna. Simplemente cerró
los ojos y se dejó llevar por la situación. Estaba claro que la que mandaba era
ella, y por lo que había podido comprobar, poco o nada podría hacer.
Probablemente ella lo haría todo.
Alicia volvió a tirar la
cinta métrica sobre el sofá, abandonó su posición sentada sobre sus talones que
había mantenido hasta ese momento, y continuando de rodillas, se irguió y
directamente se metió aquel enorme...
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Gracias por haber leído esta parte del relato.
Espero que haya sido de tu agrado.
Me llamo Hamaya Ventura y puedes
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Joder Hamaya! es imposible dejar de leer, y no excitarse. Eres una máquina!
ResponderEliminar¡Ja, ja, ja! Veo que este relato también te ha gustado, Javier.
ResponderEliminarMe halaga que disfrutes con mis relatos. Precisamente para eso han sido escritos.
Celebro que te haya gustado, y a juzgar por tus expresiones, creo que he conseguido el objetivo.
No te imaginas lo mucho que me gusta saber que los lectores disfrutan con lo que sale de mi imaginación...
Ten envío un besín desde Valladolid. ;-)