A sus cerca de cuarenta
años, Alicia se consideraba plenamente satisfecha con su vida. Era
razonablemente feliz. Tenía salud, que era lo que ella consideraba más
importante, un buen puesto de trabajo desarrollando una actividad que la
llenaba, una familia que la adoraba, un apartamento de lo más cuco en el centro
de la ciudad, un Mini-Cooper precioso, un nutrido grupo de muy buenos amigos, y
libertad absoluta para dirigir su día a día como le pluguiera en cada momento,
sin agobios, sin restricciones, sin presiones. Lo único que no tenía era una
pareja estable. Pero de momento no la deseaba. La había tenido en el pasado, y
de ahí que ahora prefiriera vivir sola. Lo había intentado en un par de ocasiones,
pero ninguna de las dos salió bien.
Era y se sabía guapa. Se
cuidaba bien y le dedicaba a su cuerpo todo el tiempo que podía. Siempre vestía
de forma elegante, estilosa y juvenil, con gusto. Podía tener a todos los
chicos, y a los no tan chicos, que quisiera. Lo sabía y hacía uso de ello
cuando le parecía conveniente. Estaba en esa franja de edad en la que atraía a
los jóvenes y a los no tan jóvenes. Disfrutaba de igual forma de la soledad
como de las relaciones temporales. En sus planes a corto plazo no había bodas,
ni niños, ni obligaciones hogareñas. Sólo su trabajo, su carrera profesional y
su disfrute personal, bien fuera con la familia o con los amigos. Cuando algún
novio se ponía demasiado pesado y hacía en su casa más horas de las que ella
consideraba necesarias, le daba boleto. Sin más. Sin dramas ni numeritos. Sin
lágrimas. Ella respetaba a todo el mundo y trataba con educación y cortesía a
quien deseara estar a su lado, pero sólo ella decidía el tiempo que alguien
podía pasar a su lado.
Esa forma tan selectiva
de escoger sus relaciones, de comenzarlas y terminarlas, le había dado la
oportunidad de conocer a bastantes chicos. Siempre se entusiasmaba con cada uno
de ellos, y de todos aprendía algo nuevo, pero en su mente siempre sobrevolaba
la idea de permanecer libre, sin comprometerse. Al menos de momento.
Se dejaba querer y
desarrollaba a la perfección el papel de mujer deseada. No era una calentona,
pero tampoco jugaba a ser la típica mujer tonta que tanto gusta a los hombres.
Ella sabía lo que quería y no dudaba en obtenerlo. Se dejaba halagar,
escenificaba con maestría sus dotes de seducción y llevaba a los chicos justo
hasta donde ella quería para lograr sus objetivos. Tampoco era una aprovechada
que utilizara a los hombres a su antojo y los tirase después como si fueran
pañuelos usados. Era respetuosa, educada, justa y amable. Y lo que es más
importante, trataba a la gente de forma similar a como la trataban a ella, de
forma que era tremendamente deliciosa con quien la respetaba, pero endemoniadamente
rencorosa si detectaba que alguien se le acercaba sólo para aprovecharse de
ella. No era fácil acostarse con ella si ese era el único objetivo del
pretendiente. No era mujer de una sola noche. Si alguien le gustaba, se lo
tiraba, eso lo tenía muy claro porque podía hacerlo, pero no lo solía hacer sólo
por pasarlo bien una única noche. En cualquier caso era ella la que decidía, no
el “aspirante”. Generalmente buscaba relaciones amables que la permitieran
establecer algo más sólido que una simple amistad, pero sin llegar al extremo
del compromiso de por vida. Le gustaba salir con los chicos durante semanas,
meses, o incluso a veces más de un año, pero sin ataduras, sin necesidad de
firmar nada que la obligara a nada serio. A veces incluso había estado tonteando
con más de un chico a la vez. No lo ocultaba y si alguno de los chicos con los
que compartía citas se ponía demasiado pesado y celoso, no lo dudaba, se
olvidaba de él.
Esta forma de vivir sus
relaciones la habían llevado a conocer bastantes chicos a lo largo de los
últimos años. Con algunos habían sido experiencias maravillosas y con otros no
tanto, pero de todos ellos había aprendido algo y de cada uno de ellos extraía
su propia conclusión. Unos eran delicados y amables con ella, otros eran más
bruscos. Algunos le gustaban por las actividades que la proponían para pasarlo
bien, como viajes, aventuras de fin de semana, etc. Otros los adoraba por lo
que la hacían sentir en la cama, otros por lo que la aportaban en cada salida y
las conversaciones que podía mantener con ellos, y así con cada uno de ellos.
Había probado prácticamente de todo en la vida, desde drogas (sólo por
probarlas) hasta experiencias de lo más diverso. Pero había una cosa que no
había hecho nunca y que quería probar. No es que la obsesionara ni la quitara
el sueño, pero siempre que salía el tema en las conversaciones de amigas en las
juergas de fin de semana, se quedaba un poco como con ganas. Algunas de sus
amigas manifestaban haberlo probado, otras no. Y las que lo conocían, decían
que no sólo no era desagradable sino que además les proporcionaba gran placer. Y
todo ello iba calando poco a poco en la mente de Alicia. Nunca fue una
mojigata, y se jactaba de haber hecho prácticamente de todo, pero aquello era
algo que no conocía y no soportaba estar en el bando de las que no lo habían
probado. Se podía decir que el sexo anal era su próximo objetivo.
Sus primeras experiencias
tras hablar un poco más en serio con alguna amiga más avezada que ella fueron
totalmente solitarias. Aún no había reunido el coraje suficiente para
proponerle a ningún ligue o amigo que le interesaba probar el sexo anal. Era
algo demasiado delicado y personal, así que comenzó con simples pruebas ella
sola en la intimidad de su casa. Y para su sorpresa, y tal y como sus amigas expertas
le habían prometido, no fue nada desagradable. Más bien al contrario.
Comenzó sus primeras
exploraciones simplemente con sus propios dedos. Con la lubricidad y la higiene
que proporciona el agua y el gel de baño, se limitó a sentarse en el plato de
ducha, y a una de sus habituales sesiones de masturbación, que no eran pocas,
le añadió sus primeros escarceos anales. Al principio no quiso introducir nada
y se limitó a rozar y estimular los alrededores del esfínter con su dedo corazón.
No tardó en aprender que la zona era altamente erógena y que se sentía bien la
estimulación allí. Sin embargo, lo que más le gustó no fue sólo el hecho de que
estaba explorando una zona nueva para ella, sino que la acción conjunta de dos
estimulaciones, la anal y la vaginal, la volvía loca. Era como si de repente
hubiera descubierto que darse placer en dos sitios a la vez no multiplicase el goce
por dos sino que lo triplicase como mínimo. Y aunque tuvo un orgasmo como nunca
antes lo había tenido, ni siquiera había conseguido vencer la resistencia del
esfínter. Lo intentó y presionó con su dedo con relativa fuerza, pero no
consiguió meterlo. Un acto reflejo que ella no lograba controlar hacía que el
anillo se cerrase solo y que ofreciese demasiada resistencia a que por allí
entrara nada.
Lo intentó en varias
ocasiones más con algo más de ahínco, pero con idéntico resultado. Era como si
su propio cuerpo se negara a recibir ningún tipo de daño. Parecía que supiera
que por allí sólo se producía dolor y sus músculos internos se contraían para
evitar la penetración. Pensó que necesitaría alguna ayuda extra y que sería
necesario algo más de lubricación. No tenía un lubricante anal específico, así
que probó con diversas cremas y aceites corporales de su neceser. Hizo algunos
avances y aprendió que la lubricación generosa ayudaba a la erotización de la
zona, pero seguía sin poder introducirse nada. Comenzaba a frustrarse un poco.
Un poco ofuscada por el
nulo avance obtenido en varias semanas consecutivas, decidió solicitar la ayuda
de una de sus amigas. Se avergonzaba un poco de confesarle sus propósitos, pero
sabiendo que tenía mucha confianza con ella y que esa amiga era una de las que
manifestaban más naturalidad al hablar del sexo anal y confesaba abiertamente
haberlo hecho con varios chicos, finalmente se decidió a contárselo.
Quedó con ella en una
cafetería y le contó sus problemas. Se sintió morir de pura vergüenza cuando se
lo confesó, pero al final le explicó, no sin asegurarse de que nadie la
escuchaba en la cafetería, cómo había hecho sus primeros pinitos, sus juegos en
la ducha, el jabón y todo lo demás. Su amiga no se sorprendió al recibir toda
esa información, y sonrió pícaramente a medida que le iba contando todos los
detalles. La tranquilizó mucho y le dijo con toda la naturalidad y normalidad que
le fue posible, que el sexo anal requiere de una preparación y un poco de
entrenamiento si se quiere hacer placentero. Le explicó cómo ella misma había
pasado exactamente por los mismos problemas que en ese momento la atormentaban
y le dijo que no tenía nada por lo que preocuparse. Aquellas palabras
tranquilizaron en cierta medida a Alicia.
Su amiga comenzó por
hablarle de la importancia de la higiene, ya que la zona así lo requiere para
evitar problemas, y luego le explicó los detalles más importantes acerca de la
preparación física y mental. Incidió de forma especial en la parte mental, que
además era la que a ella más le atormentaba. El sexo anal es una cuestión de
actitud, le explicó. Hay que abrir la mente antes que el agujerito. Si no abres
primero aquí arriba, le dijo señalándose una sien, será imposible que te abras
allí abajo. Son dos partes de tu cuerpo totalmente unidas y sincronizadas.
―Mira ―le explicó su
amiga―, lo normal es que por ahí no deba entrar nada. Está diseñado sólo para
expulsar, y por eso, el propio esfínter, controlado por tu cerebro, se protege a
sí mismo y tiende a cerrarse cuando nota que algo lo amenaza. Pero si logras
controlarlo y hacer que reaccione a tus estímulos y tus órdenes, te sorprenderá
de lo que es capaz.
―Ya ―continuó Alicia―,
pero es que por más que insistí y empujé, no había manera. Me dolía mucho y…
como que se cerraba.
―Tienes que ir poco a
poco ―la tranquilizó ella―. Te aseguro que nadie lo consigue en el primer
intento. Ni siquiera tras varias veces. Y quien te diga lo contrario, miente. Lo
primero que tienes que hacer es aprender a relajar el esfínter. Y para ello,
tienes que estar relajada tú también. Si tú no estás tranquila ―dijo
señalándose de nuevo la cabeza―, allí abajo tampoco lo vas a estar. Comienza
por estimular la zona como habías empezado, con los dedos, pero sin intentar
meterlos. Eso vendrá más tarde. Simplemente acaricia la zona y rodéala una y
mil veces pero sin hacer presión. Deja que se acostumbre a ser estimulada. Pasea
con los dedos de arriba abajo, acariciándote suavemente y sin intentar vencer
su resistencia. Ni siquiera te centres sólo en el ano. Juega en toda la zona. De
lo que se trata es de que tú misma te acostumbres a sensibilizar toda el área y
a perder el miedo poco a poco. Es mejor que uses también un lubricante
específico en lugar de jabón. Eso ayudará mucho. A medida que te vayas
acostumbrando a estimularte ahí, tú sola vas a ir avanzando, haciendo presiones
cada vez mayores hasta que estés lista para introducir algo, bien sea un dedo o
cualquier objeto que te apetezca.
Alicia estaba perpleja
ante lo que su amiga le estaba contando. Parecía que fuera una auténtica
experta y desde luego, todo lo que decía tenía sentido. Y además concordaba con
todo lo que ella había leído por su cuenta en Internet y en múltiples foros sobre
el tema tratando de aprender y formarse. Sabía que quería experimentarlo, pero
también quería conocer los riesgos y los posibles inconvenientes de hacerlo.
Por eso buscó toda la información que le fue posible.
―Cuando creas que estás
lista para entrar por ahí atrás ―continuó su amiga―, no lo hagas con algo
grande. Es contraproducente. Usa algo fino y delgado que al culete no le cueste
mucho admitir. Yo empecé con un lapicero de esos de madera. Es suficientemente
fino como para no exigirle un gran trabajo al esfínter y me permitió sentir por
primera vez lo que era notar algo ahí dentro. Por supuesto, no lo hagas por la
punta sino por la parte redondeada de atrás. Luego ya tendrás tiempo de usar
otras cosas, como todo el mundo. Y no te avergüences de hacerlo. Hay gente que
usa zanahorias, plátanos, pepinos o calabacines y otros cientos de objetos
extraños. Pero yo te recomiendo que pases de eso. Si realmente quieres hacerlo
bien, ve a un sexshop y compra un vibrador. Es lo más seguro, y me refiero a tu
integridad y a tu satisfacción. Y por supuesto, es lo más higiénico y limpio.
Ahora los hay de todo tipo y hasta los hacen especiales y específicos para eso.
Puedes escoger entre millones de formas, colores, tamaños y grosores. Incluso
hay kits con varios juguetes para iniciarse y poder ir poco a poco. La cara de
Alicia debió de ser todo un poema tras todo lo que su amiga le reveló.
―Pero lo más importante ―continuó
la experta―, es que cuando lo vayas a hacer de verdad con un chico, le pidas
paciencia y respeto. Si es delicado y sabe ajustarse a tus tiempos, lo
disfrutaréis mucho los dos. Pero si es brusco, impaciente y egoísta, será un
fracaso total y es posible que hasta decidas no volver a intentarlo nunca. Y
sería una pena. El sexo anal es algo maravilloso si se hace bien y puede
proporcionar un placer extremo a los dos, pero puede ser una experiencia
horrible si no se toman las precauciones adecuadas, incluidas las mentales.
―¡Tía, no sé cómo
agradecértelo! ―exclamó Alicia―. Es tan difícil hablar de estas cosas con
nadie. Pero creo que tú me has resuelto todas las dudas.
―No hay nada que
agradecer ―contestó ella―. Ese precisamente es el problema. Hay demasiados
tabúes en torno a este asunto que lo hacen prohibido y proscrito en la
sociedad, cuando debería ser algo natural. Al fin y al cabo, es algo que se
lleva haciendo desde que el hombre es hombre y aunque siempre se oculta, no
debería ser así.
Continuaron en la
cafetería durante casi dos horas más. La charla fue muy amena y, aparte de
resolver las dudas de Alicia en el asunto que le preocupaba, estuvieron
hablando de mil cosas más como dos buenas amigas. Al final, Alicia pagó las
consumiciones y se despidieron en la puerta de la calle con un par de besos y
la promesa de mantenerse informadas mutuamente de los progresos realizados.
Con todos los consejos
recibidos, Alicia se esforzó por no obsesionarse con el asunto y hacer los avances
que fueran necesarios pero sin agobios, sin marcarse fechas ni tiempos. Visitó
un sexshop, como le había recomendado su amiga, y alucinó con la cantidad de
cosas que había allí disponibles para eso y para otras muchas cosas más. Y tal
y como ella le sugirió, compró un lubricante específico para uso anal y también
un juego de consoladores con distintos plugs, dildos, tiras de bolitas, y hasta
vibradores para iniciarse en el placer anal. Le llamó la atención que ninguno
era grande y grueso y que excepto uno, que sí simulaba parecerse un poco más a
un pene real con ventosa y todo, casi todos eran lisos y más bien pequeños,
sobre todo, finos. Por eso eran para iniciarse.
Ya en la intimidad de su
casa, se leyó todos los prospectos, instrucciones y recomendaciones de los
nuevos juguetes y comenzó a experimentar con ellos. Lo primero que usó fue el
lubricante y sus propios dedos. Y justo como le había prometido su amiga, el
tacto resbaladizo y sedoso del aceite, mejoró ostensiblemente el placer
obtenido comparado con los días que había usado simplemente jabón. El gel de la
ducha estaba bien, pero tan pronto como presionaba un poco en el esfínter,
enseguida notaba un ligero escozor producido por el PH del producto. Sin
embargo el lubricante, además de ofrecer un tacto mucho más deslizante y agradable,
no picaba ni escocía. Se sorprendió a sí misma untándose generosamente toda la
zona comprendida entre el ano y el clítoris y aprovechó la nueva lubricidad
para masturbarse estimulándose con ambas manos, una por delante y otra por
detrás. Estaba haciendo progresos y obtenía gran placer al tocar y estimular el
ano con ciertas presiones aunque aún no lo penetrase. Intentó hacerlo en un par
de ocasiones, pero a pesar de la menor resistencia con el lubricante, seguía
cerrándose de forma refleja y no lograba su objetivo.
Recordó entonces lo que
le explicó su amiga acerca de la relajación mental y el lapicero y decidió
cambiar de estrategia. Se llevó todos los juguetes desde el baño hasta la cama
y allí se tumbó y se relajó todo lo que pudo. Puso un disco de Enya en el
reproductor para crear un poco de ambiente y desconectó el teléfono para que
nadie la molestara. Luego encendió unas barritas de incienso aromático, cerró
las persianas y prendió unas pocas velas. Necesitaba concentrarse y sobre todo,
relajarse. Completamente extendida y desnuda sobre la cama, dejó que sonaran
las dos o tres primeras canciones sin hacer absolutamente nada, sólo relajarse.
Mantuvo los ojos cerrados y la mente en blanco y se limitó a dejar que la
música, la calma y los olores invadieran todo su ser. De no haber sido porque
estaba sexualmente excitada, probablemente se habría quedado dormida, pero
pasados unos pocos minutos, comenzó la acción. Se colocó de lado, en posición
fetal sobre su costado izquierdo, y aplicando una generosa cantidad de
lubricante en las yemas de los dedos de su mano derecha, se los llevó hacia su
trasero y procedió a extenderlo con suavidad por todo el valle que dividía sus
nalgas. Sintió un ligero escalofrío al principio al notar la fresca temperatura
del lubricante, pero enseguida comenzó a acariciarse arriba y abajo, desde la
rabadilla hasta los mismos labios vaginales, y pronto el viscoso líquido adquirió
el calor que ella ya desprendía. Lo hacía suavemente, sin prisa, sintiéndose
tranquila y sosegada, sincronizada con los miles de coros de la celestial
música de Enya, con los ojos cerrados, y sobre todo, profundamente relajada.
Estaba consiguiendo el necesario estado de relajación mental del que su amiga
le había hablado.
Los primeros movimientos
y estimulaciones fueron suaves, sin desear penetrar en ningún sitio. Tampoco en
su vagina. Encontraba placer en el sencillo acto de hacer que su dedo corazón
recorriese todo su valle y extendiese el lubricante de la forma más uniforme
posible. La cantidad del mismo había sido generosa, y pronto la segregación del
suyo propio y su mezcla con el artificial,
hizo que toda la zona estuviera muy mojada. Juraría incluso que hasta podía
sentir cómo parte de la viscosa mezcla escapaba de su entrepierna y comenzaba a
resbalar hacia su muslo izquierdo hasta llegar al colchón. No le importó ni lo
más mínimo que se pudieran manchar las sábanas. Realmente estaba relajada y
concentrada.
Tras varios minutos de
estimulación, comenzó a hacer pequeñas presiones y muy ligeras incursiones en
zonas más internas. Para no perder la concentración y el nivel de excitación,
lo hizo primero en la zona vaginal. No era la primera vez que se masturbaba, ni
mucho menos, y sabía bien cómo hacerlo. Recorrió con las yemas de los dedos los
labios externos y sintió la inflamación y la altísima temperatura que ya
tenían. Lo hizo infinidad de veces, tal era su placer y su ausencia de prisa.
Luego se entretuvo algunos minutos en rodear y torturar su clítoris, y cuando
ella misma se dio cuenta de que había comenzado a jadear ligeramente, se
penetró la vagina con dos dedos y apretó con fuerza las piernas para imaginarse
que estaba con un chico que la estaba haciendo el amor. Como acto reflejo,
también se encogió un poco más, exagerando así la postura fetal y haciendo que
el trasero quedara más salido y expuesto. Fue en ese momento cuando sintió la
necesidad de atender su parte posterior y, sin olvidar su vulva, cambió de
posición las manos, de forma que ahora era su zurda la que la penetraba por
delante y entre las piernas, y la diestra pasó por encima de sus caderas para
regresar a su zona anal. Ahora tenía una mano estimulando de forma externa cada
uno de sus dos orificios de entrada, y si bien con una hacía pequeñas
penetraciones entre sus labios, con la otra de momento sólo rozaba, rodeaba y
presionaba muy ligeramente su portal trasero.
Era tremendo el placer
que sentía al combinar los dos tipos de estimulación, y si bien cada uno de
ellos por separado ya era de por sí delirante, la unión de ambos sencillamente la
hacía perder el control. De hecho, casi estuvo a punto de tener su primer
orgasmo. Pero de momento lo quería evitar porque lo que en verdad deseaba era
aprender a disfrutar de la novedad del sexo anal. Se contuvo y dejó de
masturbarse vaginalmente para evitar llegar al punto álgido y que le diera
luego el bajón. Había logrado el estado de máxima relajación mental y al mismo
tiempo el de mayor excitación sexual. Era la hora de seguir adelante con su iniciación.
Sin abandonar su posición
fetal de costado, cogió uno de los juguetes que tenía desplegados delante de
ella por toda la cama y se dispuso a utilizarlo. Era una larguísima tira
flexible de bolas de goma unidas entre sí, y cuyo diámetro iba en aumento. La
más pequeña era tan diminuta como un piercing redondo de ombligo, situada en
uno de los extremos de la tira, y la más grande podría tener aproximadamente unos
tres centímetros de diámetro. Entre las dos, había todo un muestrario de
bolitas que iban variando gradualmente su diámetro, de forma que la persona que
lo usara, podía pararse o establecer su límite en el tamaño que mejor le
viniera. La verdad es que a Alicia le costaba mucho creer que hubiera alguien
capaz de meterse por atrás las de mayor tamaño, pero estaba claro que el
juguete estaba pensado para ello, ya que tras la última bola, había una anilla
para meter el dedo y tirar del juguete entero en caso de haberlo hecho
desaparecer por completo en el interior de alguien.
No obstante, y sin querer
obsesionarse de nuevo con el tema de los tamaños, decidió sobre la marcha que
usaría la tira de bolas primero en su vagina para familiarizarse bien con su
funcionamiento y con objeto también de lubricarlo y humedecerlo todo lo posible.
Además, era un nuevo juguete que nunca había probado y que le apetecía conocer.
En sus sesiones masturbatorias, sólo usaba generalmente sus dedos y en alguna
rara ocasión se había introducido algún objeto como un plátano o un dildo. Fue
uno que una vez compraron entre varias amigas para una fiesta de despedida de
soltera y que al final quedó en su casa. Pero le daba tanta vergüenza tenerlo y
que alguien se lo descubriera, que al final se deshizo de él.
Sin demasiado esfuerzo,
estando tan excitada como estaba, y sobre todo tan mojada, las bolitas fueron
entrando una a una con suma facilidad en su vagina. Cuando llegó más o menos
hacia las del centro, se detuvo e hizo uso de la argolla del extremo final.
Tiró levemente hacia fuera y todas las bolas que habían entrado, poco a poco
fueron saliendo, produciendo que los labios se abrieran y se cerraran con cada
bola extraída, adaptándose así a cada tamaño. Cuando ya sólo le restaba una
bola por sacar, invirtió de nuevo el movimiento, volviendo a meterlas otra vez.
Llegó casi hasta el final, dejando fuera únicamente las dos últimas, las de
mayor diámetro. Sin apenas darse cuenta, pronto comenzó a masturbarse a base de
meter y sacar las bolas sin pausas y disfrutando del placer proporcionado por
el constante cambio de tamaño de la bola que la penetraba. No sabía cómo había
podido vivir tanto tiempo sin aquel juguete. Era sencillamente maravilloso. ¡Y
no necesitaba pilas!
Por orgullo propio, se
obligó a usar hasta la última bola y se sorprendió a sí misma con todo el
juguete en su interior. Todo excepto la anilla del final para recuperarlo. No
fue muy difícil meterlas todas, pues aunque la última bola era grandecita, ella
había conocido algún pene de mayor diámetro. No era problema para su sexo
engullir y asimilar aquel grosor. Distinto sería con el ano.
Decidida a continuar con
lo que la había llevado hasta allí, sacó la tira entera, y comprobando que
efectivamente estaba empapada y lubricada hasta la misma anilla, comenzó a
jugar con el extremo de la bolita más pequeña en la entrada de su ano. La zona
seguía muy lubricada, ella muy relajada y la predisposición intacta, por lo que
la primera bolita entró sin apenas esfuerzo gracias al diminuto tamaño. Sintió
placer, aunque no sabría muy bien cómo definirlo. Quiso asegurarse de hacer las
cosas bien, y antes de atreverse con la segunda, extrajo la primera. Y para su
sorpresa, creyó sentir más placer al sacarla que al meterla. Repitió la acción
de nuevo y comprobó que le era muy fácil meter y sacar el primer eslabón de la
cadena. Y que al igual que sucedía con la vagina, el placer provenía de la
adaptación al tamaño invasor y luego la vuelta a la posición natural. Era la
apertura y el cierre del anillo anal lo que le producía el goce, no el hecho en
sí de tener algo dentro.
Al intentar meter la
segunda, notó que el esfínter se cerraba y ofrecía resistencia a recibir
cualquier cosa de mayor diámetro. Volvió a intentarlo, pero con idéntico
resultado. Y aún lo intentó un par de veces más, pero aquello no funcionaba. Dolía
y no se veía capaz de lastimarse a sí misma. No podía. A punto como estaba de
frustrarse y abandonar, se acordó de las palabras y los consejos de su amiga y
se esforzó por intentarlo una vez más, pero esta vez tratando de relajarse aún
más. Recordó que su amiga le explicó que cuando le tenía que poner un
supositorio a alguno de sus sobrinos más pequeños, sólo lo lograba cuando
conseguía distraer su atención momentáneamente con alguna broma o juego y
relajaban el esfínter, desprotegiéndose. Así que lo intentó e hizo un par de
pruebas tratando de contraer y expandir el orificio usando la musculatura de la
zona y se dio cuenta de que podía hacerlo. Se concentró y coordinó el
movimiento de relajación del anillo con el de presión de su muñeca empujando la
tira de bolitas cuando el ano tendía a abrirse. Y como por arte de magia, la segunda
bolita desapareció engullida sin apenas esfuerzo y sin dolor. Sonrió orgullosa
por su triunfo.
Volvió a sacarla, y de
nuevo sintió placer al notar que el anillo se dilataba para permitir la extracción,
aunque esta vez le dolió un poco más que con la primera bola. Pero se dio
cuenta de que tras haber aceptado ya la segunda, su ano toleraba la primera sin
ningún tipo de esfuerzo, lo que finalmente la hizo comprender del todo los
consejos de su amiga cuando le dijo que además de relajación, se necesitaba
práctica. Repitió el proceso una vez más, y cuando se sintió cómoda metiendo y
sacando la segunda bolita sin apenas dolor ni dificultad, se atrevió con la
tercera. El proceso fue exactamente el mismo. Demasiada resistencia al
principio, incluso un poco de dolor, pero éxito inmediato cuando relajó el
esfínter y sus músculos se dilataban para admitir nuevos cuerpos extraños.
Estaba claro que era un proceso progresivo y que lo único que tenía que hacer
era entrenar su ano para acostumbrarlo a ir admitiendo poco a poco mayores
diámetros.
En un momento dado, sacó
todo el juguete y comprobó con admiración que ahora, fruto de la práctica y de
la gran cantidad de lubricante que había en la zona, era capaz de meter también
uno de sus dedos. No en vano, la tercera bolita que había conseguido
introducirse tenía algo más de grosor que su dedo corazón. Se asombró
gratamente al comprobar que ahora sentía gran placer en meter y sacar su dedo
de su orificio posterior. Era como cuando se masturbarba normalmente, pero por detrás.
¡Y le gustaba! Los puntos de placer eran diferentes a los habituales, y las
sensaciones eran algo distintas también, pero quizá por la novedad estaba
enloqueciendo de placer. Notaba un poco de escozor y quemazón, sin duda por la
falta de costumbre o posiblemente por los aditivos del lubricante, pero de
cualquier forma, la molestia era mucho menor que cuando se inició con el gel en
la ducha.
Regresó a la tira de
bolas, y ya más decidida y atrevida, continuó aprendiendo a meter poco a poco
las de tamaño intermedio. Cuando quiso darse cuenta, era capaz de hacer
desaparecer más de media docena de bolitas en su interior, y se sorprendió a sí
misma queriendo llegar aún más lejos y usar todas las bolas. No lo consiguió en
esa sesión, pero se prometió a sí misma que pronto lograría llegar hasta la
anilla.
Exhausta por las casi dos
horas de nuevas experiencias, recogió todos los juguetes, cambió las sábanas y
se aseó en el cuarto de baño con una ducha larga y placentera, haciendo
especial hincapié en toda su entrepierna y el culete para eliminar todo rastro de
lubricante y algún que otro resto pequeño de heces.
Pasaron varios días hasta
que se decidió a experimentar de nuevo. Aún no le había dicho nada a su amiga,
pero quería hacerlo. Decidió que le contaría sus progresos cuando fuera capaz
de usar la última bolita o alguno de los otros juguetes que venían en el kit
que compró. Alguno de los plugs era un poco intimidatorio y, aunque no estaba
obsesionada con el asunto, no dejaba de pensar que tenía que estar bien
preparada para el caso de que el día que se lo propusiera a un chico, éste
tuviera un pene demasiado ancho.
La primera mitad de la
tira de bolas no le costó nada conquistarla de nuevo en la segunda sesión. Para
el resto del juguete, sí necesitó de nuevo varios intentos y nuevas dosis de
relajación porque su cuerpo aún se resistía a admitir algunos tamaños. Pero con
esfuerzo, tesón y relajación, no tardó mucho en conseguir hacer desaparecer la
última bolita y dejar únicamente la anilla de seguridad en el exterior. Se
quedó inmóvil unos instantes con todo el juguete dentro, como saboreando su
triunfo, y súbitamente decidió que necesitaba ver en el espejo su logro. Sin
pensarlo mucho, se levantó de la cama y se fue al baño para comprobar lo que
había conseguido. Levantó un pie hasta la encimera de mármol del lavabo y
sonrió ante la imagen obtenida en el espejo de su ano con una simpática anilla
de goma asomando por fuera. Tiró de ella con decisión, y aunque la primera
bolita le hizo algo de daño al salir, fue sacando de nuevo todas hasta que la
tira entera estuvo completamente fuera. Luego invirtió el proceso y se recreó
en la visión de ver cómo el ano se dilataba y se cerraba con cada una de las
bolas que de nuevo engullía. Se entretuvo especialmente en sacar y meter todas
las bolas de la primera mitad a una cierta velocidad, como queriendo simular
las embestidas de un acto sexual con compañía en lugar de sola.
Insistió en volver a
meter todas de nuevo, y cuando lo hubo conseguido un par de veces, ya controlando
el dolor y el placer a voluntad, regresó a la cama para experimentar con otros
juguetes. Y lo hizo con toda la tira de bolas metida hasta la anilla, por lo
que el paseo desde el baño hasta la habitación le produjo una nueva sensación
hasta entonces desconocida para ella. Caminar, y el movimiento natural de las
piernas al desplazarse, la hicieron sentir también un gran placer, ya que a
cada paso, el juguete le recordaba que estaba ahí dentro, rozando y presionando
contra las paredes de su recto.
Eso le hizo decidirse al
llegar a la cama por las bolas chinas. Tenían menos diámetro que la bola más
grande que en ese momento llevaba en su interior, así que supuso que no le
costaría usarlas. No obstante, y tal y como hizo en su primera sesión con la
tira de bolas, las probó primero de forma vaginal, aunque sólo fuera para
lubricarlas bien. Sin sacar la tira de su ano, se metió las dos bolas en la
vagina sin dificultad, y sonrió al ver el cordel que había de quedar por fuera
para recuperarlas. No pudo evitar pensar en los tampones.
Con un juguete metido en
cada una de sus dos cavidades, la tira en su recto y las bolas chinas en su
vagina, comenzó a caminar en dirección a la cocina para comprobar el efecto que
producía la vibración natural de las bolas metálicas. Y para su sorpresa, la
sensación fue sencillamente alucinante. A cada paso que daba, cada una de las dos
bolas hacía chocar y vibrar la que a su vez llevaba dentro. También las dos grandes chocaban
entre sí, por lo que cada paso era como si una vibración constante o una
corriente eléctrica atravesara su recto. El pasillo de su casa era
considerablemente largo, y lo recorrió varias veces en cada dirección, llegando
desde la cocina hasta el dormitorio y viceversa para alargar más la increíble
sensación. No daba crédito a lo placentero que le resultaba tener objetos
extraños en su interior, tanto por delante como por detrás. Y no habría sido
capaz de decidir cuál de las dos sensaciones le gustaba más. Pero fiel a su
objetivo, regresó al cuarto de baño para extraer la tira de bolas de su recto y
sustituirla por el par de bolas que ahora se lubricaban y calentaban en su sexo.
Su esfínter se había
acostumbrado a permanecer cerrado pero con la totalidad de la tira en su
interior, por lo que cuando asió la anilla para extraerla, sí noto un dolor
relativamente fuerte y no logró sacarla en un primer intento. Aún así, recordó
los ejercicios de relajación y sincronizó el movimiento de extracción de su
muñeca con el de expulsión de los músculos de su interior rectal, y finalmente
la bola más próxima a la anilla salió. Y tras ella, el resto de la cadena con
menos esfuerzo hasta extraer completamente el juguete. Dejó la tira en el
interior del lavabo y repitió el proceso de extracción, pero esta vez con las
bolas metálicas que aún permanecían en su vagina. Costó mucho menos sacarlas y,
cómo ya imaginó, salieron totalmente lubricadas y brillantes, no sólo por ser
cromadas con acabado de espejo, sino también por la película que ahora las
recubría. Estaban pringosas y resbaladizas por la mezcla de sus propios fluidos
y el lubricante que había comprado para su iniciación. Sin demorarse mucho para
no perder la excitación, se introdujo las dos bolas plateadas por detrás y se
quedó inmóvil unos segundos, como queriendo acostumbrarse al nuevo cuerpo
invasor. Cuando el ano se cerró de nuevo tras el paso de la segunda, hizo un
par de movimientos pélvicos para comprobar cómo vibraban en su interior. Y si
el placer que obtuvo con esas mismas bolas en la vagina fue maravilloso, el que
experimentó con ellas en el recto fue sencillamente sublime, apoteótico,
espectacular. Cada vibración de cualquiera de las dos bolas, y las que a su vez
llevaban dentro, no sólo estimulaban y excitaban el interior de su recto, sino
que además con cada reverberación, le subía un tremendo escalofrío desde el propio
ano y hasta mismísima nuca, recorriendo su espalda a la velocidad de la luz,
haciendo estragos en la tranquilidad de su vello y poniéndolo de punta
inmediatamente. No sabía cómo había podido estar tanto tiempo sin conocer este
tipo de juguetes y, lo que es peor aún, sin haber experimentado el placer del
sexo anal. Era delicioso y maravilloso.
Volvió a salir del baño y
repitió los paseos por el pasillo hasta la cocina y vuelta varias veces más. Lo
hizo a distintas velocidades, desde caminando lenta y pausadamente, hasta
prácticamente corriendo para ver la diferencia en la forma de vibrar de las
bolas gemelas. Cualquier velocidad que escogiese era un auténtico delirio para
sus sentidos. Sencillamente la encantaba y la volvía loca de puro gozo. En el
último de los paseos, justo cuando ya había decidido que regresaría al
dormitorio a probar otros juguetes, pensó que tenía que probar a usar aquellas bolas en un día normal, quizá
en el trabajo o simplemente paseando por la calle, haciendo la compra o
saliendo alguna noche con sus amigos. Seguro que sería una experiencia
inolvidable, aunque dudaba que se atreviera a hacerlo.
Finalmente se sacó las
bolas vibrantes y regresó a la cama, donde tenía expuesto el resto de juguetes.
Comenzó a hacer pruebas con prácticamente todos ellos, sin lograr decidirse por
ninguno en concreto. ¡Había tantos! El siguiente fue un consolador liso y largo
que, al tener un diámetro contenido no le costó meter casi hasta el fondo a la
primera. Tenía vibración a pilas, así que una vez dentro, activó el interruptor
y se deleitó con el placer que la vibración de aquel aparato producía en su
interior a distintas velocidades. Era una sensación similar a la que proporcionaban
las bolas anteriores, pero tenía la ventaja de poder estar quieta y relajada,
sin necesidad de moverse, mientras el juguete hacía su función él solito. Era
un juguete “manos libres”. Pensó que sería idóneo para los momentos de
masturbación mística en los que podría tumbarse, quedarse completamente quieta,
cerrar los ojos y tocar el cielo.
Lo siguiente que probó
fue un plug que tenía una ventosa en su parte inferior y se podía adherir a
cualquier superficie plana. Lo pegó en una silla de madera que tenía junto al
escritorio de su dormitorio, retirando el cojín, y poco a poco se fue sentando
sobre él. Pero aunque la primera mitad era relativamente estrecha y entraba sin
dificultad, la segunda mitad y especialmente el final, era excesivamente gruesa,
y por más que lo intentara y se exigió a sí misma, no lo consiguió. Era
demasiado. Mucho más de lo que ella podía dilatar por el momento. Así que
rápidamente desechó el juguete y pasó al siguiente. El escogido fue justo el
que quiso usar prácticamente desde el principio, ya que se trataba de una
réplica casi exacta de un pene humano, con todas sus formas y relieves, el
resalto del glande y hasta las venas del tronco, que trepaban por él como
intrincadas enredaderas. Pensó que si algún día conseguía tener sexo anal con
algún chico, necesitaría sentirse cómoda usando ese consolador. Era lo más
parecido a un pene de verdad.
El diámetro del juguete
era bastante similar al de las bolas chinas, por lo que ya sabía que no le iba
a suponer un esfuerzo ímprobo dilatar el esfínter para introducírselo. Pero le
preocupaba el hecho de que los casi dieciocho centímetros de longitud del
juguete, obligaran al anillo anal a estar dilatado y sin poder regresar a su
posición natural todo el tiempo que el juguete estuviera en su interior. Al fin
y al cabo, las bolas abrían el esfínter durante un segundo o dos, pero
permitían volver a cerrarlo inmediatamente después de su paso. No se lo pensó
demasiado y, puesto que seguía excitada y muy lubricada, colocó el glande de
goma en su entrada posterior y poco a poco fue presionando. No fue difícil
vencer la resistencia inicial y dilatar lo suficiente como para que la cabeza del
pene de goma entrara. Sus prácticas anteriores habían dado sus frutos, y la
relajación y el entrenamiento ya le permitían controlar su esfínter casi a
voluntad. Empujó con suavidad pero con determinación, y poco a poco, los dieciocho
centímetros de goma fueron desapareciendo dentro de ella. Cuando llegó al final,
invirtió el proceso, y a la misma velocidad a la que los introdujo, comenzó a
sacarlos.
Si tuviera que decidir, no
podría asegurar qué le proporcionaba más placer, meterlo o sacarlo. Pero de lo
que sí estaba completamente segura era de que lo que más le gustaba era el
movimiento lento de entrar o salir. Era la fricción contra el anillo anal lo
que la volvía loca. El rozamiento y el relieve del glande y las venas lograban
que su espalda se arqueara y que cientos de escalofríos la recorrieran de
arriba abajo.
Su temor inicial a que el
anillo estuviera abierto demasiado tiempo y eso la doliera, pronto se vio
confirmado cada vez que se quedaba quieta. Cuando lo tenía dentro del todo y se
quedaba parada, notaba un ligero dolor y sentía cómo su ano luchaba por
cerrarse sin poder lograrlo por culpa del intruso que albergaba. Los sucesivos
intentos que llevó a cabo para tratar de acostumbrarse fueron todos en vano. Si
se quedaba quieta no disfrutaba, pero si había movimiento del juguete hacia
delante o hacia atrás, el placer era infinito y los escalofríos campaban a sus
anchas por la espalda como si fueran relámpagos en un cielo tormentoso. Así
pues, simplemente se dedicó a empujar y sacar con su muñeca aquel artefacto
fusiforme desde la misma punta del glande, hasta el inicio de la ventosa. Todo
menos quedarse quieta con ello dentro.
Eran dos los momentos de
máximo placer en aquel juego. Por un lado, cada vez que extraía el juguete del
todo y el ano podía cerrarse por completo de nuevo. Sentía un placer
extraordinario con ello, como un gran alivio. Y por otro lado, cada vez que
llegaba al final de los dieciocho centímetros y su esfínter se veía obligado a
abrirse lo máximo posible, ya que en la zona de la ventosa el diámetro del pene
de goma era mayor que en el glande y en el resto del tronco. Algunas veces
trataba de quedarse quieta con todo el juguete dentro y presionando con firmeza
para que no se saliera, pero su esfínter protestaba en forma de pequeñas
convulsiones, escozores, picores y porqué no admitirlo, un fuerte dolor. Pero
era precisamente esa mezcla entre el dolor, la quemazón y el placer, lo que la
llevaba casi hasta la extenuación y el paroxismo. Se estaba sodomizando ella
misma y estaba enloqueciendo de placer al hacerlo.
Para su sorpresa, y a
diferencia de la estimulación vaginal que requería de cierto ritmo, por atrás la
velocidad no era un factor principal. De hecho, sentía mucho más placer cuando
el juguete entraba y salía despacio que cuando lo hacía a gran velocidad. Era
el rozamiento y el diámetro lo que producían mayores cotas de placer, y por lo
tanto, cuanto más tiempo estuviera el anillo siendo friccionado y también forzado
a estar abierto y más diámetro se le exigiera, más placer experimentaba. Por el
contrario, si lo hacía deprisa, el dolor superaba el placer y no disfrutaba
tanto. Satisfecha consigo misma por haber logrado aprender a controlar su
esfínter a voluntad, y también por haber conseguido dosificar y manejar el
placer a su antojo, dio por concluida la sesión y, recogiendo todos los
juguetes, se fue al baño para ducharse y asearse bien. Aún practicó dos o tres
sesiones más en la soledad de su hogar para entrenarse bien, y cuando decidió
que estaba contenta y satisfecha con sus logros, se dijo a sí misma que era el
momento de dar el siguiente paso. Y ése no era otro que hacerlo con un pene
real.
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Nota: este relato tiene una continuación en una segunda parte más extensa en la que Alicia experimenta el sexo anal real con Álvaro, un antiguo novio suyo. No dejes de leerla.