La extraña relación entre Alicia y Allan se prolongó durante algunas semanas más, el tiempo que necesitó la pierna de Allan para recuperarse del todo. Las sesiones de masaje se multiplicaron, todas en casa de Alicia, y se fueron alternando con las de rehabilitación, que el rugbista hacía por su cuenta siguiendo las directrices del fisio del equipo.
El viernes por la noche
en casa de ella se convirtió en un clásico. Allan llegaba con unas cervezas y
comida preparada, y Alicia le practicaba la correspondiente sesión de masaje
terapéutico, aunque terapéutico era solo al principio. Casi siempre terminaban
teniendo sexo, unas veces en la propia camilla de la sala de masajes, y otras,
en la bañera, el salón o incluso en el dormitorio.
Tras el sexo, calentaban
la cena y se sentaban en el sofá a escuchar música, casi siempre la de Alicia,
y a charlar o a ver alguna peli. Incluso se engancharon a una serie y vieron
todos los capítulos juntos, siempre arrimaditos y abrazados.
Tan solo un día Allan
amaneció por la mañana en casa de Alicia. Ella era muy quisquillosa con esas
cosas, e imponía unos límites muy claros para que no hubiera lugar a dudas. No
consideraba la relación con Allan como un noviazgo. Ni siquiera lo llamaba
“salir con él”, pues ni siquiera salían a ningún sitio juntos. Pero una noche,
durante una película aburrida, se quedaron dormidos en el sofá y, cuando se
dieron cuenta, era muy tarde para marcharse. La sesión de sexo había sido
especialmente dura y larga, y la película demasiado tediosa, así que cuando Allan
despertó con un fuerte respingo, Alicia miró el reloj y decidió sobre la marcha
que a esas horas no merecía la pena que el chico se fuera de su casa.
―Son las cuatro de la
mañana ―dijo―, creo que es mejor que te quedes a dormir. No son horas de ir a
ningún sitio.
―Apoyo la moción
―contestó Allan bostezando y desperezándose―. ¿Quieres que me quede en el sofá?
―No ―negó Alicia―, puedes
venirte a la cama conmigo. ¡Ven, anda!
Cogió la mano del chico y
tiró de él para levantarle del sofá. Luego caminaron juntos, aún de la mano,
por el pasillo hasta el dormitorio.
No hubo más sexo esa
noche a pesar de meterse desnudos en la cama. Se colocaron en la posición de la
cucharita, que Alicia adoraba, y se quedaron profundamente dormidos. Aquella
noche supuso un antes y un después en la relación de ambos. Uno se hizo una
serie de ilusiones que la otra ni siquiera contemplaba.
Por la mañana sí hubo
sexo antes de levantarse de la cama. La culpa fue de la posición de la
cucharita. Alicia amaba esa postura por muchas razones. La primera de ellas,
porque a ella la abrazaban, y eso siempre es reconfortante. La segunda, porque
la cantidad de centímetros cuadrados de piel de ambos que estaban unidos era la
máxima posible y, además, lo era en la espalda, que para ella era una zona
especialmente sensible y erógena. También adoraba sentir la respiración y las
cosquillas de Allan en su cuello y su nuca. En la nuca de Alicia tenían origen
todos los escalofríos que recorrían su cuerpo. Era como el kilómetro cero de la
Puerta del Sol de Madrid, génesis de todas las carreteras de España. Y por
supuesto, la posición permitía que su amante tuviera acceso total a sus pechos,
que siempre agradecían la sujeción natural y delicada que ofrecían las manos en
contraposición a los torturadores aros metálicos del sujetador. Finalmente,
sentir el pene en su trasero, acomodado y dormido en el valle de sus cachetes
era algo que la volvía loca. Más que sentirlo dormido, lo que le gustaba
sobremanera era notar cómo se despertaba poco a poco y la dureza aumentaba
paulatinamente. La encantaba comprobar la relación inversamente proporcional entre
la respiración profunda y acompasada de su amante sobre la nuca y el estado de
flacidez del pene en su valle posterior. Le parecía súper excitante que, cuando
los ronquidos desaparecían de su nuca, automáticamente aparecía en su trasero
una creciente presión acompañada de una agradable sensación de lubricación.
Ningún pene puede evitar expulsar lubricante natural cuando entra en estado de
excitación.
Y aquello fue lo que
ocurrió esa mañana. Alicia se despertó primero y permaneció inmóvil durante
muchos minutos. Quería mantenerse así. Estaba muy a gusto. Allan la abrazaba
desde atrás, cruzando un brazo sobre el torso de Alicia y sujetando uno de sus pechos
con esa mano como si fuera a escaparse. El otro brazo servía de almohada para
Alicia, que mantenía su oreja reposando sobre el voluminoso bíceps de Allan. El
rizado pubis de Allan descansaba contra la rabadilla de Alicia, y el grueso
pene dormía flácido y blando acomodado en la hendidura del redondeado y
respingón trasero femenino.
Tras varios minutos
disfrutando de esa agradable sensación de comodidad y seguridad, Alicia se
sintió excitada, y decidió sobre la marcha que una sesión de sexo matutino estaría
bien para comenzar el día. Además, así le podría exigir después al moreno que
le preparase un buen desayuno como compensación.
Sin que Allan se
despertara, Alicia levantó un poco la pierna del lado contrario al costado en
el que ella descansaba. Y deslizando su mano entre las dos piernas con cuidado
para no despertarle, palpó el miembro de Allan y lo colocó convenientemente,
aún flácido, para que quedara descansando directamente sobre su sexo. Luego
volvió a juntar las piernas y mantuvo la dulce prisión para el negrito calvo.
Allan no llegó a despertarse siquiera, pero paladeó pastosamente en la nuca de
Alicia y la atrajo aún más hacia sí. Ella adoraba cuando él hacía eso. La
volvía loca su fuerza física y su capacidad para manejarla sin apenas esfuerzo.
Segundos después, y ante la inmovilidad de Alicia, que sonrió con malicia,
continuó roncando pesadamente. Le iba a conceder unos minutos más, los que ella
necesitaba para terminar de excitarse, comenzar a lubricar y pensar qué iba a
querer hacer o dejar que la hiciesen.
La misma mano que antes
acomodara el pene de Allan sobre su sexo, comenzó ahora a acariciar suavemente
su clítoris y el inicio de sus labios vaginales. Si algo le gustaba a Alicia
cuando se daba placer ella misma era la tranquilidad y el ritmo que podía imprimir
a sus acciones. Los chicos habitualmente son muy impacientes y enseguida buscan
su propia satisfacción, olvidando a menudo la importancia de los preliminares y
los tiempos de preparación.
Así que Alicia se dedicó
al menos diez minutos a sí misma para prepararse, para elevar su grado de
excitación, y para que su sexo estuviera bien lubricado. Se acarició el pubis
con suavidad, también el pecho que Allan había dejado libre y sin agarrar.
Insistió en su clítoris, pero de forma suave y delicada, rodeándolo una y mil
veces y acariciándolo sin apenas rozarlo. Y a medida que se iba excitando más,
poco a poco iba profundizando en la hendidura que formaban sus labios, siempre
sin llegar hasta donde descansaba el glande de Allan para no despertarle. Logró
introducir el dedo índice en su interior y comprobó con agrado que estaba
bastante mojada. Se llevó el dedo a la boca y saboreó sus propios flujos. Luego
repitió la operación un par de veces más, al principio solo con un dedo, y
después con dos.
Se autocomplacía con gran
efectividad, mientras que Allan seguía roncándole y resoplándole en la nuca y
con el pene flácido. Estaba totalmente dormido. Todo le gustaba a Alicia, pero
ya necesitaba algo más de actividad y, por supuesto, que lo que albergaba entre
sus piernas resucitara. Volvió a meterse los dedos índice y corazón juntos y,
como si de una cuchara se tratara, intentó extraer con ellos la mayor cantidad
de lubricante posible. Luego levantó ligeramente una de las rodillas para que
sus piernas se abrieran y poder acceder así al miembro de Allan. Posó sus
recién humedecidos dedos sobre el frenillo, y lo acarició con suma suavidad. No
hubo reacción por parte del chico, así que aprovechando que ahora tenía mejor
acceso a la vulva por tener las piernas ligeramente abiertas, volvió a meterse
de nuevo dos dedos, esta vez bastante más profundamente. Esparció el lubricante
obtenido entre los dedos índice, corazón y pulgar, frotándolos entre sí y, con
las yemas bien impregnadas, acudió de nuevo a buscar el glande de Allan. Esta
vez, no solo lo acarició, sino que además rodeó la cabeza del pene con los tres
dedos y se aseguró de que también quedara lubricado. No le hizo falta insistir
mucho. Los fluidos que emanaban del sexo de Alicia ya mojaban prácticamente
todo el miembro de chocolate.
Insistió algunas veces
más y, tal y como había previsto, llegó un momento en el que la flacidez de su
golosina comenzó a desaparecer exactamente al mismo tiempo que lo hacían los
ronquidos en su nuca. Allan estaba despertando.
Alicia aprovechó el
momento de incertidumbre del chico, aún adormilado, para comenzar a hacer leves
movimientos pélvicos para acercar su trasero más al pubis de Allan. Él aún no
estaba despierto del todo, y prueba de ello era que su pene aún permanecía
blando. Engrosando, pero blando aún. Pero los pequeños restregones de Alicia
comenzaron a ponerle ya en situación. Notó el trasero de Alicia empujando
contra su pelvis, y súbitamente sintió un extraordinario calor ajeno en su
pene. Terminó de despertar del todo y rápidamente se hizo una composición de
lugar. Estaba agarrando un pecho de Alicia, ella empujaba hacia atrás para
frotarse contra él, y su pene estaba completamente mojado por algo que a priori
no había salido de su cuerpo. Al segundo siguiente, su cerebro ató todos los
cabos y entendió lo que estaba pasando. La consecuencia fue una erección
inmediata que Alicia sintió de forma automática presionando sobre sus labios
vaginales. El calvito había resucitado.
Allan presionó con cierta
fuerza el pecho que aún tenía abarcado con su mano y, con el otro brazo, hizo
presión sobre el estómago y atrajo a Alicia hacia sí todo lo que pudo. Alicia
enloqueció de placer al sentir que los brazos la aprisionaban con fuerza y el
pene buscaba su camino hacia su interior. Y para colmo, Allan comenzó a darle
besitos en el cuello y en la nuca, lo que hizo que a Alicia se le erizara todo
el vello de su cuerpo.
Pero la posición de
costado no era la más cómoda para la penetración. El pene de Allan era muy grueso,
pero no era especialmente largo, por lo que en aquella posición solo el glande
era capaz de entrar en Alicia, quedando la totalidad del tronco fuera. Y Alicia
necesitaba más centímetros dentro.
Con la mano que tenía
libre, Alicia abrió sus piernas de nuevo y trató de llegar hasta los testículos
de Allan. Los alcanzó y los agarró, tirando de ellos hacia arriba como si al
hacerlo pudiera conseguir que el pene se introdujera más en su sexo. Allan
gimió y murmuró algunas palabras ininteligibles en el oído de Alicia, y
presionó con más fuerza sobre el vientre y el pecho de ella al tiempo que
empujaba su pelvis hacia delante.
Los dos deseaban una
penetración más profunda, pero para lograrla, tenían necesariamente que
abandonar la postura de la cucharita. Fue ella la que tomó la iniciativa. Al
fin y al cabo, ella llevaba ya muchos minutos despierta y excitada, mientras
que Allan prácticamente acababa de despertar. Giró su cuello todo lo que pudo
para buscar con sus labios los de Allan y, tras el beso, le susurró mirándole a
los ojos:
―Quiero que me folles…
Y sin mediar más
palabras, giró sobre sí misma y se colocó completamente boca abajo. Metió las
manos debajo de la almohada y abrió las piernas ocupando casi la totalidad de
la anchura de la cama. Era toda una declaración de intenciones. Le estaba
diciendo a Allan que quería que la cubriese desde atrás como hacen los
animales, en posición sumisa, ofreciendo su retaguardia y con el macho desde
atrás imponiendo su peso y su fuerza sobre ella.
Allan lo entendió a la
primera. Maniobró para escalar sobre ella y, con cuidado de no aplastarla
demasiado, pues la diferencia de peso entre ambos era considerable, acopló su
cuerpo sobre el de ella, apoyando los codos a los lados del cuerpo de Alicia y
las rodillas entre sus piernas abiertas. En esa posición, la mayor envergadura
de él casi tapaba por completo a Alicia, pero casi todo el peso descansaba
sobre el colchón y no sobre ella. Su pecho descansaba sobre la parte alta de la
espalda de Alicia, pero dejándola respirar con comodidad gracias al soporte de
los codos y las rodillas sobre la cama. Su vientre y su pubis se ajustaron a la
curvatura que formaba el trasero de Alicia, y su pene fue a parar al colchón,
mojándolo con su líquido preseminal, pero con el glande presionando sobre los
entreabiertos labios vaginales. Solo necesitaba hacer un ligero movimiento
pélvico hacia delante y se podría colar dentro con facilidad, pero Allan pensó
sobre la marcha que podía intentar otra cosa que nunca antes había hecho en su
vida.
Apoyó más parte del peso
de su cuerpo sobre las rodillas, y se desplazó hacia delante, haciendo que la
base del pene, justo en su unión con los testículos, fuera a descansar
directamente sobre la hendidura de los cachetes del culo de Alicia, cubriéndola
casi en su totalidad con su longitud. Fue conservador y se quedó así unos
segundos por temor a que a ella no le gustara. Necesitaba obtener permiso, si
no era expreso, al menos sí tácito. Aproximó sus labios al cuello de Alicia y
comenzó a darle besitos y pequeños mordiscos. Alicia gimió e hizo fuerza con su
trasero hacia arriba. Era el permiso que Allan necesitaba. Usando sus codos y
sus rodillas, comenzó a moverse hacia arriba y hacia abajo sobre el cuerpo de
Alicia, haciendo que su pecho se frotara sobre la espalda de ella y que su pene,
por efecto del lubricante que expulsaba, resbalara por toda la hendidura del
culo de Alicia. No buscaba el orificio de momento, pero parecía que ese
rozamiento era del agrado de Alicia, permitiendo no solo que él frotara el
tronco de su ariete contra su culo, sino que además elevara el trasero para que
la presión fuera aún mayor. Estaba claro que a Alicia no le molestaba que
jugaran en su retaguardia.
Estuvieron con ese juego
varios minutos, pero llegó un momento en el que el lubricante natural de Allan
se secó con tanto frotamiento, y el de Alicia no llegaba hasta allí arriba, así
que se vio forzado a buscar una solución.
Con ayuda de sus manos,
se fue irguiendo y eliminando la presión de la espalda de Alicia, depositando
pequeños besos en su recorrido, hasta que llegó a los riñones primero y al
culete después. Alicia gimió y elevó el trasero una vez más, como si estuviera
buscando la boca de Allan con él. Él dudó un poco, pero finalmente sacó su
lengua y la pasó con cierta timidez por el surco. Lo hizo sin profundizar. No
estaba seguro de que le fuera a gustar lo que iba a hacer por esas latitudes.
Pero viendo que Alicia gemía más al sentir la humedad y el calor de la lengua
en esa zona, se sintió más excitado y se permitió aumentar la presión de las pasadas.
Acumuló en su boca toda la saliva que pudo, y luego la depositó justo en la
rabadilla, donde comenzaba la divisoria que guiaba hasta el ano. Después
escupió para aumentar la cantidad de saliva en la zona, y usó su dedo anular
para esparcir todo el líquido a lo largo de toda la ranura trasera de Alicia.
Con el dedo tenía menos reparos que con la lengua para llegar al ano. Y para su
sorpresa, cuando pasó el dedo por esa entrada, Alicia emitió un gemido que
acompañó con una relajación voluntaria de los músculos de los glúteos y el ano.
Allan supo entonces que el ano era una de las zonas erógenas de Alicia y que
disfrutaba de que se lo tocaran.
No pudo resistir la
tentación de avanzar un poco más, pero para estar seguro y no arruinar lo que
estaba logrando, fue a lo seguro. Desplazó su dedo de nuevo por la hendidura
hacia abajo, comenzando en la rabadilla, y pasó de nuevo sobre el ano, pero no
se detuvo en él y continuó en dirección a la vagina. Al llegar allí, comprobó
que prácticamente estaba chorreando y no le costó nada introducir completamente
dos dedos hasta el fondo. Alicia gimió, suspiró y movió su trasero en forma
circular. Quería más.
Allan se entretuvo con
ese juego por espacio de varios minutos. Hacía que sus dedos fueran desde la
rabadilla hasta el clítoris y viceversa. Y en cada carrera de los dedos, añadía
y esparcía más lubricante, tanto el que producía y expulsaba Alicia de su
vagina como la saliva que él mismo aplicaba. Al principio era conservador y
hacía llegar la saliva llevándose primero sus dedos a la boca para no hacer
ruido, pero viendo que Alicia estaba ya como una moto, directamente empezó a
escupir en el surco entre aquellos preciosos glúteos. Y hasta el sonido que
hacía Allan al escupir le gustaba a Alicia. ¡Y la excitaba! Ella seguía
haciendo oscilar el trasero y acompañaba los movimientos circulares con
gemidos, lo que era una clara invitación a Allan para que siguiera dando pasos.
Y los dio.
Comenzó a hacer más
presión cada vez que sus dedos pasaban por cualquiera de las aberturas de
Alicia. Cuando lo hacía por la vulva, no dudaba en introducir uno o dos dedos
hasta que desparecían por completo en el interior de la vagina. Pero cuando era
en el ano, presionaba en los laterales del mismo y empujaba con cierta presión,
pero asegurándose de que el dedo no se colara dentro.
Llegó un momento en el
que Alicia gemía con más fuerza cuando le presionaba el orificio trasero que
cuando le metía los dedos en la vagina. Allan estaba un poco desconcertado.
Nunca le había pasado eso con una chica antes. Insistió con la saliva y con el
dedo hasta que, en un momento dado, pensó para sus adentros que Alicia quería
realmente que la penetrase analmente. Al menos, con el dedo.
Hizo de tripas corazón y
se dijo a sí mismo que si eso era lo que ella quería, tenía que
proporcionárselo. Al fin y al cabo, ella ya le había proporcionado todo lo que él
había deseado antes. Era justo corresponder.
Escupió de nuevo una
abundante carga de saliva justo en el ano y lo esparció con suavidad sobre la
entrada. Luego colocó su dedo índice en la entrada y se quedó quieto por
espacio de dos o tres segundos, como queriendo avisar a Alicia de que iba a
entrar. Luego, comenzó a hacer presión muy poquito a poco.
Pero antes de que el dedo
venciera la presión del esfínter, Alicia, que sabía leer muy bien el lenguaje
corporal, los tiempos y los silencios, supo lo que Allan iba a hacer y se lo
impidió sujetándole la mano por la muñeca.
―Mmm… ―gimió―. Me encanta
lo que quieres hacer, chiqui. Pero eso, hoy no puede ser. Para entrar ahí
dentro hay que prepararse primero, y hoy no lo he hecho. Mejor me follas por
delante, ¿vale?
Allan se quedó
petrificado. Alicia era una auténtica caja de sorpresas. Y si lo había
comprendido bien, le estaba diciendo que, en otro momento, cuando ella lo
decidiera o estuviera preparada, le permitiría mantener sexo anal con ella.
Solo de pensarlo se excitó aún más de lo que ya estaba. Nunca había tenido ese
tipo de sexo con nadie antes y, aunque no era algo que le había quitado el
sueño, ahora, de repente, le apetecía un montón practicarlo.
Se agachó para posar un
dulce y suave beso sobre uno de los glúteos de Alicia, y luego continuó
haciendo un reguero con docenas de besos más hasta llegar al cuello y a uno de
sus oídos. Al hacerlo, tuvo que volver a tumbarse sobre ella.
―Me tienes loco…―susurró.
―Fóllame―susurró de
vuelta Alicia.
Luego fue haciendo
movimientos pélvicos hasta que su miembro encontró la entrada vaginal de Alicia
y, sin más dilación ni entretenimientos, se metió dentro de ella de una sola
estocada, llegando todo lo profundo que su pubis y el culo de Alicia le
permitieron. Alicia emitió una especie de chillido, a medio camino entre la
sorpresa y el dolor, y luego lo convirtió en gemido.
―¡Dios…! ―dijo―. Me
encanta tu rabo de chocolate. ¡Fóllame ya, por Dios!
Allan fue a buscar las
muñecas de Alicia y, cuando las encontró, se las agarró por debajo de la
almohada y con sus pies la obligó a abrir aún más las piernas. Alicia sintió la
fuerza, el peso y la potencia física de Allan. Sentirse inmovilizada, con los
brazos bien sujetos y sin poder cerrar las piernas, aunque quisiera, la hacían
sentirse utilizada, indefensa y vulnerable. Y a veces, eso también la excitaba.
Allan no estaba ya para
muchos juegos más. Habían pasado muchos minutos desde que comenzaran el polvo
mañanero, y su nivel de excitación era ya muy alto como para seguir jugando a
hacer preliminares. Comenzó a moverse encima de Alicia, empujando fuerte,
bombeando y golpeando una y otra vez el culo de ella con su pelvis y el
interior de su vagina con su miembro. En esa postura la penetración no era muy
profunda, pero era suficiente para que Alicia lo sintiera por completo en su
interior. Además, en esa posición el glande incidía con rabia sobre el clítoris
en cada embestida, lo que enardecía más a su dueña. Relajó su cuerpo por
completo y dejó que Allan terminara de hacer su trabajo. Ella estaba aún lejos
de correrse, pero él no tardaría mucho en hacerlo.
Y efectivamente, tras
unos pocos bombeos más, Allan comenzó a gritar como si alguien le hubiera
clavado un cuchillo en la espalda y se vació por completo en el interior de
Alicia. Los espasmos y empujones fueron muy violentos al principio. Tanto que
Alicia temió por la integridad de su propia cama y pensó que las patas no
aguantarían unas sacudidas tan fuertes. Pero apenas notó que la ardiente carga
de Allan inundaba su interior, acompañando cada descarga con un empujón y un
grito, los empellones de Allan comenzaron a perder intensidad y a ser más flojos.
Cuando finalmente el chico cayó derrengado sobre ella, sin poder aliviar su
propio peso en codos y rodillas, Alicia supo que era su turno.
―No se te ocurra sacarla
ahora ―dijo―, yo también quiero correrme.
Allan no es que quisiera
obedecer. Es que simplemente no tenía fuerza suficiente ni aliento para hacer
cualquier cosa que implicara mover un solo músculo de su cuerpo. Se limitó a
quedarse tumbado encima de ella, jadeando y sudando como si hubiera corrido una
maratón. Eso sí, su pene aún mantenía un cierto vigor en el interior del sexo
de Alicia.
La extrema debilidad momentánea
del chico permitió que Alicia se zafara del agarre de su muñeca derecha.
Ahuecando la zona púbica, que tenía aprisionada contra el colchón, se llevó la
mano a su entrepierna y, una vez allí, comenzó a acariciarse ella misma su
clítoris al tiempo que movía su trasero arriba y abajo todo lo que el peso de
Allan le permitía.
Allan gimió, aún
jadeando, y luego notó en su pene cómo ella se metía dos dedos en la vagina y
comenzaba a penetrarse con ellos. Un pene y dos dedos dentro del sexo de
Alicia, aunque el primero no estuviera duro del todo ya, hacían que las cosas
ahí dentro estuvieran apretadas. Era lo justo para que ella terminara de
excitarse y obtuviera su propio orgasmo.
No tardó en llegar.
Comenzó a convulsionar bajo el pesado y enorme cuerpo de Allan, y él se
sorprendió de que ella fuera capaz casi de levantarle. Alicia no gritó tanto
como Allan, pero finalmente se puso tensa, dejó de hacer movimientos pélvicos y
terminó de correrse con el pene de Allan y sus dedos aún dentro de su sexo.
Luego vino la relajación de todos los músculos, y la mezcla de los fluidos de Allan
y los suyos comenzaron a resbalar hacia el exterior, mojando el colchón de la
cama.
Permanecieron inmóviles por
espacio de un par de minutos, hasta que Alicia, casi sin poder respirar por
efecto del peso de Allan sobre su cuerpo, le pidió que se hiciera a un lado.
―Chiqui… ―dijo con
dificultad―, no puedo respirar.
―Perdón ―dijo Allan
rodando hacia un lado y quedando tumbado boca arriba junto a ella.
Ella también hizo rodar
su cuerpo para abrazarse a él, colocándose de costado, pasando una pierna por
encima de las de Allan, abrazando su portentoso pecho y hundiendo su cara en el
cuello del chico. Así se quedaron adormilados hasta que Alicia empezó a sentir
frío.
―Tengo frío ―murmuró.
Allan buscó las sábanas
con sus pies. Las encontró arrebujadas al fondo de la cama y, como pudo,
consiguió agarrarlas y echarlas sobre los dos para taparse con ellas. Se
quedaron dormidos profundamente hasta que el teléfono de Allan comenzó a vibrar
en la mesilla. Habían pasado una hora dormidos desde que terminaran el polvo mañanero.
Quien fuera que llamara a
Allan se quedó sin hablar con él, pero al menos permitió que la pareja se
despertara y comenzara a hacer planes para lo que quedaba de día.
―Voy a ducharme ―dijo
Alicia levantándose de la cama y dirigiéndose al cuarto de baño.
Allan se quedó en la cama
mirando alejarse el precioso trasero desnudo de Alicia y pensando que, si lo
que había pasado hacía un rato no había sido un sueño, podría estar dentro de
ese culo. Su pene volvió a ponerse morcillón bajo las sábanas.
Esperó a escuchar el agua
de la ducha y, cuando se imaginó que Alicia estaría ya completamente
enjabonada, se levantó de la cama y se fue a su encuentro. Abrió la mampara de
la ducha y entró sin pedir permiso.
―¿Aún quieres más?
―preguntó ella.
Allan no contestó. Cerró
la puerta de cristal y abrazó a Alicia bajo el agua, dejando que esta le
empapara a él también y que el jabón que ya corría por el cuerpo de ella se
deslizara por su piel morena.
Se besaron bajo el agua
en un beso largo, intenso y apasionado, haciendo que sus lenguas lucharan una
contra la otra y recorriendo con sus manos el cuerpo del otro.
Alicia cerró el grifo y
tomó el bote de gel. Empujó a Allan contra la pared y echó un chorreón de jabón
sobre el musculado pecho de su amante. Con sus manos comenzó a esparcir el
aromático gel por los hombros, el pecho, el abdomen y los costados del chico.
Poco a poco se iba generando más y más espuma y, cuando la cantidad era ya
considerable, Alicia trató de llevar la mayor cantidad de ella hacia la zona
genital de Allan. Limpió y frotó con sus manos embadurnadas de jabón el pene y
los testículos de Allan, haciendo que el miembro pasara de estado semiflácido a
duro como una piedra, apuntando insolentemente hacia arriba. Inició un
movimiento de masturbación, siempre sin apartar los ojos de los de Allan, y se
aseguró de que no quedara ningún resto de la batalla que habían librado en la
cama hacía un rato.
Volvió a abrir el grifó y
retiró todos los restos de jabón de su chico, mojándole desde la cabeza hasta
los genitales. Cuando Allan estuvo totalmente aclarado y ya no había restos de
espuma ni de gel, Alicia volvió a cerrar el grifo y se fue agachando despacio
mientras iba dejando besos por todo el cuerpo de Allan.
Cuando finalmente quedó
en posición de cuclillas, no se anduvo con miramientos ni juegos erotizantes.
Directamente se metió el grueso pene de Allan en la boca y comenzó a hacerle
una felación, acompañando los movimientos de su cabeza con los de su mano derecha
al masturbar el formidable miembro. Con la mano izquierda le agarró los
testículos y se los estrujó con fuerza. Allan gimió sin dejar de mirar a Alicia
a los ojos.
No duró mucho la
felación. Allan aún estaba excitado por la sesión que habían tenido en la cama,
y Alicia tenía hambre y quería ir a desayunar. Le interesaba que él se corriera
cuanto antes y poder hacerle la propuesta que tenía en mente mientras
degustaban un copioso desayuno.
―Voy a correrme, Ali
―avisó.
Alicia no contestó.
Aplicó más succión sobre el miembro y aumentó la velocidad de la mano. Cuando
hacía felaciones en la ducha no le importaba nada que se corrieran en su boca
porque era fácil y cómodo escupirlo y se podía enjuagar rápidamente la boca con
el agua de la ducha. Y seguro que conseguiría que Allan se corriera antes
usando su boca que si lo hacía solo con la mano.
Y no se equivocó. Allan
le puso sus enormes manos en los lados de la cabeza, como para asegurarse de
que no se iba a sacar el pene de la boca, y comenzó a bufar y a resoplar como
un animal salvaje. Alicia ya no podía hacer mucho más porque él la sujetaba con
fuerza y ahora el que hacía los movimientos era él. La sujeción de la cabeza de
Alicia entre la pared y las enormes manos de Allan hacían imposible que ella la
moviera para seguir con la felación, pero en su defecto, el propio Allan
comenzó a hacer movimientos pélvicos para ser él el que la penetrara la boca. Y
finalmente, mientras emitía un estruendoso grito que probablemente se oyó en
todo el edificio, Allan se corrió en la boca de Alicia, inundándola entera de
semen.
Cuando Allan aflojó el
agarre de la cabeza de Alicia, ella la echó hacia atrás, liberando el pene de
su interior y empujando con su lengua toda la carga que había recibido para que
saliera de su boca. No era precisamente semen lo que quería desayunar, así que
lo escupió todo y luego tomó de nuevo la manguera de la ducha para enjuagarse
la boca con abundante agua hasta que no quedara ningún rastro, no solo de la
carga, sino tampoco de su sabor y el retrogusto que siempre deja el semen.
Luego volvió a ducharse mientras Allan se recuperaba y salió de la ducha
dándole un beso a su amante de chocolate.
―Te espero en la cocina
―le dijo―. ¡Tengo hambre!
Allan se duchó también de nuevo y, tras vestirse, fue a reunirse con ella. También él tenía hambre después de tanto esfuerzo físico.
El camino hacia la cocina
por el pasillo ya anunciaba un nuevo festival para otro tipo de sentidos. Una
cafetera italiana terminaba de burbujear sobre la vitrocerámica, y el olor a
café inundaba ya casi toda la casa.
―Me muero por un café
―dijo abrazando a Alicia por la espalda mientras ella manipulaba una sartén en
otro de los fogones.
―Estoy haciendo pan
tostado ―dijo ella melosa―, ¿te apetece?
―Sí, por favor.
―¿Quieres también huevos
fritos o revueltos? ―preguntó Alicia.
―Siempre que tú me
acompañes ―dijo él.
―Vale ―respondió―, pues
saca de la nevera un cartón de huevos y un paquete de beicon que, ya que me
pongo, te hago el servicio completo. Pero con una condición.
―La que sea.
―Que exprimas un poco de
zumo también ―rogó Alicia―. Me encanta desayunar con un zumo por las mañanas.
Dicho y hecho, Allan
encontró en la nevera los huevos, el beicon y las naranjas y entre los dos
terminaron de preparar un suculento y copioso desayuno que les ayudaría a
reponer las fuerzas perdidas en la cama y en la ducha.
Cuando lo tuvieron todo
listo, lo llevaron al salón usando un par de bandejas, y se sentaron a la mesa
a desayunar juntos mientras en la estancia sonaba un tranquilo disco de Leonard Cohen que Alicia pinchó en el
tocata. No quedó nada en ninguno de los platos.
―Muchas gracias por
dejarme quedarme a dormir ―dijo Allan.
―No tienes que darlas
―contestó ella―. Pero no te acostumbres. Alguna vez de vez en cuando está bien,
pero no pienses que se va a convertir en habitual. A mí me gusta vivir sola y
soy un poco celosa de mi intimidad.
―Lo respeto ―siguió
Allan―, ¿pero no te parece que eso es un poco egoísta?
Allan había tocado un
tema delicado y, aunque ella no quería iniciar una discusión, era el momento de
puntualizar algunos asuntos y dejar las cosas claras. Alicia sospechaba que
Allan se estaba empezando a encoñar con ella.
―¿Tú crees que yo soy
egoísta? ―espetó iniciando lo que podría ser una discusión en toda regla.
―A ver… ―dudó él un poco
nervioso. ―No me malinterpretes. No he querido decir eso. Lo que quiero decir
es que a veces parece que no te importo y que solo me quieres por el sexo. Y yo
tengo mi corazoncito. A veces me gustaría compartir algo más contigo…
―Mira, Allan… ―continuó
ella―. No quiero que te enfades ni que te ofendas. Yo no sé qué es lo que esperas
o no esperas tú de mí. Pero yo sí tengo las ideas claras. Y, además, bastante.
Yo no quiero una relación. Ni contigo ni con nadie. Me gusta vivir sola, ser
dueña de mi vida, de mi casa, de mis horarios y de todo lo que hago. Hace mucho
que decidí que no quería atarme a nadie, y me mantengo fiel a esos principios.
No te ofendas, pero es mi forma de vida. Me gusta conocer gente y probar cosas
nuevas de vez en cuando, pero no me gusta cerrarme puertas y eliminar de mi
vida muchas posibles cosas bonitas por quedarme con una sola. Lo del refrán ese
de “más vale lo malo conocido que lo
bueno por conocer” no va conmigo. Yo prefiero “conocer” muchas cosas nuevas, sean buenas o malas. No me ato solo a
una.
Allan se quedó un poco
decepcionado con la explicación de Alicia. No sabía si se estaba enamorando de
ella o no, pero lo cierto es que le gustaba mucho estar en su compañía.
―Ya… ―continuó él―.
Entiendo. Lo que quieres decir es que esto no es una relación seria ni lo va a
ser, ¿no?
―Llámalo como quieras
―siguió ella―. Pero yo no quiero que te hagas unas ilusiones a las que yo no te
puedo corresponder. Estar contigo está muy bien, me lo paso bien contigo, eres
divertido, muy educado, guapo y, además, el sexo contigo es increíble, pero de
ahí a considerarnos novios, va un abismo. Yo no quiero novios. Yo necesito
alguien que me rasque el coño cuando me pica. Nada más. Y si el día de mañana
tú no estás disponible, otro lo estará. Yo no quiero dramas ni películas de
princesas. Tengo mi trabajo, mis amigos y mi vida, y me gusta pasármelo bien.
Si encajas en eso, perfecto, pero el primer día que me reproches que he mirado
a otro, que me he ido de juerga con mis amigas, o que he declinado salir
contigo por cualquier causa, se acabó lo que se daba. Y por supuesto, una de las
principales reglas que garantizan este estilo de vida es la de no convivir de
forma regular. Tú en tu casa, yo en la mía, y todos contentos.
Allan ya no contestó. Se
limitó a bajar la cabeza y a juguetear con el tenedor en el plato vacío que
minutos antes había estado repleto de huevos revueltos y beicon.
―No me dirás que te estás
enamorando de mí, ¿verdad? ―espetó Alicia a bocajarro.
―No lo sé ―contestó―. No
sé lo que es estar enamorado. Nunca he tenido una novia.
Ambos se quedaron en
silencio mientras las baladas de Cohen sonaban en el salón. Ninguno sabía muy
bien por dónde continuar. Alicia quería haberle propuesto un juego sexual nuevo
a Allan, y él había recibido un duro varapalo.
―Oye… ―rompió finalmente
el silencio Alicia―, lo siento si realmente te estabas enamorando. Pero yo creo
que tú te mereces una chica mejor que yo. Conmigo no iban a salir las cosas
bien. No busco relaciones serias. Me gusta mucho el sexo y atarse a una sola
persona limita eso casi desde el primer día.
―Lo entiendo.
―Tampoco te vayas a
pensar que soy una golfa y que todos los días me tiro a alguien ―siguió ella―.
Es simplemente que cuando me apetece un revolcón, lo busco y generalmente lo
suelo encontrar. Y teniendo pareja estable, eso casi siempre es un problema.
Alicia se levantó de su
silla y rodeó la mesa para acercarse hasta donde estaba Allan. Le hizo girar la
silla y se sentó a horcajadas sobre sus piernas, pasando sus brazos alrededor
de su cuello y colmándolo de besos por toda la cara. Allan no correspondió y
mantuvo sus brazos caídos y sin abrazarla. Estaba molesto con ella.
―¿Sabes una cosa?
―preguntó Alicia―. Yo no quería que esto terminara así, y mucho menos hacerte
daño. De hecho, tenía previsto hacerte una propuesta, pero ahora no sé si la
vas a querer escuchar siquiera.
Allan no respondió. Ya
había interiorizado que para Alicia él era solo un rabo negro y gordo con el
que rascarse cuando la picaba, como bien había explicado. Dejó de hacerse
falsas ilusiones y comenzó a hacerse a la idea de que probablemente no vería
más a Alicia después de ese desayuno.
―¿Ni siquiera quieres que
te lo cuente? ―insistió Alicia.
―Como quieras ―respondió
él encogiendo los hombros y mostrando su desinterés.
―Oye, oye… ―fingió
enojarse Alicia―. No quiero tristezas ni esas caritas de pena. Esta mañana no
estabas triste cuando me empotrabas contra el colchón. Es más, diría que todos
mis vecinos se han enterado de que no he dormido sola. ¿Por qué ahora es todo
tristeza e indiferencia? A esta vida venimos para pasárnoslo bien. ¿No quieres
pasártelo bien?
La única respuesta de
Allan fue un nuevo encogimiento de hombros. Cada vez tenía más claro que solo
era un polvo para Alicia, así que, pensando rápidamente, se dijo a sí mismo que
aceptaría lo que le propusiera Alicia, que seguramente sería algo increíble, y
se iría olvidando de ella. Está bien, pensó mentalmente, si es lo que quieres,
follamos unas pocas veces más y lo dejamos.
―Escucha… ―dijo Alicia―.
Esta mañana has estado increíble y me has puesto como una moto. Supongo que
habrás notado que aparte del sexo convencional, me gustan otras cosas.
Allan no contestó. Se
limitó a mirarla y a esperar a ver por dónde salía, suponiendo que tendría algo
que ver con el rato en el que Alicia perdió un poco el control cuando le estuvo
estimulando el ano con el dedo.
―Si has sabido leer mi
lenguaje corporal ―continuó ella―, habrás notado que me pone mucho cuando me
estimulan la puerta trasera.
―Lo he notado ―contestó
él escuetamente.
―Y también que me encanta
sentirme dominada ―siguió ella.
―Eso no lo he pillado
―dijo él con cara de incertidumbre.
―Sí, verás… ―siguió
ella―. Me vuelve loca cuando me pones boca abajo y me inmovilizas con tu fuerza
y tu peso. Esta mañana me has agarrado las muñecas con fuerza y me has abierto
las piernas con las tuyas. Esa sensación de estar dominada, inmovilizada y a tu
merced, me encanta. Con algunos chicos incluso he jugado algunas veces a
atarnos y esas cosas.
Allan comenzó a asustarse
y Alicia debió de notarlo en su cara.
―A ver, chiqui… ―le
tranquilizó―. No pongas esas caras. No me va el rollo ese de los látigos, las
esposas y el dolor. En su día leí el libro de 50 sombras de Grey y no es ese el rollo que me gusta. De hecho,
generalmente me gusta llevar la batuta a mí y mandar en la cama, pero también
es cierto que a veces me gusta dejarme hacer y que me manejen. Especialmente si
el chico es grandote, fuerte y musculado, como tú.
―Entiendo ―dijo Allan sin
entenderlo realmente.
―No, veo que no lo
entiendes. No quiero que me malinterpretes. El bondage, la dominación extrema, el dolor y todas esas cosas no van
conmigo. Pero un cierto grado de sumisión a veces me pone.
―¿Y eso es lo que quieres
proponerme? ―preguntó Allan desconcertado―. ¿Que te ate?
―No precisamente
―respondió ella―. ¿Ves como no lo entiendes del todo?
―Pues no te andes con
rodeos ―dijo él algo molesto―. Como habrás podido comprobar, tengo poca
experiencia en temas de sexo, soy bastante novato y apenas conozco el
misionero, el perrito y poco más. De hecho, eres la primera tía que me la ha
chupado.
―¿De verdad me lo estás
diciendo? ―preguntó Alicia.
Allan solo asintió con la
cabeza. Ahora se sentía un poco molesto con la situación.
―Vale, mira… ―continuó―.
No te preocupes. No quiero hacerte sentir mal. Solo quiero pasarlo bien
contigo. Y que tú también lo pases bien. ¿Lo pasas bien conmigo?
―Sí.
―¿Y quieres seguir pasándolo
bien?
―Sí.
―¿Estarías dispuesto a
hacer algunas cosas conmigo que seguramente no has hecho nunca antes?
Allan volvió a asustarse.
Alicia era demasiado impredecible para él y no estaba seguro de que pudiera
colmar sus necesidades después de todo lo que le estaba contando. A estas
alturas ya tenía bastante claro que le iba a proponer sexo anal. Y pensándolo
bien, no le parecía mal. Lo había visto en infinidad de películas y no le
importaba probarlo. Si la cosa no pasaba de ahí…
―¿Estarías dispuesto a
penetrarme analmente? ―soltó Alicia a bocajarro.
―Sabía que me lo ibas a
proponer ―respondió―. Esta mañana te has puesto muy caliente cuando he estado
jugando con los dedos ahí atrás.
―Lo sé ―respondió ella―.
Y sé que te ha gustado. Pero el sexo anal no es como el convencional. Necesita
un poco de preparación previa. De lo contrario, puede ser mucho más
desagradable que placentero.
―¿Lo has hecho alguna
vez? ―preguntó Allan.
―Sí ―respondió ella―. No
muchas, pero sí algunas. Y me gusta. Es una mezcla curiosa entre placer, dolor,
morbo, el sentimiento de sumisión que te comentaba antes…
―Entiendo ―continuó él―.
Pues tú me dirás.
―Espera… ―interrumpió
ella―. No he terminado con la propuesta.
Allan volvió a poner esa
cara suya de sorpresa total en la que Alicia podía leer como en un libro
abierto. Estaba teniendo mucha suerte con él ya que, además de cumplir con
todos los requisitos físicos que había estado buscando, era bastante inexperto
y podía guiarlo a su antojo y controlar la evolución en cada momento. A veces,
si el chico tenía demasiadas tablas, las cosas no salían del todo bien.
―¿Has hecho alguna vez un
trío? ―disparó Alicia.
―Nunca ―respondió
escuetamente Allan hasta con miedo a escuchar el resto de la propuesta.
―¿Te apetecería hacer un
trío conmigo y con alguien más?
No pudo contestar. No
tenía respuesta para esa pregunta. De todas las propuestas que Alicia le
pudiera hacer, probablemente esa sería la más inesperada por parte de Allan.
―¿Te refieres a hacerlo
con otra chica?
―No.
Inocente de él, tardó
algunos segundos en comprenderlo. Lo que Alicia le estaba proponiendo era un trío
de dos chicos y ella. Allan pasó por todos los estados de miedo, inseguridad,
celos e incertidumbre posibles. Había visto muchos tíos desnudos en los
vestuarios de los entrenamientos y los partidos, pero de ahí a meterse con uno
de ellos en la cama… ¡Había un auténtico abismo! No sabía si podría tolerar
eso.
Alicia notó enseguida las
dudas de Allan. Tenía que convencerle rápido si no quería perder la
oportunidad.
―Si quieres que probemos
antes con una chica para que puedas vencer los miedos, por mí no hay problema
―dijo Alicia―. Pero mi propuesta inicial era un chico por delante y otro por
detrás. Es una de mis fantasías. Y desde que te conozco, en la fantasía, el de
atrás tienes que ser tú.
―¿Lo has hecho alguna vez
antes? ―preguntó Allan―. Me refiero a tríos con dos chicos a la vez.
―He hecho tríos algunas
veces, no muchas ―respondió ella―. Tanto con dos chicos como con un chico y una
chica. Pero nunca he tenido una doble penetración simultánea. Y eso es lo que
me pone más cachonda ahora mismo. Esta mañana me has sacado de mis cabales
jugando con mi culo, y ahora me muero por probar una doble penetración.
―Espera, espera…
―interrumpió Allan―. Si ya has estado con dos chicos a la vez, ¿por qué no has
probado antes la doble penetración?
―No sé ―respondió ella―.
Simplemente no surgió la oportunidad. Solo he estado con dos chicos a la vez en
dos ocasiones, y en ellas ninguno de los cuatro lo propuso o lo buscó. Simplemente
hicimos otras cosas.
―¿Qué cosas?
―Pues no sé… ―respondió
ella―, chupársela a los dos, follar con ellos alternativamente, dejar que me
magrearan a cuatro manos, chupársela a uno mientras el otro me penetraba
vaginalmente y luego cambiar… Muchas cosas, más o menos lo típico, pero en
ninguna de las dos ocasiones hubo doble penetración simultánea.
Allan seguía con cara de
póquer. Estaba totalmente descolocado. Por un lado, no sabía si deseaba lo que
Alicia le proponía pero, por otro lado, su pene le delataba y comenzó a
endurecerse solo al imaginarse llevando a cabo la propuesta.
Alicia lo notó enseguida,
ya que, estando aún sentada a horcajadas sobre él, y ambos solo con ropa
interior y una camiseta, el abultamiento de Allan presionó inmediatamente
contra las braguitas de Alicia.
Ella sonrió al notarlo,
metió la mano allí abajo para cogerle el miembro por dentro del calzoncillo y
le dio un beso en los labios.
―¿Esto es un sí? ―le
preguntó apretando.
Allan no hizo nada. Se
limitó a seguir con el beso y a seguir sujetándola por los glúteos.
Cuando el beso terminó,
se quedaron mirando unos segundos a los ojos. Había una mezcla entre
agradecimiento y liberación en los de ella por haber podido lanzar la
propuesta, y de miedo y desconcierto en los de él por no estar aún seguro de si
quería eso o de cómo diablos iba a llevarlo a cabo en caso de quererlo.
Alicia notó ese pánico en
Allan. Tenía que trabajar deprisa si no quería que el chico se echara atrás.
Vale ―dijo―, como veo que
tienes un poco de inseguridad…
―Inseguridad no ―cortó
Allan―, pánico total.
―No tienes que tener
miedo ―dijo ella tranquilizándole―. Lo mejor es dejar que las cosas fluyan de
forma natural. Seguro que después querrás repetir.
―¿Y cómo lo vamos a
hacer? ―preguntó él.
―Yo creo que lo mejor es
que el otro chico sea amigo tuyo ―respondió Alicia―. Creo que con un
desconocido te vas a sentir más violento y nervioso y se puede arruinar todo.
Si tienes algún amigo con el que tengas mucha confianza, creo que será lo
mejor.
―Tengo muchos amigos con
los que tengo mucha confianza ―respondió―, pero con ninguno tanta como para
preguntarle: “Oye, ¿quieres venir conmigo a follarnos a una tía entre los
dos?”.
―De eso me encargo yo ―le
quitó importancia Alicia―. Tú solo tienes que escoger al amigo con el que te dé
menos corte estar en pelotas, pero sin decírselo, y yo me encargo de ponerlo a
tono. Tienes que traerle engañado con alguna excusa, no decirle que vienes a lo
que vienes. Ya cuando estéis aquí, yo me encargaré de subir la temperatura.
Seguro que seré capaz.
―Estoy completamente
seguro de ello ―dijo él―.
―Vale ―siguió Alicia
levantándose y cogiendo unos cuantos libros de la estantería―. Pues mira. Te
vas a llevar todos estos libros. Y con la excusa de que me los tienes que
devolver, te vienes con un amigo y yo me encargo de prepararlo todo.
―¿Vas a darnos un masaje
a los dos? ―preguntó Allan con sorna.
―No. Eso no funcionaría.
Sería muy descarado y tu amigo seguro que sería reacio ―explicó Alicia―. Contigo
funcionó porque tenías una lesión y estabas preocupado por ello. Te cacé fácil.
―Ya veo, ya ―dijo Allan
algo entristecido.
―¡Eh! No pongas esa
carita ―trató de consolarle Alicia―. ¿Acaso no lo hemos pasado bien? Te he
curado la lesión, hemos hecho amistad y hemos follado como locos. ¿Qué más
necesitas para sonreír?
Allan ya no contestó. Se
levantó de la silla y comenzó a recoger los platos del desayuno para llevarlos
a la cocina. Alicia se lo impidió diciéndole que ella se encargaría de eso y
que no era necesario que lo hiciera.
De vuelta en el
dormitorio, los dos se vistieron y, ya con los libros en la mano, se
despidieron en la puerta de la casa de Alicia.
―¿Te llamo cuando consiga
convencer a un amigo? ―preguntó Allan.
―Cuando quieras
―respondió ella―. No hay prisa. No te agobies con este asunto. Recuerda lo que
te he dicho antes. Deja que las cosas fluyan y que sigan el curso natural. Y si
quieres olvidarte del asunto y que sigamos viéndonos nosotros y hablemos más
tranquilamente, sabes que siempre serás bienvenido.
―Vale, gracias ―dijo
Allan ya despidiéndose de ella con un pico en los labios y llamando al ascensor
para marcharse a sus quehaceres.
―¡Ciao!
―¡Ciao!
Ya sola en su casa,
Alicia prácticamente se olvidó del asunto. No podía hacer nada hasta que Allan
estuviera preparado y encontrara a un amigo. Dedicó el resto del día a sus
tareas habituales, y dejó el tema aparcado hasta que volviera a surgir por sí
solo.
El caso de Allan era
completamente diferente. Tenía una mezcla de extrañas sensaciones que no le
permitían estar sosegado. Por un lado, se sentía un poco rechazado por Alicia.
Se había hecho algunas ilusiones con ella y, aparte del sexo, que tenía que
reconocer que con ella era increíble, no le habría importado haber mantenido
algún tipo de relación algo más formal y más larga en el tiempo. Ahora sabía que,
si quería algo con ella, tendría que ser únicamente en el plano sexual.
Y, por otro lado, la
propuesta de Alicia no era nada fácil de deglutir. Lo que en un principio
podría parecer el sueño de todo hombre, a la hora de la verdad era un asunto
delicado y difícil de tratar.
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