viernes, 23 de febrero de 2024

Chocolate con leche

 

La extraña relación entre Alicia y Allan se prolongó durante algunas semanas más, el tiempo que necesitó la pierna de Allan para recuperarse del todo. Las sesiones de masaje se multiplicaron, todas en casa de Alicia, y se fueron alternando con las de rehabilitación, que el rugbista hacía por su cuenta siguiendo las directrices del fisio del equipo.

El viernes por la noche en casa de ella se convirtió en un clásico. Allan llegaba con unas cervezas y comida preparada, y Alicia le practicaba la correspondiente sesión de masaje terapéutico, aunque terapéutico era solo al principio. Casi siempre terminaban teniendo sexo, unas veces en la propia camilla de la sala de masajes, y otras, en la bañera, el salón o incluso en el dormitorio.

Tras el sexo, calentaban la cena y se sentaban en el sofá a escuchar música, casi siempre la de Alicia, y a charlar o a ver alguna peli. Incluso se engancharon a una serie y vieron todos los capítulos juntos, siempre arrimaditos y abrazados.

Tan solo un día Allan amaneció por la mañana en casa de Alicia. Ella era muy quisquillosa con esas cosas, e imponía unos límites muy claros para que no hubiera lugar a dudas. No consideraba la relación con Allan como un noviazgo. Ni siquiera lo llamaba “salir con él”, pues ni siquiera salían a ningún sitio juntos. Pero una noche, durante una película aburrida, se quedaron dormidos en el sofá y, cuando se dieron cuenta, era muy tarde para marcharse. La sesión de sexo había sido especialmente dura y larga, y la película demasiado tediosa, así que cuando Allan despertó con un fuerte respingo, Alicia miró el reloj y decidió sobre la marcha que a esas horas no merecía la pena que el chico se fuera de su casa.

―Son las cuatro de la mañana ―dijo―, creo que es mejor que te quedes a dormir. No son horas de ir a ningún sitio.

―Apoyo la moción ―contestó Allan bostezando y desperezándose―. ¿Quieres que me quede en el sofá?

―No ―negó Alicia―, puedes venirte a la cama conmigo. ¡Ven, anda!

Cogió la mano del chico y tiró de él para levantarle del sofá. Luego caminaron juntos, aún de la mano, por el pasillo hasta el dormitorio.

No hubo más sexo esa noche a pesar de meterse desnudos en la cama. Se colocaron en la posición de la cucharita, que Alicia adoraba, y se quedaron profundamente dormidos. Aquella noche supuso un antes y un después en la relación de ambos. Uno se hizo una serie de ilusiones que la otra ni siquiera contemplaba.

Por la mañana sí hubo sexo antes de levantarse de la cama. La culpa fue de la posición de la cucharita. Alicia amaba esa postura por muchas razones. La primera de ellas, porque a ella la abrazaban, y eso siempre es reconfortante. La segunda, porque la cantidad de centímetros cuadrados de piel de ambos que estaban unidos era la máxima posible y, además, lo era en la espalda, que para ella era una zona especialmente sensible y erógena. También adoraba sentir la respiración y las cosquillas de Allan en su cuello y su nuca. En la nuca de Alicia tenían origen todos los escalofríos que recorrían su cuerpo. Era como el kilómetro cero de la Puerta del Sol de Madrid, génesis de todas las carreteras de España. Y por supuesto, la posición permitía que su amante tuviera acceso total a sus pechos, que siempre agradecían la sujeción natural y delicada que ofrecían las manos en contraposición a los torturadores aros metálicos del sujetador. Finalmente, sentir el pene en su trasero, acomodado y dormido en el valle de sus cachetes era algo que la volvía loca. Más que sentirlo dormido, lo que le gustaba sobremanera era notar cómo se despertaba poco a poco y la dureza aumentaba paulatinamente. La encantaba comprobar la relación inversamente proporcional entre la respiración profunda y acompasada de su amante sobre la nuca y el estado de flacidez del pene en su valle posterior. Le parecía súper excitante que, cuando los ronquidos desaparecían de su nuca, automáticamente aparecía en su trasero una creciente presión acompañada de una agradable sensación de lubricación. Ningún pene puede evitar expulsar lubricante natural cuando entra en estado de excitación.

Y aquello fue lo que ocurrió esa mañana. Alicia se despertó primero y permaneció inmóvil durante muchos minutos. Quería mantenerse así. Estaba muy a gusto. Allan la abrazaba desde atrás, cruzando un brazo sobre el torso de Alicia y sujetando uno de sus pechos con esa mano como si fuera a escaparse. El otro brazo servía de almohada para Alicia, que mantenía su oreja reposando sobre el voluminoso bíceps de Allan. El rizado pubis de Allan descansaba contra la rabadilla de Alicia, y el grueso pene dormía flácido y blando acomodado en la hendidura del redondeado y respingón trasero femenino.

Tras varios minutos disfrutando de esa agradable sensación de comodidad y seguridad, Alicia se sintió excitada, y decidió sobre la marcha que una sesión de sexo matutino estaría bien para comenzar el día. Además, así le podría exigir después al moreno que le preparase un buen desayuno como compensación.

Sin que Allan se despertara, Alicia levantó un poco la pierna del lado contrario al costado en el que ella descansaba. Y deslizando su mano entre las dos piernas con cuidado para no despertarle, palpó el miembro de Allan y lo colocó convenientemente, aún flácido, para que quedara descansando directamente sobre su sexo. Luego volvió a juntar las piernas y mantuvo la dulce prisión para el negrito calvo. Allan no llegó a despertarse siquiera, pero paladeó pastosamente en la nuca de Alicia y la atrajo aún más hacia sí. Ella adoraba cuando él hacía eso. La volvía loca su fuerza física y su capacidad para manejarla sin apenas esfuerzo. Segundos después, y ante la inmovilidad de Alicia, que sonrió con malicia, continuó roncando pesadamente. Le iba a conceder unos minutos más, los que ella necesitaba para terminar de excitarse, comenzar a lubricar y pensar qué iba a querer hacer o dejar que la hiciesen.

La misma mano que antes acomodara el pene de Allan sobre su sexo, comenzó ahora a acariciar suavemente su clítoris y el inicio de sus labios vaginales. Si algo le gustaba a Alicia cuando se daba placer ella misma era la tranquilidad y el ritmo que podía imprimir a sus acciones. Los chicos habitualmente son muy impacientes y enseguida buscan su propia satisfacción, olvidando a menudo la importancia de los preliminares y los tiempos de preparación.

Así que Alicia se dedicó al menos diez minutos a sí misma para prepararse, para elevar su grado de excitación, y para que su sexo estuviera bien lubricado. Se acarició el pubis con suavidad, también el pecho que Allan había dejado libre y sin agarrar. Insistió en su clítoris, pero de forma suave y delicada, rodeándolo una y mil veces y acariciándolo sin apenas rozarlo. Y a medida que se iba excitando más, poco a poco iba profundizando en la hendidura que formaban sus labios, siempre sin llegar hasta donde descansaba el glande de Allan para no despertarle. Logró introducir el dedo índice en su interior y comprobó con agrado que estaba bastante mojada. Se llevó el dedo a la boca y saboreó sus propios flujos. Luego repitió la operación un par de veces más, al principio solo con un dedo, y después con dos.

Se autocomplacía con gran efectividad, mientras que Allan seguía roncándole y resoplándole en la nuca y con el pene flácido. Estaba totalmente dormido. Todo le gustaba a Alicia, pero ya necesitaba algo más de actividad y, por supuesto, que lo que albergaba entre sus piernas resucitara. Volvió a meterse los dedos índice y corazón juntos y, como si de una cuchara se tratara, intentó extraer con ellos la mayor cantidad de lubricante posible. Luego levantó ligeramente una de las rodillas para que sus piernas se abrieran y poder acceder así al miembro de Allan. Posó sus recién humedecidos dedos sobre el frenillo, y lo acarició con suma suavidad. No hubo reacción por parte del chico, así que aprovechando que ahora tenía mejor acceso a la vulva por tener las piernas ligeramente abiertas, volvió a meterse de nuevo dos dedos, esta vez bastante más profundamente. Esparció el lubricante obtenido entre los dedos índice, corazón y pulgar, frotándolos entre sí y, con las yemas bien impregnadas, acudió de nuevo a buscar el glande de Allan. Esta vez, no solo lo acarició, sino que además rodeó la cabeza del pene con los tres dedos y se aseguró de que también quedara lubricado. No le hizo falta insistir mucho. Los fluidos que emanaban del sexo de Alicia ya mojaban prácticamente todo el miembro de chocolate.

Insistió algunas veces más y, tal y como había previsto, llegó un momento en el que la flacidez de su golosina comenzó a desaparecer exactamente al mismo tiempo que lo hacían los ronquidos en su nuca. Allan estaba despertando.

Alicia aprovechó el momento de incertidumbre del chico, aún adormilado, para comenzar a hacer leves movimientos pélvicos para acercar su trasero más al pubis de Allan. Él aún no estaba despierto del todo, y prueba de ello era que su pene aún permanecía blando. Engrosando, pero blando aún. Pero los pequeños restregones de Alicia comenzaron a ponerle ya en situación. Notó el trasero de Alicia empujando contra su pelvis, y súbitamente sintió un extraordinario calor ajeno en su pene. Terminó de despertar del todo y rápidamente se hizo una composición de lugar. Estaba agarrando un pecho de Alicia, ella empujaba hacia atrás para frotarse contra él, y su pene estaba completamente mojado por algo que a priori no había salido de su cuerpo. Al segundo siguiente, su cerebro ató todos los cabos y entendió lo que estaba pasando. La consecuencia fue una erección inmediata que Alicia sintió de forma automática presionando sobre sus labios vaginales. El calvito había resucitado.

Allan presionó con cierta fuerza el pecho que aún tenía abarcado con su mano y, con el otro brazo, hizo presión sobre el estómago y atrajo a Alicia hacia sí todo lo que pudo. Alicia enloqueció de placer al sentir que los brazos la aprisionaban con fuerza y el pene buscaba su camino hacia su interior. Y para colmo, Allan comenzó a darle besitos en el cuello y en la nuca, lo que hizo que a Alicia se le erizara todo el vello de su cuerpo.

Pero la posición de costado no era la más cómoda para la penetración. El pene de Allan era muy grueso, pero no era especialmente largo, por lo que en aquella posición solo el glande era capaz de entrar en Alicia, quedando la totalidad del tronco fuera. Y Alicia necesitaba más centímetros dentro.

Con la mano que tenía libre, Alicia abrió sus piernas de nuevo y trató de llegar hasta los testículos de Allan. Los alcanzó y los agarró, tirando de ellos hacia arriba como si al hacerlo pudiera conseguir que el pene se introdujera más en su sexo. Allan gimió y murmuró algunas palabras ininteligibles en el oído de Alicia, y presionó con más fuerza sobre el vientre y el pecho de ella al tiempo que empujaba su pelvis hacia delante.

Los dos deseaban una penetración más profunda, pero para lograrla, tenían necesariamente que abandonar la postura de la cucharita. Fue ella la que tomó la iniciativa. Al fin y al cabo, ella llevaba ya muchos minutos despierta y excitada, mientras que Allan prácticamente acababa de despertar. Giró su cuello todo lo que pudo para buscar con sus labios los de Allan y, tras el beso, le susurró mirándole a los ojos:

―Quiero que me folles…

Y sin mediar más palabras, giró sobre sí misma y se colocó completamente boca abajo. Metió las manos debajo de la almohada y abrió las piernas ocupando casi la totalidad de la anchura de la cama. Era toda una declaración de intenciones. Le estaba diciendo a Allan que quería que la cubriese desde atrás como hacen los animales, en posición sumisa, ofreciendo su retaguardia y con el macho desde atrás imponiendo su peso y su fuerza sobre ella.

Allan lo entendió a la primera. Maniobró para escalar sobre ella y, con cuidado de no aplastarla demasiado, pues la diferencia de peso entre ambos era considerable, acopló su cuerpo sobre el de ella, apoyando los codos a los lados del cuerpo de Alicia y las rodillas entre sus piernas abiertas. En esa posición, la mayor envergadura de él casi tapaba por completo a Alicia, pero casi todo el peso descansaba sobre el colchón y no sobre ella. Su pecho descansaba sobre la parte alta de la espalda de Alicia, pero dejándola respirar con comodidad gracias al soporte de los codos y las rodillas sobre la cama. Su vientre y su pubis se ajustaron a la curvatura que formaba el trasero de Alicia, y su pene fue a parar al colchón, mojándolo con su líquido preseminal, pero con el glande presionando sobre los entreabiertos labios vaginales. Solo necesitaba hacer un ligero movimiento pélvico hacia delante y se podría colar dentro con facilidad, pero Allan pensó sobre la marcha que podía intentar otra cosa que nunca antes había hecho en su vida.

Apoyó más parte del peso de su cuerpo sobre las rodillas, y se desplazó hacia delante, haciendo que la base del pene, justo en su unión con los testículos, fuera a descansar directamente sobre la hendidura de los cachetes del culo de Alicia, cubriéndola casi en su totalidad con su longitud. Fue conservador y se quedó así unos segundos por temor a que a ella no le gustara. Necesitaba obtener permiso, si no era expreso, al menos sí tácito. Aproximó sus labios al cuello de Alicia y comenzó a darle besitos y pequeños mordiscos. Alicia gimió e hizo fuerza con su trasero hacia arriba. Era el permiso que Allan necesitaba. Usando sus codos y sus rodillas, comenzó a moverse hacia arriba y hacia abajo sobre el cuerpo de Alicia, haciendo que su pecho se frotara sobre la espalda de ella y que su pene, por efecto del lubricante que expulsaba, resbalara por toda la hendidura del culo de Alicia. No buscaba el orificio de momento, pero parecía que ese rozamiento era del agrado de Alicia, permitiendo no solo que él frotara el tronco de su ariete contra su culo, sino que además elevara el trasero para que la presión fuera aún mayor. Estaba claro que a Alicia no le molestaba que jugaran en su retaguardia.

Estuvieron con ese juego varios minutos, pero llegó un momento en el que el lubricante natural de Allan se secó con tanto frotamiento, y el de Alicia no llegaba hasta allí arriba, así que se vio forzado a buscar una solución.

Con ayuda de sus manos, se fue irguiendo y eliminando la presión de la espalda de Alicia, depositando pequeños besos en su recorrido, hasta que llegó a los riñones primero y al culete después. Alicia gimió y elevó el trasero una vez más, como si estuviera buscando la boca de Allan con él. Él dudó un poco, pero finalmente sacó su lengua y la pasó con cierta timidez por el surco. Lo hizo sin profundizar. No estaba seguro de que le fuera a gustar lo que iba a hacer por esas latitudes. Pero viendo que Alicia gemía más al sentir la humedad y el calor de la lengua en esa zona, se sintió más excitado y se permitió aumentar la presión de las pasadas. Acumuló en su boca toda la saliva que pudo, y luego la depositó justo en la rabadilla, donde comenzaba la divisoria que guiaba hasta el ano. Después escupió para aumentar la cantidad de saliva en la zona, y usó su dedo anular para esparcir todo el líquido a lo largo de toda la ranura trasera de Alicia. Con el dedo tenía menos reparos que con la lengua para llegar al ano. Y para su sorpresa, cuando pasó el dedo por esa entrada, Alicia emitió un gemido que acompañó con una relajación voluntaria de los músculos de los glúteos y el ano. Allan supo entonces que el ano era una de las zonas erógenas de Alicia y que disfrutaba de que se lo tocaran.

No pudo resistir la tentación de avanzar un poco más, pero para estar seguro y no arruinar lo que estaba logrando, fue a lo seguro. Desplazó su dedo de nuevo por la hendidura hacia abajo, comenzando en la rabadilla, y pasó de nuevo sobre el ano, pero no se detuvo en él y continuó en dirección a la vagina. Al llegar allí, comprobó que prácticamente estaba chorreando y no le costó nada introducir completamente dos dedos hasta el fondo. Alicia gimió, suspiró y movió su trasero en forma circular. Quería más.

Allan se entretuvo con ese juego por espacio de varios minutos. Hacía que sus dedos fueran desde la rabadilla hasta el clítoris y viceversa. Y en cada carrera de los dedos, añadía y esparcía más lubricante, tanto el que producía y expulsaba Alicia de su vagina como la saliva que él mismo aplicaba. Al principio era conservador y hacía llegar la saliva llevándose primero sus dedos a la boca para no hacer ruido, pero viendo que Alicia estaba ya como una moto, directamente empezó a escupir en el surco entre aquellos preciosos glúteos. Y hasta el sonido que hacía Allan al escupir le gustaba a Alicia. ¡Y la excitaba! Ella seguía haciendo oscilar el trasero y acompañaba los movimientos circulares con gemidos, lo que era una clara invitación a Allan para que siguiera dando pasos. Y los dio.

Comenzó a hacer más presión cada vez que sus dedos pasaban por cualquiera de las aberturas de Alicia. Cuando lo hacía por la vulva, no dudaba en introducir uno o dos dedos hasta que desparecían por completo en el interior de la vagina. Pero cuando era en el ano, presionaba en los laterales del mismo y empujaba con cierta presión, pero asegurándose de que el dedo no se colara dentro.

Llegó un momento en el que Alicia gemía con más fuerza cuando le presionaba el orificio trasero que cuando le metía los dedos en la vagina. Allan estaba un poco desconcertado. Nunca le había pasado eso con una chica antes. Insistió con la saliva y con el dedo hasta que, en un momento dado, pensó para sus adentros que Alicia quería realmente que la penetrase analmente. Al menos, con el dedo.

Hizo de tripas corazón y se dijo a sí mismo que si eso era lo que ella quería, tenía que proporcionárselo. Al fin y al cabo, ella ya le había proporcionado todo lo que él había deseado antes. Era justo corresponder.

Escupió de nuevo una abundante carga de saliva justo en el ano y lo esparció con suavidad sobre la entrada. Luego colocó su dedo índice en la entrada y se quedó quieto por espacio de dos o tres segundos, como queriendo avisar a Alicia de que iba a entrar. Luego, comenzó a hacer presión muy poquito a poco.

Pero antes de que el dedo venciera la presión del esfínter, Alicia, que sabía leer muy bien el lenguaje corporal, los tiempos y los silencios, supo lo que Allan iba a hacer y se lo impidió sujetándole la mano por la muñeca.

―Mmm… ―gimió―. Me encanta lo que quieres hacer, chiqui. Pero eso, hoy no puede ser. Para entrar ahí dentro hay que prepararse primero, y hoy no lo he hecho. Mejor me follas por delante, ¿vale?

Allan se quedó petrificado. Alicia era una auténtica caja de sorpresas. Y si lo había comprendido bien, le estaba diciendo que, en otro momento, cuando ella lo decidiera o estuviera preparada, le permitiría mantener sexo anal con ella. Solo de pensarlo se excitó aún más de lo que ya estaba. Nunca había tenido ese tipo de sexo con nadie antes y, aunque no era algo que le había quitado el sueño, ahora, de repente, le apetecía un montón practicarlo.

Se agachó para posar un dulce y suave beso sobre uno de los glúteos de Alicia, y luego continuó haciendo un reguero con docenas de besos más hasta llegar al cuello y a uno de sus oídos. Al hacerlo, tuvo que volver a tumbarse sobre ella.

―Me tienes loco…―susurró.

―Fóllame―susurró de vuelta Alicia.

Luego fue haciendo movimientos pélvicos hasta que su miembro encontró la entrada vaginal de Alicia y, sin más dilación ni entretenimientos, se metió dentro de ella de una sola estocada, llegando todo lo profundo que su pubis y el culo de Alicia le permitieron. Alicia emitió una especie de chillido, a medio camino entre la sorpresa y el dolor, y luego lo convirtió en gemido.

―¡Dios…! ―dijo―. Me encanta tu rabo de chocolate. ¡Fóllame ya, por Dios!

Allan fue a buscar las muñecas de Alicia y, cuando las encontró, se las agarró por debajo de la almohada y con sus pies la obligó a abrir aún más las piernas. Alicia sintió la fuerza, el peso y la potencia física de Allan. Sentirse inmovilizada, con los brazos bien sujetos y sin poder cerrar las piernas, aunque quisiera, la hacían sentirse utilizada, indefensa y vulnerable. Y a veces, eso también la excitaba.

Allan no estaba ya para muchos juegos más. Habían pasado muchos minutos desde que comenzaran el polvo mañanero, y su nivel de excitación era ya muy alto como para seguir jugando a hacer preliminares. Comenzó a moverse encima de Alicia, empujando fuerte, bombeando y golpeando una y otra vez el culo de ella con su pelvis y el interior de su vagina con su miembro. En esa postura la penetración no era muy profunda, pero era suficiente para que Alicia lo sintiera por completo en su interior. Además, en esa posición el glande incidía con rabia sobre el clítoris en cada embestida, lo que enardecía más a su dueña. Relajó su cuerpo por completo y dejó que Allan terminara de hacer su trabajo. Ella estaba aún lejos de correrse, pero él no tardaría mucho en hacerlo.

Y efectivamente, tras unos pocos bombeos más, Allan comenzó a gritar como si alguien le hubiera clavado un cuchillo en la espalda y se vació por completo en el interior de Alicia. Los espasmos y empujones fueron muy violentos al principio. Tanto que Alicia temió por la integridad de su propia cama y pensó que las patas no aguantarían unas sacudidas tan fuertes. Pero apenas notó que la ardiente carga de Allan inundaba su interior, acompañando cada descarga con un empujón y un grito, los empellones de Allan comenzaron a perder intensidad y a ser más flojos. Cuando finalmente el chico cayó derrengado sobre ella, sin poder aliviar su propio peso en codos y rodillas, Alicia supo que era su turno.

―No se te ocurra sacarla ahora ―dijo―, yo también quiero correrme.

Allan no es que quisiera obedecer. Es que simplemente no tenía fuerza suficiente ni aliento para hacer cualquier cosa que implicara mover un solo músculo de su cuerpo. Se limitó a quedarse tumbado encima de ella, jadeando y sudando como si hubiera corrido una maratón. Eso sí, su pene aún mantenía un cierto vigor en el interior del sexo de Alicia.

La extrema debilidad momentánea del chico permitió que Alicia se zafara del agarre de su muñeca derecha. Ahuecando la zona púbica, que tenía aprisionada contra el colchón, se llevó la mano a su entrepierna y, una vez allí, comenzó a acariciarse ella misma su clítoris al tiempo que movía su trasero arriba y abajo todo lo que el peso de Allan le permitía.

Allan gimió, aún jadeando, y luego notó en su pene cómo ella se metía dos dedos en la vagina y comenzaba a penetrarse con ellos. Un pene y dos dedos dentro del sexo de Alicia, aunque el primero no estuviera duro del todo ya, hacían que las cosas ahí dentro estuvieran apretadas. Era lo justo para que ella terminara de excitarse y obtuviera su propio orgasmo.

No tardó en llegar. Comenzó a convulsionar bajo el pesado y enorme cuerpo de Allan, y él se sorprendió de que ella fuera capaz casi de levantarle. Alicia no gritó tanto como Allan, pero finalmente se puso tensa, dejó de hacer movimientos pélvicos y terminó de correrse con el pene de Allan y sus dedos aún dentro de su sexo. Luego vino la relajación de todos los músculos, y la mezcla de los fluidos de Allan y los suyos comenzaron a resbalar hacia el exterior, mojando el colchón de la cama.

Permanecieron inmóviles por espacio de un par de minutos, hasta que Alicia, casi sin poder respirar por efecto del peso de Allan sobre su cuerpo, le pidió que se hiciera a un lado.

―Chiqui… ―dijo con dificultad―, no puedo respirar.

―Perdón ―dijo Allan rodando hacia un lado y quedando tumbado boca arriba junto a ella.

Ella también hizo rodar su cuerpo para abrazarse a él, colocándose de costado, pasando una pierna por encima de las de Allan, abrazando su portentoso pecho y hundiendo su cara en el cuello del chico. Así se quedaron adormilados hasta que Alicia empezó a sentir frío.

―Tengo frío ―murmuró.

Allan buscó las sábanas con sus pies. Las encontró arrebujadas al fondo de la cama y, como pudo, consiguió agarrarlas y echarlas sobre los dos para taparse con ellas. Se quedaron dormidos profundamente hasta que el teléfono de Allan comenzó a vibrar en la mesilla. Habían pasado una hora dormidos desde que terminaran el polvo mañanero.

Quien fuera que llamara a Allan se quedó sin hablar con él, pero al menos permitió que la pareja se despertara y comenzara a hacer planes para lo que quedaba de día.

―Voy a ducharme ―dijo Alicia levantándose de la cama y dirigiéndose al cuarto de baño.

Allan se quedó en la cama mirando alejarse el precioso trasero desnudo de Alicia y pensando que, si lo que había pasado hacía un rato no había sido un sueño, podría estar dentro de ese culo. Su pene volvió a ponerse morcillón bajo las sábanas.

Esperó a escuchar el agua de la ducha y, cuando se imaginó que Alicia estaría ya completamente enjabonada, se levantó de la cama y se fue a su encuentro. Abrió la mampara de la ducha y entró sin pedir permiso.

―¿Aún quieres más? ―preguntó ella.

Allan no contestó. Cerró la puerta de cristal y abrazó a Alicia bajo el agua, dejando que esta le empapara a él también y que el jabón que ya corría por el cuerpo de ella se deslizara por su piel morena.

Se besaron bajo el agua en un beso largo, intenso y apasionado, haciendo que sus lenguas lucharan una contra la otra y recorriendo con sus manos el cuerpo del otro.

Alicia cerró el grifo y tomó el bote de gel. Empujó a Allan contra la pared y echó un chorreón de jabón sobre el musculado pecho de su amante. Con sus manos comenzó a esparcir el aromático gel por los hombros, el pecho, el abdomen y los costados del chico. Poco a poco se iba generando más y más espuma y, cuando la cantidad era ya considerable, Alicia trató de llevar la mayor cantidad de ella hacia la zona genital de Allan. Limpió y frotó con sus manos embadurnadas de jabón el pene y los testículos de Allan, haciendo que el miembro pasara de estado semiflácido a duro como una piedra, apuntando insolentemente hacia arriba. Inició un movimiento de masturbación, siempre sin apartar los ojos de los de Allan, y se aseguró de que no quedara ningún resto de la batalla que habían librado en la cama hacía un rato.

Volvió a abrir el grifó y retiró todos los restos de jabón de su chico, mojándole desde la cabeza hasta los genitales. Cuando Allan estuvo totalmente aclarado y ya no había restos de espuma ni de gel, Alicia volvió a cerrar el grifo y se fue agachando despacio mientras iba dejando besos por todo el cuerpo de Allan.

Cuando finalmente quedó en posición de cuclillas, no se anduvo con miramientos ni juegos erotizantes. Directamente se metió el grueso pene de Allan en la boca y comenzó a hacerle una felación, acompañando los movimientos de su cabeza con los de su mano derecha al masturbar el formidable miembro. Con la mano izquierda le agarró los testículos y se los estrujó con fuerza. Allan gimió sin dejar de mirar a Alicia a los ojos.

No duró mucho la felación. Allan aún estaba excitado por la sesión que habían tenido en la cama, y Alicia tenía hambre y quería ir a desayunar. Le interesaba que él se corriera cuanto antes y poder hacerle la propuesta que tenía en mente mientras degustaban un copioso desayuno.

―Voy a correrme, Ali ―avisó.

Alicia no contestó. Aplicó más succión sobre el miembro y aumentó la velocidad de la mano. Cuando hacía felaciones en la ducha no le importaba nada que se corrieran en su boca porque era fácil y cómodo escupirlo y se podía enjuagar rápidamente la boca con el agua de la ducha. Y seguro que conseguiría que Allan se corriera antes usando su boca que si lo hacía solo con la mano.

Y no se equivocó. Allan le puso sus enormes manos en los lados de la cabeza, como para asegurarse de que no se iba a sacar el pene de la boca, y comenzó a bufar y a resoplar como un animal salvaje. Alicia ya no podía hacer mucho más porque él la sujetaba con fuerza y ahora el que hacía los movimientos era él. La sujeción de la cabeza de Alicia entre la pared y las enormes manos de Allan hacían imposible que ella la moviera para seguir con la felación, pero en su defecto, el propio Allan comenzó a hacer movimientos pélvicos para ser él el que la penetrara la boca. Y finalmente, mientras emitía un estruendoso grito que probablemente se oyó en todo el edificio, Allan se corrió en la boca de Alicia, inundándola entera de semen.

Cuando Allan aflojó el agarre de la cabeza de Alicia, ella la echó hacia atrás, liberando el pene de su interior y empujando con su lengua toda la carga que había recibido para que saliera de su boca. No era precisamente semen lo que quería desayunar, así que lo escupió todo y luego tomó de nuevo la manguera de la ducha para enjuagarse la boca con abundante agua hasta que no quedara ningún rastro, no solo de la carga, sino tampoco de su sabor y el retrogusto que siempre deja el semen. Luego volvió a ducharse mientras Allan se recuperaba y salió de la ducha dándole un beso a su amante de chocolate.

―Te espero en la cocina ―le dijo―. ¡Tengo hambre!



Allan se duchó también de nuevo y, tras vestirse, fue a reunirse con ella. También él tenía hambre después de tanto esfuerzo físico.

El camino hacia la cocina por el pasillo ya anunciaba un nuevo festival para otro tipo de sentidos. Una cafetera italiana terminaba de burbujear sobre la vitrocerámica, y el olor a café inundaba ya casi toda la casa.

―Me muero por un café ―dijo abrazando a Alicia por la espalda mientras ella manipulaba una sartén en otro de los fogones.

―Estoy haciendo pan tostado ―dijo ella melosa―, ¿te apetece?

―Sí, por favor.

―¿Quieres también huevos fritos o revueltos? ―preguntó Alicia.

―Siempre que tú me acompañes ―dijo él.

―Vale ―respondió―, pues saca de la nevera un cartón de huevos y un paquete de beicon que, ya que me pongo, te hago el servicio completo. Pero con una condición.

―La que sea.

―Que exprimas un poco de zumo también ―rogó Alicia―. Me encanta desayunar con un zumo por las mañanas.

Dicho y hecho, Allan encontró en la nevera los huevos, el beicon y las naranjas y entre los dos terminaron de preparar un suculento y copioso desayuno que les ayudaría a reponer las fuerzas perdidas en la cama y en la ducha.

Cuando lo tuvieron todo listo, lo llevaron al salón usando un par de bandejas, y se sentaron a la mesa a desayunar juntos mientras en la estancia sonaba un tranquilo disco de Leonard Cohen que Alicia pinchó en el tocata. No quedó nada en ninguno de los platos.

―Muchas gracias por dejarme quedarme a dormir ―dijo Allan.

―No tienes que darlas ―contestó ella―. Pero no te acostumbres. Alguna vez de vez en cuando está bien, pero no pienses que se va a convertir en habitual. A mí me gusta vivir sola y soy un poco celosa de mi intimidad.

―Lo respeto ―siguió Allan―, ¿pero no te parece que eso es un poco egoísta?

Allan había tocado un tema delicado y, aunque ella no quería iniciar una discusión, era el momento de puntualizar algunos asuntos y dejar las cosas claras. Alicia sospechaba que Allan se estaba empezando a encoñar con ella.

―¿Tú crees que yo soy egoísta? ―espetó iniciando lo que podría ser una discusión en toda regla.

―A ver… ―dudó él un poco nervioso. ―No me malinterpretes. No he querido decir eso. Lo que quiero decir es que a veces parece que no te importo y que solo me quieres por el sexo. Y yo tengo mi corazoncito. A veces me gustaría compartir algo más contigo…

―Mira, Allan… ―continuó ella―. No quiero que te enfades ni que te ofendas. Yo no sé qué es lo que esperas o no esperas tú de mí. Pero yo sí tengo las ideas claras. Y, además, bastante. Yo no quiero una relación. Ni contigo ni con nadie. Me gusta vivir sola, ser dueña de mi vida, de mi casa, de mis horarios y de todo lo que hago. Hace mucho que decidí que no quería atarme a nadie, y me mantengo fiel a esos principios. No te ofendas, pero es mi forma de vida. Me gusta conocer gente y probar cosas nuevas de vez en cuando, pero no me gusta cerrarme puertas y eliminar de mi vida muchas posibles cosas bonitas por quedarme con una sola. Lo del refrán ese de “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer” no va conmigo. Yo prefiero “conocer” muchas cosas nuevas, sean buenas o malas. No me ato solo a una.

Allan se quedó un poco decepcionado con la explicación de Alicia. No sabía si se estaba enamorando de ella o no, pero lo cierto es que le gustaba mucho estar en su compañía.

―Ya… ―continuó él―. Entiendo. Lo que quieres decir es que esto no es una relación seria ni lo va a ser, ¿no?

―Llámalo como quieras ―siguió ella―. Pero yo no quiero que te hagas unas ilusiones a las que yo no te puedo corresponder. Estar contigo está muy bien, me lo paso bien contigo, eres divertido, muy educado, guapo y, además, el sexo contigo es increíble, pero de ahí a considerarnos novios, va un abismo. Yo no quiero novios. Yo necesito alguien que me rasque el coño cuando me pica. Nada más. Y si el día de mañana tú no estás disponible, otro lo estará. Yo no quiero dramas ni películas de princesas. Tengo mi trabajo, mis amigos y mi vida, y me gusta pasármelo bien. Si encajas en eso, perfecto, pero el primer día que me reproches que he mirado a otro, que me he ido de juerga con mis amigas, o que he declinado salir contigo por cualquier causa, se acabó lo que se daba. Y por supuesto, una de las principales reglas que garantizan este estilo de vida es la de no convivir de forma regular. Tú en tu casa, yo en la mía, y todos contentos.

Allan ya no contestó. Se limitó a bajar la cabeza y a juguetear con el tenedor en el plato vacío que minutos antes había estado repleto de huevos revueltos y beicon.

―No me dirás que te estás enamorando de mí, ¿verdad? ―espetó Alicia a bocajarro.

―No lo sé ―contestó―. No sé lo que es estar enamorado. Nunca he tenido una novia.

Ambos se quedaron en silencio mientras las baladas de Cohen sonaban en el salón. Ninguno sabía muy bien por dónde continuar. Alicia quería haberle propuesto un juego sexual nuevo a Allan, y él había recibido un duro varapalo.

―Oye… ―rompió finalmente el silencio Alicia―, lo siento si realmente te estabas enamorando. Pero yo creo que tú te mereces una chica mejor que yo. Conmigo no iban a salir las cosas bien. No busco relaciones serias. Me gusta mucho el sexo y atarse a una sola persona limita eso casi desde el primer día.

―Lo entiendo.

―Tampoco te vayas a pensar que soy una golfa y que todos los días me tiro a alguien ―siguió ella―. Es simplemente que cuando me apetece un revolcón, lo busco y generalmente lo suelo encontrar. Y teniendo pareja estable, eso casi siempre es un problema.

Alicia se levantó de su silla y rodeó la mesa para acercarse hasta donde estaba Allan. Le hizo girar la silla y se sentó a horcajadas sobre sus piernas, pasando sus brazos alrededor de su cuello y colmándolo de besos por toda la cara. Allan no correspondió y mantuvo sus brazos caídos y sin abrazarla. Estaba molesto con ella.

―¿Sabes una cosa? ―preguntó Alicia―. Yo no quería que esto terminara así, y mucho menos hacerte daño. De hecho, tenía previsto hacerte una propuesta, pero ahora no sé si la vas a querer escuchar siquiera.

Allan no respondió. Ya había interiorizado que para Alicia él era solo un rabo negro y gordo con el que rascarse cuando la picaba, como bien había explicado. Dejó de hacerse falsas ilusiones y comenzó a hacerse a la idea de que probablemente no vería más a Alicia después de ese desayuno.

―¿Ni siquiera quieres que te lo cuente? ―insistió Alicia.

―Como quieras ―respondió él encogiendo los hombros y mostrando su desinterés.

―Oye, oye… ―fingió enojarse Alicia―. No quiero tristezas ni esas caritas de pena. Esta mañana no estabas triste cuando me empotrabas contra el colchón. Es más, diría que todos mis vecinos se han enterado de que no he dormido sola. ¿Por qué ahora es todo tristeza e indiferencia? A esta vida venimos para pasárnoslo bien. ¿No quieres pasártelo bien?

La única respuesta de Allan fue un nuevo encogimiento de hombros. Cada vez tenía más claro que solo era un polvo para Alicia, así que, pensando rápidamente, se dijo a sí mismo que aceptaría lo que le propusiera Alicia, que seguramente sería algo increíble, y se iría olvidando de ella. Está bien, pensó mentalmente, si es lo que quieres, follamos unas pocas veces más y lo dejamos.

―Escucha… ―dijo Alicia―. Esta mañana has estado increíble y me has puesto como una moto. Supongo que habrás notado que aparte del sexo convencional, me gustan otras cosas.

Allan no contestó. Se limitó a mirarla y a esperar a ver por dónde salía, suponiendo que tendría algo que ver con el rato en el que Alicia perdió un poco el control cuando le estuvo estimulando el ano con el dedo.

―Si has sabido leer mi lenguaje corporal ―continuó ella―, habrás notado que me pone mucho cuando me estimulan la puerta trasera.

―Lo he notado ―contestó él escuetamente.

―Y también que me encanta sentirme dominada ―siguió ella.

―Eso no lo he pillado ―dijo él con cara de incertidumbre.

―Sí, verás… ―siguió ella―. Me vuelve loca cuando me pones boca abajo y me inmovilizas con tu fuerza y tu peso. Esta mañana me has agarrado las muñecas con fuerza y me has abierto las piernas con las tuyas. Esa sensación de estar dominada, inmovilizada y a tu merced, me encanta. Con algunos chicos incluso he jugado algunas veces a atarnos y esas cosas.

Allan comenzó a asustarse y Alicia debió de notarlo en su cara.

―A ver, chiqui… ―le tranquilizó―. No pongas esas caras. No me va el rollo ese de los látigos, las esposas y el dolor. En su día leí el libro de 50 sombras de Grey y no es ese el rollo que me gusta. De hecho, generalmente me gusta llevar la batuta a mí y mandar en la cama, pero también es cierto que a veces me gusta dejarme hacer y que me manejen. Especialmente si el chico es grandote, fuerte y musculado, como tú.

―Entiendo ―dijo Allan sin entenderlo realmente.

―No, veo que no lo entiendes. No quiero que me malinterpretes. El bondage, la dominación extrema, el dolor y todas esas cosas no van conmigo. Pero un cierto grado de sumisión a veces me pone.

―¿Y eso es lo que quieres proponerme? ―preguntó Allan desconcertado―. ¿Que te ate?

―No precisamente ―respondió ella―. ¿Ves como no lo entiendes del todo?

―Pues no te andes con rodeos ―dijo él algo molesto―. Como habrás podido comprobar, tengo poca experiencia en temas de sexo, soy bastante novato y apenas conozco el misionero, el perrito y poco más. De hecho, eres la primera tía que me la ha chupado.

―¿De verdad me lo estás diciendo? ―preguntó Alicia.

Allan solo asintió con la cabeza. Ahora se sentía un poco molesto con la situación.

―Vale, mira… ―continuó―. No te preocupes. No quiero hacerte sentir mal. Solo quiero pasarlo bien contigo. Y que tú también lo pases bien. ¿Lo pasas bien conmigo?

―Sí.

―¿Y quieres seguir pasándolo bien?

―Sí.

―¿Estarías dispuesto a hacer algunas cosas conmigo que seguramente no has hecho nunca antes?

Allan volvió a asustarse. Alicia era demasiado impredecible para él y no estaba seguro de que pudiera colmar sus necesidades después de todo lo que le estaba contando. A estas alturas ya tenía bastante claro que le iba a proponer sexo anal. Y pensándolo bien, no le parecía mal. Lo había visto en infinidad de películas y no le importaba probarlo. Si la cosa no pasaba de ahí…

―¿Estarías dispuesto a penetrarme analmente? ―soltó Alicia a bocajarro.

―Sabía que me lo ibas a proponer ―respondió―. Esta mañana te has puesto muy caliente cuando he estado jugando con los dedos ahí atrás.

―Lo sé ―respondió ella―. Y sé que te ha gustado. Pero el sexo anal no es como el convencional. Necesita un poco de preparación previa. De lo contrario, puede ser mucho más desagradable que placentero.

―¿Lo has hecho alguna vez? ―preguntó Allan.

―Sí ―respondió ella―. No muchas, pero sí algunas. Y me gusta. Es una mezcla curiosa entre placer, dolor, morbo, el sentimiento de sumisión que te comentaba antes…

―Entiendo ―continuó él―. Pues tú me dirás.

―Espera… ―interrumpió ella―. No he terminado con la propuesta.

Allan volvió a poner esa cara suya de sorpresa total en la que Alicia podía leer como en un libro abierto. Estaba teniendo mucha suerte con él ya que, además de cumplir con todos los requisitos físicos que había estado buscando, era bastante inexperto y podía guiarlo a su antojo y controlar la evolución en cada momento. A veces, si el chico tenía demasiadas tablas, las cosas no salían del todo bien.

―¿Has hecho alguna vez un trío? ―disparó Alicia.

―Nunca ―respondió escuetamente Allan hasta con miedo a escuchar el resto de la propuesta.

―¿Te apetecería hacer un trío conmigo y con alguien más?

No pudo contestar. No tenía respuesta para esa pregunta. De todas las propuestas que Alicia le pudiera hacer, probablemente esa sería la más inesperada por parte de Allan.

―¿Te refieres a hacerlo con otra chica?

―No.

Inocente de él, tardó algunos segundos en comprenderlo. Lo que Alicia le estaba proponiendo era un trío de dos chicos y ella. Allan pasó por todos los estados de miedo, inseguridad, celos e incertidumbre posibles. Había visto muchos tíos desnudos en los vestuarios de los entrenamientos y los partidos, pero de ahí a meterse con uno de ellos en la cama… ¡Había un auténtico abismo! No sabía si podría tolerar eso.

Alicia notó enseguida las dudas de Allan. Tenía que convencerle rápido si no quería perder la oportunidad.

―Si quieres que probemos antes con una chica para que puedas vencer los miedos, por mí no hay problema ―dijo Alicia―. Pero mi propuesta inicial era un chico por delante y otro por detrás. Es una de mis fantasías. Y desde que te conozco, en la fantasía, el de atrás tienes que ser tú.

―¿Lo has hecho alguna vez antes? ―preguntó Allan―. Me refiero a tríos con dos chicos a la vez.

―He hecho tríos algunas veces, no muchas ―respondió ella―. Tanto con dos chicos como con un chico y una chica. Pero nunca he tenido una doble penetración simultánea. Y eso es lo que me pone más cachonda ahora mismo. Esta mañana me has sacado de mis cabales jugando con mi culo, y ahora me muero por probar una doble penetración.

―Espera, espera… ―interrumpió Allan―. Si ya has estado con dos chicos a la vez, ¿por qué no has probado antes la doble penetración?

―No sé ―respondió ella―. Simplemente no surgió la oportunidad. Solo he estado con dos chicos a la vez en dos ocasiones, y en ellas ninguno de los cuatro lo propuso o lo buscó. Simplemente hicimos otras cosas.

―¿Qué cosas?

―Pues no sé… ―respondió ella―, chupársela a los dos, follar con ellos alternativamente, dejar que me magrearan a cuatro manos, chupársela a uno mientras el otro me penetraba vaginalmente y luego cambiar… Muchas cosas, más o menos lo típico, pero en ninguna de las dos ocasiones hubo doble penetración simultánea.

Allan seguía con cara de póquer. Estaba totalmente descolocado. Por un lado, no sabía si deseaba lo que Alicia le proponía pero, por otro lado, su pene le delataba y comenzó a endurecerse solo al imaginarse llevando a cabo la propuesta.

Alicia lo notó enseguida, ya que, estando aún sentada a horcajadas sobre él, y ambos solo con ropa interior y una camiseta, el abultamiento de Allan presionó inmediatamente contra las braguitas de Alicia.

Ella sonrió al notarlo, metió la mano allí abajo para cogerle el miembro por dentro del calzoncillo y le dio un beso en los labios.

―¿Esto es un sí? ―le preguntó apretando.

Allan no hizo nada. Se limitó a seguir con el beso y a seguir sujetándola por los glúteos.

Cuando el beso terminó, se quedaron mirando unos segundos a los ojos. Había una mezcla entre agradecimiento y liberación en los de ella por haber podido lanzar la propuesta, y de miedo y desconcierto en los de él por no estar aún seguro de si quería eso o de cómo diablos iba a llevarlo a cabo en caso de quererlo.

Alicia notó ese pánico en Allan. Tenía que trabajar deprisa si no quería que el chico se echara atrás.

Vale ―dijo―, como veo que tienes un poco de inseguridad…

―Inseguridad no ―cortó Allan―, pánico total.

―No tienes que tener miedo ―dijo ella tranquilizándole―. Lo mejor es dejar que las cosas fluyan de forma natural. Seguro que después querrás repetir.

―¿Y cómo lo vamos a hacer? ―preguntó él.

―Yo creo que lo mejor es que el otro chico sea amigo tuyo ―respondió Alicia―. Creo que con un desconocido te vas a sentir más violento y nervioso y se puede arruinar todo. Si tienes algún amigo con el que tengas mucha confianza, creo que será lo mejor.

―Tengo muchos amigos con los que tengo mucha confianza ―respondió―, pero con ninguno tanta como para preguntarle: “Oye, ¿quieres venir conmigo a follarnos a una tía entre los dos?”.

―De eso me encargo yo ―le quitó importancia Alicia―. Tú solo tienes que escoger al amigo con el que te dé menos corte estar en pelotas, pero sin decírselo, y yo me encargo de ponerlo a tono. Tienes que traerle engañado con alguna excusa, no decirle que vienes a lo que vienes. Ya cuando estéis aquí, yo me encargaré de subir la temperatura. Seguro que seré capaz.

―Estoy completamente seguro de ello ―dijo él―.

―Vale ―siguió Alicia levantándose y cogiendo unos cuantos libros de la estantería―. Pues mira. Te vas a llevar todos estos libros. Y con la excusa de que me los tienes que devolver, te vienes con un amigo y yo me encargo de prepararlo todo.

―¿Vas a darnos un masaje a los dos? ―preguntó Allan con sorna.

―No. Eso no funcionaría. Sería muy descarado y tu amigo seguro que sería reacio ―explicó Alicia―. Contigo funcionó porque tenías una lesión y estabas preocupado por ello. Te cacé fácil.

―Ya veo, ya ―dijo Allan algo entristecido.

―¡Eh! No pongas esa carita ―trató de consolarle Alicia―. ¿Acaso no lo hemos pasado bien? Te he curado la lesión, hemos hecho amistad y hemos follado como locos. ¿Qué más necesitas para sonreír?

Allan ya no contestó. Se levantó de la silla y comenzó a recoger los platos del desayuno para llevarlos a la cocina. Alicia se lo impidió diciéndole que ella se encargaría de eso y que no era necesario que lo hiciera.

De vuelta en el dormitorio, los dos se vistieron y, ya con los libros en la mano, se despidieron en la puerta de la casa de Alicia.

―¿Te llamo cuando consiga convencer a un amigo? ―preguntó Allan.

―Cuando quieras ―respondió ella―. No hay prisa. No te agobies con este asunto. Recuerda lo que te he dicho antes. Deja que las cosas fluyan y que sigan el curso natural. Y si quieres olvidarte del asunto y que sigamos viéndonos nosotros y hablemos más tranquilamente, sabes que siempre serás bienvenido.

―Vale, gracias ―dijo Allan ya despidiéndose de ella con un pico en los labios y llamando al ascensor para marcharse a sus quehaceres.

―¡Ciao!

―¡Ciao!

Ya sola en su casa, Alicia prácticamente se olvidó del asunto. No podía hacer nada hasta que Allan estuviera preparado y encontrara a un amigo. Dedicó el resto del día a sus tareas habituales, y dejó el tema aparcado hasta que volviera a surgir por sí solo.

El caso de Allan era completamente diferente. Tenía una mezcla de extrañas sensaciones que no le permitían estar sosegado. Por un lado, se sentía un poco rechazado por Alicia. Se había hecho algunas ilusiones con ella y, aparte del sexo, que tenía que reconocer que con ella era increíble, no le habría importado haber mantenido algún tipo de relación algo más formal y más larga en el tiempo. Ahora sabía que, si quería algo con ella, tendría que ser únicamente en el plano sexual.

Y, por otro lado, la propuesta de Alicia no era nada fácil de deglutir. Lo que en un principio podría parecer el sueño de todo hombre, a la hora de la verdad era un asunto delicado y difícil de tratar.

Tenía claro que, de acometer el proyecto, solo lo podría hacer con una única persona, su amigo Alberto. No se veía con la fuerza ni con los arrestos necesarios como para proponérselo a nadie más. Alberto, además de ser su mejor amigo, fue la persona que le ayudó cuando él...



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martes, 2 de enero de 2024

Chocolate

 

Alicia no era una experta en sexo, ni mucho menos, pero sí tenía un buen bagaje en lo que aventuras de cama se refería. Había estado con bastantes chicos desde su época de adolescente, y había probado bastantes cosas. O al menos, bastantes de las que ella consideraba normales. Era difícil establecer las líneas rojas para determinar lo que era “normal” y lo que no lo era, pero ella tenía las cosas más o menos claras.

Se guiaba un poco por los mismos criterios que seguía cuando buscaba porno en Internet. Sí, las chicas también consumimos porno. De los cientos de categorías que suelen tener los portales más importantes dedicados a la pornografía, ella apenas usaba unas pocas de ellas. Las que eran demasiado bizarras o extravagantes simplemente las ignoraba y, de la misma forma, en la vida real, también procuraba hacer más o menos las mismas cosas.

Para ella era normal el sexo oral, tanto darlo como recibirlo, hacer el amor al aire libre, también en lugares más o menos concurridos (lo había hecho con completos desconocidos), el sexo con alimentos (había jugado con nata, fresas, plátanos y hasta con alguna cucurbitácea, como los pepinos y los calabacines), e incluso había practicado sexo anal en varias ocasiones. Aceptaba más o menos de buen grado que los chicos finalizaran sobre cualquier parte de su cuerpo, incluso en su cara, y hasta había llegado a permitir a algún chico terminar dentro de su boca y tragar su semen. No era algo que la entusiasmara, pero estuvo muy enamorada de esos chicos y ya se sabe que el amor todo lo puede, aunque no siempre fuera correspondida.

También había experimentado el sexo con más de una persona al mismo tiempo y había hecho tríos, tanto con dos chicos a la vez, como con parejas compuestas por un chico y una chica. No se consideraba lesbiana, ya que le atraían claramente los chicos, pero había disfrutado lo suficiente durante esos tríos de la compañía y los besos de alguna chica y no le desagradó lo más mínimo. Pero era plenamente consciente de que, si le dieran a elegir, siempre prefería un chico. Se decía a sí misma que podría mantener sexo con otra mujer siempre que alcanzara la excitación suficiente que le producía el sexo opuesto y la posibilidad de quedar plenamente satisfecha de forma natural, es decir, la intervención del factor masculino de alguna forma, ya fueran besos, caricias, felaciones o penetraciones.

Consideraba todas esas cosas dentro de las “prácticas sexuales normales” y no se arrepentía ni de haberlas practicado, ni de haberlas disfrutado. Porque sí, las había disfrutado. ¡Y mucho! Todas esas prácticas las disfrutó en su día, y estaría dispuesta a disfrutarlas de nuevo si se diera el caso. No es que fuera buscándolas permanentemente, pero era consciente de que este tipo de cosas, especialmente los tríos, no surgen fácilmente y, cuando se presentaba la ocasión, no desaprovechaba la oportunidad.

Aún tenía pendiente la participación en una sesión de sexo con más cantidad de personas. Llamarlo orgía se le hacía un poco cuesta arriba, pero al fin y al cabo era lo que era. Sexo en grupo, orgía… Trataba de engañarse a sí misma pensando que era como un trío, pero con más gente. Esa era su línea roja hasta el momento. Alguna vez había fantaseado con ello, pero no se había atrevido ni a buscarlo.

Sin embargo, había ciertas prácticas y cosas que jamás se permitiría realizar, ni por muy enamorada que estuviera, ni por muy divertidas y excitantes que se las pintaran. De ese modo, jamás aceptaría el bondage extremo, el uso de la violencia, la necrofilia, el sexo entre familiares y cosas similares. Por supuesto, el sexo con animales era algo que ni se le pasaba por la cabeza, ya que no solo no la excitaba, sino que le parecía repulsivo, aberrante y repugnante. Todas esas “categorías” de su página porno favorita no eran visitadas nunca, y probablemente nunca lo harían. Y del mismo modo, esas categorías probablemente jamás darían el salto a su vida real tampoco.

Pero había una cosa que sí le llamaba mucho la atención y que, a pesar de considerarla una “práctica normal”, no había tenido la ocasión de probarla nunca. Se trataba de tener relaciones con una persona de color. Interracial, lo llamaban en las páginas porno.

Se dio cuenta de ello un día casi por casualidad mientras surfeaba su web porno favorita. Había puesto en el buscador de vídeos el acrónimo “BBC” cuyas siglas no significaban precisamente British Broadcasting Corporation, la radio televisión pública británica, sino más bien Big Black Cock (Polla Negra Grande). Y no lo había hecho por el color, sino por el tamaño. En su larga lista de ligues, había visto y disfrutado penes de más o menos todos los tamaños, pero nunca como los que aparecen en los portales porno. Ella sabía perfectamente que los actores dotados con esos miembros tan extraordinariamente grandes y descomunales eran contratados precisamente por eso, y que esas medidas no abundan en la vida real. Y no es que a ella le importara especialmente el tamaño, pues valoraba mucho más la destreza del amante que el tamaño de su miembro, pero sí era cierto que, puestos a elegir, los prefería grandes (siempre que no se descuidara la destreza).

Por eso, a veces buscaba vídeos especialmente clasificados en la categoría de penes grandes. Y todo el mundo sabe que, estadísticamente hablando, la raza de color está dotada con miembros más grandes que el resto de las razas. Puede parecer un estereotipo, pero la verdad es que es así.

Se excitaba sobremanera cuando en los vídeos veía que las chicas que manipulaban esos miembros necesitaban dos manos para abarcar la longitud completa de esos penes, o que los esfuerzos para introducírselos en la boca eran no poco dificultosos. Le llamaba mucho la atención cuando en los vídeos se comparaba el tamaño de uno de esos enormes penes con el antebrazo de la chica de turno, poniendo uno sobre otro y haciendo notar lo extraordinario del tamaño. Se miraba su propio brazo y se preguntaba cómo sería poder tener sexo con un pene de ese tamaño.

Y así, viendo ese tipo de vídeos, que los buscaba más bien por el tamaño y no por el color, se dio cuenta de que la mayoría de ellos estaban protagonizados por hombres de raza negra. Y fue ahí donde se dijo a sí misma que quería probar un pene grande de color. Y sí, tenía que tener los dos atributos al mismo tiempo. Debía ser grande y de color, porque nunca había estado con un chico de esa raza y nunca había probado un pene de dimensiones “fuera de lo normal”. La decisión estaba tomada. Tendría que ligarse un chico de chocolate.

Ligar nunca había sido un problema para Alicia. Era guapa, resultona, simpática y muy dicharachera, y además tenía mucho estilo para vestirse, maquillarse y arreglarse, lo que la hacía destacar y llamar la atención allá donde fuera simplemente con su presencia. Y por supuesto, una vez establecido el “contacto” con un objetivo, su conversación, su desparpajo y su simpatía hacían el resto de la misión fácil y rápidamente. No había muchos chicos capaces de resistirse a sus encantos si ella ponía los ojos sobre uno en concreto.

El problema era encontrar un chico negro. ¡No conocía ninguno! No había ninguno en su entorno más próximo, así que le tocaría empezar desde cero e investigar dónde podría encontrar uno. Su trabajo era doble. Primero buscarlo y encontrarlo, y luego ligárselo.

Metódica como era, lo primero que hizo fue repasar su agenda de contactos de Google, en la que almacenaba cerca de mil direcciones de correo electrónico y números de teléfono. No buscaba ningún chico de color entre sus contactos. Sabía que no lo tenía. Pero se detenía en cada una de las entradas y le otorgaba a cada contacto unos segundos para pensar si podía relacionar a esa persona con otra de color, tanto por amistad, como por trabajo o alguna otra circunstancia. Fue totalmente en vano. Apenas había repasado un par de docenas de registros de la agenda, desistió por el ingente esfuerzo que esa estrategia le iba a exigir. Demasiado tiempo, del que no disponía, y demasiado trabajo que probablemente no proporcionaría ningún fruto. Ella necesitaba follar con un bombón de chocolate cuanto antes y no podía perder tiempo delante de un ordenador días y días. Comenzó a pensar en otras estrategias.

Barajó Tinder y otros servicios online para conseguir citas, pero también los desestimó rápidamente. Le daba una pereza tremenda tener que crearse un perfil ad hoc y comenzar una búsqueda que por otra parte podía alargarse también de forma indefinida en el tiempo. Además, no le apetecía que su cara, sus fotos y su información estuvieran circulando por la red sin ningún tipo de control. Y menos en ese tipo de redes.

No, ella era de la vieja escuela y confiaba plenamente en sus dotes y capacidades personales. Prefería hacer las cosas a la vieja usanza, como se habían hecho siempre. El problema era que tampoco abundaban los chicos de color en su ciudad, y no recordaba haber visto ninguno en los sitios de copas a los que solía acudir para socializar con sus amigos. Tenía que buscar otra forma de hacer las cosas.

¡Deportes! ¡Eso es! Los chicos de color suelen destacar en los deportes porque suelen ser más atléticos, más fuertes y más rápidos que los demás. Casi todos los equipos de fútbol, baloncesto y rugby tenían algún jugador extranjero de color en sus filas. Si había algún hombre con las características físicas que Alicia necesitaba, seguro que estaba alistado en alguno de los equipos de la ciudad. Y no se equivocaba.

Descartó el fútbol de inmediato porque los futbolistas son demasiado conocidos y, como la mayoría están forrados de dinero, casi todos tienen demasiadas moscas alrededor. Entiéndase por moscas novias y modelos tipo Barbie, cazafortunas y demás oportunistas que intercambian rápidamente tangas por billetes.

Y con el baloncesto, aunque un poco menos que con el fútbol, las cosas eran parecidas. Además, las desproporcionadas dimensiones de los jugadores la preocupaban un poco. Vale que ella quisiera un buen BBC, pero si las proporciones de todos los miembros del cuerpo de los baloncestistas guardaban sintonía con la estatura de esos fulanos, no quería ni pensar cómo sería el pene de un jugador de más de dos metros de altura. Tampoco era cuestión de empacharse con demasiado chocolate en el primer intento. Prefería ir algo más despacio y poco a poco.

El rugby la atraía más. Los jugadores eran más modestos, menos conocidos y sería más fácil aproximarse a ellos. Seguro que estaban menos endiosados que las estrellas de los otros deportes que, por otra parte, salían con mucha frecuencia por la tele.

El domingo había derbi en la ciudad. Los dos equipos locales, que además eran de lo mejorcito del país y rivalizaban siempre por ganar la liga, se cruzaban en un emocionante partido y Alicia tendría ocasión de ver a todos los jugadores en acción.

Ella no entendía mucho de rugby, ni falta que le hacía. Le bastaba con ver a los maromos en el terreno de juego corriendo como locos de un lado para otro detrás del melón, comprobar cuántos había de color e investigar si había posibilidad de acercarse a alguno de ellos después del partido, preferiblemente sin pareja.

Y allá que se fue. Sin encomendarse a nada ni a nadie, y completamente sola, se presentó el domingo en las instalaciones deportivas al aire libre donde se jugaba el partido. Sacó su entrada y se instaló en un punto más o menos central de las gradas y lo más abajo posible para poder ver a los jugadores de cerca cuando se acercaban a los banquillos en los descansos o en los tiempos muertos.

Lo primero que le llamó la atención fue el ambiente familiar que reinaba en la grada. Los jugadores aún no habían saltado al terreno de juego, así que se entretuvo en observar a la gente que tenía a su alrededor. Casi todos los grupos estaban integrados por matrimonios jóvenes, muchos con varios niños, y se notaba que la mayoría se conocían entre ellos, incluso siendo de equipos rivales a juzgar por sus vestimentas y accesorios identificativos y la parafernalia de cada equipo, tales como bufandas, camisetas, banderolas, gorras…. Se preguntaban unos por otros, se interesaban por los familiares no presentes, intercambiaban opiniones acerca los trabajos de cada uno y, en definitiva, usaban el encuentro para socializar y dejarse ver. Las cervezas, en vasos de plástico, corrían por las gradas como si las regalaran, y la verdad es que el tiempo invitaba a ello, ya que era una preciosa mañana de primavera, muy soleada y templada, y al sol hasta se notaba un poco de calor.

Finalmente, tras el anuncio realizado por megafonía, los jugadores saltaron al terreno de juego. Los capitanes se estrecharon las manos entre sí y con los árbitros y se procedió al habitual sorteo de campo y turno de saque. Alicia solo necesitó esos pocos minutos para otear sus objetivos y comprobar, con gran alivio, que había varias opciones donde elegir en los dos equipos. Contó hasta siete jugadores de color. Ahora solo faltaba ir estudiando uno por uno para ver si alguno cumplía con sus expectativas.

Descartó a un par de ellos rápidamente por su físico. Eran demasiado gruesos. Luego aprendió que ese tipo de jugadores son los que aportaban la fuerza bruta para empujar en la primera línea de las melés. Alicia nunca había visto una melé en su vida y quedó un tanto impactada cuando aquellas moles chocaron entre sí en la primera del encuentro. Pensó que se habían chocado de cabeza unos con otros, como los carneros, y que en el impacto se tenía que haber partido algún cráneo. Ella no quería un chico tan grueso en su cama. Necesitaba alguien más atlético y con un físico más apolíneo, pero al mismo tiempo también algo musculado y con mucha fortaleza. Si algo le gustaba a Alicia eran los vientres planos, duros y, en este caso más que nunca, con “tabletas de chocolate” en los abdominales.

Ella no entendía absolutamente nada de este deporte tan complejo, pero a medida que el encuentro se desarrollaba, y escuchando lo que decían los comentaristas por la megafonía y los espectadores más próximos que tenía a su alrededor, pronto aprendió lo que era un talonador, un medio melé, un pilier, un segunda línea, un ala o un zaguero. Para cuando llegaron al descanso del partido, ya no podía quitar los ojos de uno de los alas de un equipo y del zaguero del otro. Eran su elección. Los dos eran de color, por supuesto, guapos, con un físico envidiable y auténticos portentos físicos. A uno de ellos incluso le pudo ver la tableta de chocolate al levantarse momentáneamente la camiseta para limpiarse restos de sangre de los labios tras haber sufrido un fuerte placaje. Sufrió un poco por él por el golpe que se llevó, pero por otra parte quedó absolutamente prendada de su belleza y de su fortaleza física. Sus piernas no eran piernas, eran auténticas columnas de acero, torneadas y musculadas, y movían como una auténtica locomotora los más de noventa kilos de peso y el metro noventa de estatura de aquel adonis negro. Y si todo lo que se veía en aquel cultivado y desarrollado cuerpo estaba hecho de la misma forma, es decir, de proporciones más bien grandes, Alicia no veía la hora de comprobar si la única extremidad que no se podía ver en el terreno de juego estaría en sintonía con el resto del cuerpo. Estaba casi segura de que había encontrado su BBC.




El partido fue llegando al final y, en uno de los lances del juego, su adonis sufrió un brutal placaje que dio con todos sus huesos en el suelo y acto seguido con un montón de jugadores encima suyo. Sonó un fortísimo golpe y, apenas dos segundos después, un desgarrador alarido, aunque era difícil saber de quién pudo provenir. Los árbitros pararon el encuentro inmediatamente y, poco a poco, se fue deshaciendo la montonera de jugadores, hasta que finalmente el único que quedó en el suelo fue el chico que le gustaba a Alicia, retorciéndose de dolor y llevándose ambas manos a una de sus musculadas piernas.

La grada quedó en completo silencio y los árbitros se vieron obligados a llamar a las asistencias médicas. Al parecer, la lesión había sido grave y todo indicaba que podía haber hasta algún hueso roto.

Finalmente, se llevaron al muchacho en camilla a la enfermería y la grada le despidió entre fuertes aplausos y ovaciones procedentes tanto de un equipo como del otro. Hasta eso le llamó la atención a Alicia sobre el rugby frente a otros deportes. Realmente, era un juego de caballeros.

Quedó un poco decepcionada y preocupada por la suerte del chico. Sobre todo, porque la lesión había dado al traste con sus planes iniciales. Pero, por otra parte, se convenció a sí misa de que su “trabajo de investigación” había dado sus frutos y el rugby le había proporcionado el caldo de cultivo que necesitaba. Y aún tenía una pequeña posibilidad de que la lesión del muchacho jugara a su favor.

Ya se encaminaba hacia su coche, abandonando las gradas junto al resto de espectadores, cuando las personas que caminaban justo detrás de ella comenzaron a comentar que a pesar de la mala suerte que había sufrido Allan, seguro que asistiría al tercer tiempo.

¿Qué era el tercer tiempo? ¿Todavía no se había terminado el partido? ¿Significaba eso que a lo mejor Alicia aún disponía de alguna oportunidad de acercarse al chico? Obviamente, jugar lesionado ya no podría, especialmente si tenía algún hueso roto, pero si ese tercer tiempo era algo relacionado con el partido y el chico permanecía en las gradas, quizá podría intentar algún contacto con él. Pero no entendía por qué, si aún quedaba un tiempo, todo el mundo se marchaba ya. ¿A lo mejor se jugaba en el campo del rival y había que desplazarse? No era muy lógico, especialmente entre equipos de distintas ciudades. Así que, sin miedo ni vergüenza, se dio media vuelta y le preguntó a una de las chicas que caminaban detrás de ella:

―Perdona, es que soy de fuera, ¿sabes dónde es el tercer tiempo?

―¡Claro! ―respondió la chica con suma amabilidad―, en la sede. Está en la Plaza de la Universidad. Vamos todos para allá ahora.

―Muchas gracias ―contestó Alicia.

Algo le decía que el tercer tiempo no tenía mucho que ver con otro partido, otro campo, o con más tiempo de juego. Más bien parecía una celebración y comenzó a sospechar que la sede probablemente sería un bar o algo parecido.

Como ella no tenía que esperar a nadie, pudo salir rápido. Se montó en su coche, evitó el atasco de salida y se dirigió a la mencionada Plaza de la Universidad, en el centro histórico de la ciudad. Y como había imaginado, uno de los bares de la zona parecía estar esperando para recibir a los jugadores y aficionados del partido. Banderas, sombrillas, bufandas y una prolífica decoración con los colores de uno de los dos equipos que habían jugado en el campo adornaban la terraza, los toldos y el interior del bar. Estaba claro que en este deporte existía la costumbre de celebrar los éxitos de los partidos tras la finalización de los encuentros.

Alicia aparcó su coche no muy lejos de la zona y se encaminó al bar, que en ese momento apenas tenía un par de personas en el interior y nadie en la terraza. Se sentó en el exterior y esperó a que la atendieran. Cuando lo hicieron, pidió una cerveza bien fría y un pincho de tortilla, y sacó un pequeño libro electrónico de su bolso para hacer tiempo hasta que llegaran los aficionados. La espera se le hizo un poco larga.

Finalmente, y con su cerveza ya mediada, comenzó a escuchar a lo lejos un montón de algarabía producida por docenas de cláxones y bocinas de lo que parecía un desfile de coches. Tras los primeros signos sonoros, pronto comenzaron a pasar por la plaza los primeros vehículos ataviados con los colores, banderas y bufandas al aire del equipo de la sede. Y tras los coches, un inmenso autocar, con no menos cantidad de banderas, que estacionó en la misma plaza y del que comenzaron a bajar más y más personas, todas llenas de júbilo y alegría, ondeando las banderas y coreando estrepitosos cánticos. En cuestión de minutos, la plaza, que hasta ese momento había sido un remanso de paz y tranquilidad, solo interrumpido por los trinos de los pajarillos que revoloteaban en los árboles, se convirtió en un inmenso bullicio. En una cosa sí se parecía el rugby al fútbol. Cuando un equipo se alzaba con un triunfo o un título, jugadores y aficionados lo celebraban con gran alboroto, jaleo y algazara.

Pocos minutos después de haber aparcado el autocar, los dos únicos clientes que había en la sede salieron de allí como alma que lleva el diablo y los aficionados tomaron el control del lugar. Las cervezas comenzaron a correr por la barra y cuanta más gente llegaba a la zona, más bullicio se armaba. Pronto, Alicia se contagió de la alegría del lugar y, si bien no pudo concentrarse más en su lectura, se hizo fuerte en el lugar y decidió quedarse para proteger la mesa de la terraza que tenía conquistada.

Tras los primeros minutos de descontrol, las cosas se fueron calmando poco a poco y la gente fue tranquilizándose, ocupando su lugar, cada uno con su cerveza, y asentándose en distintos grupos, tanto dentro como fuera del bar, para establecer amigables y alegres charlas.

Alicia reconoció a muchos de los jugadores que había estado estudiando en el campo un rato antes, pero para su decepción, no vio ni rastro de su lesionado adonis negro. Estaba claro que la lesión debía haber sido importante y le habrían llevado al hospital. Tendría que esperar a una nueva oportunidad, ya que el resto de jugadores no era de su interés.

Estaba ya a punto de marcharse cuando un coche llamó su atención. Había aparcado en doble fila justo delante del bar, entorpeciendo la circulación, y de él se bajaron dos enormes chicos, aún vestidos con la equipación deportiva y los colores del equipo de rugby. Uno de los mozos abrió el maletero del coche y de él extrajo una silla de ruedas plegable que, de un golpe seco, armó en un segundo. Después, se dirigió al asiento del copiloto y, junto con su compañero, ayudaron a salir del coche al lesionado Allan. Entre los dos, lo cogieron en volandas, a él y a la muleta que llevaba en sus manos, y lo sentaron sin mucha delicadeza en la silla móvil. Uno de los chicos empujó la silla hasta la acera, prácticamente soltándola para que rodara sola, y el otro regresó al coche para quitarlo del medio, pues algunos conductores detrás ya empezaban a impacientarse.

Allan, una vez abandonado a su suerte en la acera, trató de maniobrar con la silla de ruedas para dirigirse hacia el interior del bar, pero la verdad es que iba a ser una maniobra harto complicada visto el jaleo de gente que había tanto en el interior como en la terraza.

¡Era la oportunidad de Alicia y se la habían servido en bandeja! Tanto para dirigirse al interior del bar como a cualquier otro punto de la terraza, Allan tenía que pasar obligatoriamente junto a la mesa que ocupaba Alicia, que al estar sola y sin compañía, mantenía las tres sillas libres en el camino de paso que necesitaba recorrer Allan. Y encima, al pobre chico no le ayudaba nadie y él no se daba mucha maña con la silla de ruedas.

Alicia vio inmediatamente su oportunidad y fue ella la que se levantó para brindarle ayuda antes de que nadie más lo hiciera.

―Espera, que te ayudo ―dijo levantándose y retirando una de las sillas libres de su mesa para que pudiera pasar el chico.

―Muchas gracias ―contestó él―, es que no me apaño muy bien con este trasto. Y encima se me va cayendo la muleta y voy golpeando por todas partes.

―Sí ―respondió Alicia sonriéndole―, lo vas a tener un poco chungo para entrar ahí adentro.

―No te preocupes ―dijo él―, alguno de estos cabrones vendrá a ayudarme.

―¿Tú crees? ―dijo ella con sorna―. A juzgar por la forma en la que te han apeado del coche y cómo te han abandonado a tu suerte, creo que tienen más interés en conseguir una cerveza fría para ellos que en ayudar a un pobre inválido.

―¡Ja, ja, ja…! ―rio Allan―. Puede que tengas razón. Ahora mismo valgo menos que una cerveza y algo que llevarse al estómago. Pero no te preocupes, ya me apañaré.

―Mira ―dijo Alicia―, te propongo una cosa. Yo hace un rato que quería otra cerveza, pero no me atrevía a levantarme para ir a por ella por miedo a perder la mesa. Y los camareros tienen demasiado jaleo ahora mismo como para atender la terraza. Si me guardas la mesa, te prometo que te traigo una cerveza bien fría.

Allan se quedó un poco descolocado. Acaba de ligar con una chica totalmente desconocida, que además era bien guapa y parecía muy amable y simpática. Aún no era consciente del juego que ella se traía entre manos, pero no le quedó más remedio que aceptar su propuesta y esperar a ver por dónde se podía desarrollar su inesperado golpe de suerte.

―¡Hecho! ―respondió risueño.

Alicia le guiño un ojo y le ayudó a colocar la silla de ruedas en su mesa de la terraza. Acto seguido se escabulló entre el gentío que ocupaba los aledaños de la mesa y, casi a empujones y codazos, logró llegar hasta la barra, en el interior. Una vez allí, y colándose en el turno a varias personas, logró que el camarero la atendiera con relativa rapidez y le pusiera las cervezas y el pincho de tortilla que le había pedido.

De regreso a la mesa, Allan no daba crédito a lo que veían sus ojos. Alicia, con un desparpajo y una soltura tremendas, se abría paso entre la gente dando pequeños empujones y gritando:

―¡Paso, paso! ¡Cuidado que mancho!

Y sorpresivamente, la gente se apartaba de su camino y la dejaban paso, ya que, al ir cargada con una jarra grande de un litro de cerveza en una mano, otra cerveza más pequeña en la otra y un plato con un pincho de tortilla encima de la jarra grande, realmente se corría el riesgo de que algo se cayera y alguien se manchara.

Cuando finalmente llegó a la mesa donde la esperaba Allan, dejó todo sobre la superficie y le puso delante a él la jarra grande y el plato con la tortilla.

―Te he pedido una jarra grande porque me he imaginado que tendrías mucha sed después del partido. Y supongo que tendrás hambre también. Si te descuidas un poco, tus amigos van a terminar con toda la barra.

―¡Muchas gracias! ―dijo Allan muy sorprendido― No sé qué decir. Déjame al menos que te invite.

―No te preocupes ―dijo Alicia―. Ya está pagado.

―Bueno, pues muchísimas gracias. Si quieres podemos compartir la mesa… o la tortilla ―dijo un poco compungido sin saber muy bien cómo agradecer el favor que le estaba haciendo Alicia―, es lo menos que puedo hacer por ti.

―Como quieras, pero si has quedado con alguien o estás esperando a alguien, te dejo la mesa. Al fin y al cabo, yo ya llevo un buen rato aquí y con este barullo, es imposible concentrarse en la lectura ―dijo Alicia señalando su libro electrónico, que aún permanecía sobre la mesa.

―¡No, no, no! ―se apresuró Allan―. No he quedado con nadie. Y la mesa era tuya. Por favor, no te vayas.

―Bueno, como quieras ―respondió ella volviendo a sentarse―. Yo me llamo Alicia, por cierto.

―Yo Allan. Encantado de conocerte.

―Oye… ―continuó Alicia señalando la pierna vendada del malogrado rugbista―, ¿y al final en qué ha consistido la lesión? Porque el golpe fue tremendo.

―¿Has visto el partido? ―preguntó extrañado.

―Sí. Estuve arriba en el campo viéndote. Me dolió hasta mí cuando te hicieron ese placaje tan brutal. Si te soy sincera, lo primero que pensé fue que tendrías algún hueso roto, pero veo que no llevas escayola, así que supongo que habrá sido algo fibrilar.

―¡Vaya! ―contestó Allan cada vez más sorprendido― veo que además entiendes. ¿Eres médico?

―¡Ja, ja, ja! ―rio Alicia―. No, soy enfermera y fisioterapeuta. Algo entiendo de lesiones. Es a lo que me dedico. ¿Qué ha sido, rotura de isquiotiobial?

―¡Joé! ―exclamó Allan― ¡Justo eso! O al menos eso es lo que ha dicho el fisio del equipo.

―Me lo he imaginado al ver el vendaje compresivo y la bolsa de hielo ―añadió ella.

―Sí ―continuó él―. Me ha dicho que mantenga el hielo todo lo que queda de día, y luego reposo unos días y rehabilitación.

―Está bien indicado ―sentenció ella―. ¿Pero no te ha dicho nada de masaje deplectivo?

―No ha dicho nada de masajes de ningún tipo ―dijo él con un poco de cara de susto―. ¿Es importante?

―Bueno ―continuó ella―, depende de la gravedad de la lesión. A ver… no te asustes que no pasa nada. Pero estoy harta de ver que casi todos los fisios se olvidan de ello. Lo más importante es el reposo y la rehabilitación, eso está claro. Pero el masaje también es importante dentro de las primeras horas porque ayuda a que el hematoma interno y la cicatriz que se forman en el músculo sean más pequeños y lo más elásticos posible. Cuanto menor sea la herida, más fácil y rápida será la recuperación después con la rehabilitación.

―¿Pues duele un huevo! ―exclamó él―.

―Lo sé ―dijo ella―. Y más que te va a doler mañana. Por eso es importante el masaje deplectivo. Deplectivo, aunque te suene muy fea la palabra, no es otra cosa que un drenaje manual. Se masajea la zona dañada, comenzando poco a poco y aumentando la intensidad paulatinamente para drenar y desplazar la sangre del hematoma hacia otras zonas no inflamadas. De esa forma, las fibras internas dañadas quedan más limpias y mejor preparadas para la rehabilitación.

―Veo que controlas un montón ―contestó él―.

―Ya te digo que es a lo que me dedico.

La conversación se quedó como en pausa. Ninguno de los dos sabía muy bien por dónde continuar o cómo hacerlo, aunque ambos deseaban ese masaje deplectivo casi inmediatamente, uno recibirlo y la otra hacerlo.

Los motivos de Allan eran casi puramente profesionales, ya que las explicaciones de Alicia no las terminaba de comprender del todo bien, pero le asustaban un poco las posibles consecuencias por si pudieran afectar a su carrera deportiva. Y los motivos de Alicia eran puramente lascivos, pues se moría de ganas de sobar y masajear las piernas del portento físico y comprobar si realmente podría estar ante un BBC del tamaño de su antebrazo.

―Oye ―continuó Allan―, no es que quiera ser alarmista, pero me ha dejado un poco mosca eso que has dicho de que el masaje deplectivo hay que darlo en las primeras horas. Mi fisio no me ha dicho nada de eso y solo me ha insistido en que haga reposo en los próximos días hasta que comience la rehabilitación. ¿No dar ese masaje puede tener alguna consecuencia? Me refiero a si me puede quedar alguna secuela o puede ser perjudicial para mi carrera. Tengo muchas esperanzas puestas en este deporte.

―¡Ja, ja, ja! ―rio Alicia―. No, tranquilo. Lo que tienes en tu pierna no es grave. Tu carrera no peligra por eso. Pero sí te va a doler un poco mañana. Te dolerá con o sin masaje, pero el masaje hará que la rehabilitación sea más fácil.

―Ya… ―dudó Allan―, ¿y sabes dónde podrían darme ese masaje? Yo no conozco a nadie aparte del fisio del equipo.

―Bueno ―continuó Alicia―, en la clínica donde yo trabajo te lo podríamos dar. Lo malo es que hoy es domingo y está cerrada. Y yo no tengo llaves.

―¿Y se te pago una sesión extra, aunque no sea en la clínica? ―se atrevió a sugerir Allan―. Al precio que sea. Parece que controlas mucho de esto y me han dado mucha confianza tus explicaciones.

Alicia se quedó pensando unos segundos, como haciéndose la interesante. Sabía que había logrado su objetivo al cien por cien y esta tarde tendría en sus manos, si no el BBC, al menos sí los isquiotibiales de Allan. Pintaba bien la cosa.

―Mmm… Podría ser ―dijo al fin Alicia mirando su reloj de pulsera―. Pero tendría que ser a última hora de la tarde. Tengo algunas cosillas que hacer antes.

―¡Por supuesto! ―exclamó Allan―. Cuando tú puedas. Pero escucha… no quiero ponerte en un compromiso. Si estás ocupada o te parece que te estoy pidiendo algo fuera de lugar, por favor, dímelo sin problema, que lo entenderé.

―Tranquilo ―respondió Alicia―, no pasa nada. Tendrás tu masaje. Y además, no te lo voy a cobrar. Me has caído bien.

―¡Genial! ―exclamó Allan con una sonrisa que casi comunicaba sus dos orejas―. ¿Y cómo lo haríamos? ¿Vendrías a mi casa a darme el masaje?

―Podría ser… pero creo que sería mejor en la mía ―respondió Alicia organizando ya las cosas mentalmente―. Allí tengo una salita acondicionada con una camilla profesional en condiciones y con los aceites que necesito para el masaje. Suelo ganarme un dinerillo extra dando masajes a amigos y algunos compromisos fuera de la clínica.

Allan dudó un poco si era buena idea ir a casa de una completa desconocida. No porque tuviera miedo, ni mucho menos, sino por si era procedente. Pero le preocupaba su lesión y su carrera deportiva, y deseaba ese masaje con toda su alma. Además, Alicia le había parecido tremendamente guapa y atractiva y también estaba empezando a ver la situación como un posible ligue.

―De acuerdo ―respondió―. Pues entonces en tu casa. ¿A alguna hora en concreto?

―A partir de las 8, cuando quieras ―contestó ella mientras rebuscaba su cartera en el bolso―. Te voy a dar una tarjeta con la dirección y te pasas cuando quieras a partir de esa hora. Yo estaré en casa.

―Genial, gracias ―respondió―. Oye, ¿y tengo que llevar algo? No sé, vendas, hielo o algo para después del masaje… ¿O quizá alguna medicina tipo anti inflamatorio o algo?

―No, tranquilo ―respondió Alicia―, con que me traigas la pierna lesionada es suficiente. Si tú no quieres venir, no pasa nada, pero la pierna sí la necesito para el masaje.

Los dos rompieron a reír por lo absurdo de la broma, pero ayudó a seguir distendiendo el ambiente.

Trataron de continuar con la conversación, pero ya les fue del todo imposible. Justo cuando Allan iba a cambiar de tema y a encauzar la charla sobre otros asuntos más banales, apareció un grupo de amigos del jugador, sin duda animados por la gran cantidad de cerveza ingerida y, sin mediar palabra, arramplaron con la silla de ruedas y la muleta del lesionado y comenzaron a jugar a hacer carreras por la terraza y el interior del local. Luego, uno de los compañeros del muchacho se quitó la camiseta y, simulando que era un capote, comenzaron a torear al pobre chico en la silla de ruedas. Uno empujaba la silla a toda velocidad para convertir al muchacho en el toro, otro le mostraba el capote, y otro usaba la muleta ortopédica del malogrado Allan como si fuera una muleta de torear y simulaba que iba a entrar a matar sobre el pobre chico. Y todo ello mientras el resto de jugadores del equipo hacían un pasillo para dejar paso a la silla de ruedas y coreaban y vitoreaban la improvisada corrida. Sería la primera corrida del día de Allan, pero no la última.

Alicia supo que ya no podría seguir charlando con él, así que viendo el jolgorio que había en la sede, recogió su libro y su bolso y se dispuso a marcharse. Aprovechó uno de los lances de la corrida en la que Allan quedó con la silla mirando en la dirección en la que ella se encontraba y, haciéndole un gesto con la mano y un guiño con el ojo, se despidió de él. Él correspondió con un gesto similar y se dejó manejar por sus compañeros para seguir con la juerga del toreo y la celebración por la victoria del partido de la mañana.

Ya estaba hecho. Alicia había conseguido su objetivo. Estaba segura de que esa misma noche tendría sexo con un chico de color. Si luego el chico era realmente un BBC o no, era menos importante. Pero por fin cumpliría su sueño de acostarse con chico de otra raza.

Dedicó el resto de la tarde a hacer sus quehaceres y se fue temprano a casa para prepararlo todo. Solo tenía asegurado el rato del masaje porque no sabía cómo reaccionaría Allan a cualquier otra proposición, pero debía tener al menos alguna alternativa por si antes o después se terciaba cenar juntos en casa o hacer alguna otra actividad. No se complicó mucho la vida. Pasó por el súper del centro comercial que tenía cerca de casa y compró una pizza y un paquete de seis cervezas. Una vez en casa, metió los botellines en el frigo y preparó la pizza con algunos ingredientes extra para que en caso de que fuera necesario, solo hubiera que encender el horno y hacerla en unos pocos minutos.

Luego se dio un buen baño relajante, se depiló y se acicaló con sus mejores cremas, ungüentos y perfumes, y se peinó para la ocasión con unos preciosos bucles hechos con la plancha del pelo. Adornó sus muñecas con varias pulseras y su cuello con una finísima cadena de oro con una diminuta perla en forma de lágrima. Se puso un poco de brillo en los labios y escogió un conjunto de lencería blanca con encajes muy atractiva y vistosa. Sobre la misma, se vistió con un vaquero y una blusa vaporosa de color blanco roto. Su idea era ir guapa y atractiva, pero al mismo tiempo, no dar la apariencia de estar asistiendo a una cena formal o a una fiesta elegante. Además, quería que durante el masaje en la salita, fuera relativamente sencillo quitarse el pantalón y la blusa y ponerse una bata blanca. La bata siempre sería más fácil abrirla y dejar acceso libre a su interior llegado el momento.

No sabía si Allan llegaría puntual o no, así que mientras esperaba, se entretuvo revisando su colección de discos y escogiendo los que usaría tanto para la sesión de masaje como para la hipotética cena. Para el masaje no necesitó escoger mucho. Tenía varios discos prestados de la clínica con música relajante de esa que llaman “chill out” adornada con trinos de pajaritos, arrullos de agua y otros sonidos agradables de la naturaleza. Y si se diera el caso de poder estar un rato charlando antes o después del masaje, escogió y apartó varios discos tranquilos de The Neville Brothers, The Commodores, Barry White, Leonard Cohen y el siempre precioso saxo de Kenny G.

En estas cosas estaba cuando sonó el timbre del telefonillo en el recibidor de la casa.

―¿Quién es? ―preguntó sabiendo ya quién era.

―Soy Allan.

―Sube, ―dijo Alicia sin esperar respuesta.

Alicia dejó entreabierta la puerta de la casa y regresó al salón para terminar de colocar los vinilos que había seleccionado. Pasados unos minutos, se extrañó de que Allan tardara tanto en llegar arriba, hasta que de pronto se dio cuenta de que el pobre iría con la silla de ruedas y en su portal había que subir media docena de escalones antes de llegar al ascensor y no había rampa.

Regresó hasta la puerta de entrada de la casa y desde el descansillo de su piso se acercó al hueco del ascensor, comprobando que en ese preciso instante la puerta del mismo se cerraba en la planta baja y las poleas del elevador comenzaban su trabajo para hacer subir la cabina hasta su altura, un séptimo piso.

Ella misma abrió la puerta del ascensor sin esperar a que lo hiciera Allan, y lo encontró sentado en la silla y peleándose con los aros laterales de las ruedas para maniobrar y tratar de salir. El pobre no tenía mucha experiencia y había entrado de frente en el ascensor, así que ahora tendría serias dificultades para abrir y sujetar la puerta de espaldas y salir de la prisión del habitáculo. Suerte que Alicia ya estaba allí.

―Perdona ―dijo Alicia―. No me he dado cuenta de que había varios escalones antes del ascensor. ¿Cómo has logrado subirlos con la silla? No hay rampa.

―Bueno, dijo Allan mirando a Alicia a través del espejo de la pared del fondo del ascensor. Con un poco de maña y algo de fuerza. Sinceramente, no sé cómo se las apañan las personas que realmente no se pueden levantar de las sillas. Yo he tenido que subir a la pata coja, y cada dos escalones, coger la silla en vilo y poco menos que lanzarla hacia arriba. Menos mal que es ligera, pero entre la silla, la muleta y la lesión, estoy hasta las narices ya.

―¡Ja, ja, ja! ―rio Alicia―. No me extraña. Déjame que te ayude. Ya te saco yo.

Alicia sujetó la puerta del ascensor con un pie mientras asía la silla por los manguitos en la parte trasera de la misma y la sacó poco a poco. Allan, por su parte, al llegar a la altura de la puerta, la sujetó con una mano para que Alicia pudiera soltar el pie y seguir avanzando.

La entrada en el piso fue mucho más sencilla. Alicia tenía una pesada figurita de hierro en forma de gato que usaba para mantener la puerta abierta cuando a veces ventilaba la casa. La había dejado colocada para que se no se cerrara la puerta, por lo que fue fácil empujar la silla al interior, y cerrar una vez dentro.

―¿Te ves con fuerza para caminar a la pata coja con la muleta? ―preguntó―, o prefieres que metamos la silla hasta el fondo.

―Puedo caminar, no te preocupes. Creo que es mejor que dejemos este armatoste aquí aparcado ―respondió él señalando la silla de ruedas.

―De acuerdo ―dijo ella―. Pues pasa por el pasillo hasta el fondo. Nos sentamos un ratito en el salón y luego vamos con el masaje.

Allan caminó delante de Alicia usando la muleta para no apoyar su pierna mala y, al llegar a la luminosa estancia, no pudo por menos que exclamar:

―¡Qué bonito! Tienes una casa muy bonita. Y las vistas son preciosas.

Alicia tenía todas las cortinas del salón abiertas de par en par, y la luz anaranjada del atardecer se colaba por todas las ventanas a la vez, bañando las paredes de la habitación de un color a medio camino entre el rosado y el naranja. La luz rebotaba contra el lienzo blanco de las paredes, dotando a toda la habitación de una hermosa calidez. El séptimo piso del bloque de Alicia permitía ver una gran extensión de terreno. Al no tener más edificios delante, la vista estaba compuesta por la alfombra que formaba la parte alta de las copas de los pinos de un extenso pinar y el horizonte al fondo, con el sol perdiendo fuerza y casi a punto de tocar la divisoria entre el cielo y la tierra. La verdad es que las vistas eran realmente preciosas.

―Ven, no estés de pie que no te conviene para la pierna. Siéntate aquí ―dijo Alicia señalando un butacón orejero junto a la ventana.

Allan obedeció y, dejando la muleta en el suelo, junto al sillón, se acomodó donde su anfitriona le indicó.

―Lo primero es lo primero ―dijo Alicia―. Yo sin música y sin cerveza no trabajo. Toma estos discos y escoge el que más te guste.

Allan cogió los cinco vinilos que Alicia le tendía y los miró como si fueran valiosísimas y delicadas obras de arte que él no sabía apreciar. La primera sorpresa fue el hecho de que fueran vinilos. ¡Eran enormes! Él ni siquiera recordaba haber tenido un vinilo en sus manos. Los últimos discos que había pinchado en su vida fueron discos compactos, mucho más pequeños y manejables. Pero es que incluso esos, hacía años que no los usaba. Desde la irrupción de los mal llamados teléfonos inteligentes y sus miles de aplicaciones, las pocas veces que Allan escuchaba música lo hacía a través de YouTube o Spotify en su teléfono. Se sorprendió incluso de que aún hubiera gente que tuviera platos tocadiscos para vinilos en casa.

―¿Y bien? ―inquirió Alicia―. ¿Alguna preferencia?

―Pues… ―dudó el chico―. No sabría qué decirte.

―Que no conoces ninguno, vamos ―dijo Alicia haciéndose la ofendida―. No serás de los que escuchas reguetón, ¿verdad?

―No, no… ―se defendió― reguetón no, pero cosas un poco más modernas que estas sí. Esto parece un poco antiguo, ¿no?

―Tú sí que eres antiguo ―dijo Alicia arrebatándole los discos de las manos―. Veo que estás muy verde y tienes que aprender muchas cosas de la vida. Ya lo escojo yo.

Estaba claro que el chico no iba apreciar al cien por cien los gustos musicales tranquilos de Alicia, así que se decantó por el disco de Barry White, ya que al menos algunas de las canciones tenían un cierto aire disco (de los setenta y ochenta, por supuesto).

Allan miró embobado todo el proceso y el ritual que seguía Alicia para pinchar la música. Sacaba primero el vinilo con caja y todo de su bolsa de plástico, y luego el disco propiamente dicho de su embalaje plano de cartón con la fotografía del cantante impresa a todo color en la portada. Luego volteó el disco dos veces entre sus manos para asegurarse de que lo pinchaba por su cara A, y finalmente, el mágico momento de llevar el brazo con la aguja hasta el primer surco del disco. Inmediatamente después, los bafles se quejaron con los chisporroteos de los primeros rozamientos entre la aguja y el plástico y, finalmente, la música inundó el salón a un volumen suficiente como para apreciarla, pero sin estar demasiado alta como para impedir la conversación. El gran Barry, que también lo era físicamente, pues medía casi dos metros, se hizo dueño del ambiente enseguida. Allan se sintió confortable.

―Voy a por un par de cervezas ―dijo Alicia―. Vuelvo enseguida.

―De acuerdo ―respondió él―. Prometo que no te apagaré el tocadiscos.

―Si te acercas a ese tocadiscos, te prometo que necesitarás otra muleta y un montón de vendas más ―dijo Alicia sonriéndole pícaramente desde la distancia mientras se encaminaba al pasillo en dirección a la cocina.

Allan sonrió al tiempo que levantaba las manos para manifestar su inocencia y, cuando Alicia desapareció de la estancia, se dedicó a observar cuanto tenía alrededor. Lo miró todo, desde la vista exterior de las ventanas hasta la decoración del salón, los muebles y los cientos de libros que descansaban con cierto desorden en la enorme estantería que había en una de las paredes laterales de la habitación. Cada vez le gustaba más Alicia. Además de guapa y atractiva, que saltaba a la vista, estaba claro que era culta, educada y tenía buen gusto. No se movía por modas. Le gustaba su forma de vestir y arreglarse, la decoración de su casa, el exquisito orden de todas las cosas que había en el piso, y hasta el tipo de muebles y la forma de combinar unos con otros. Allan pensó que seguramente hasta la música que le había ofrecido, aunque no la reconociera, tenía que ser bonita por fuerza. Se lamentó por no tener excesiva cultura musical, y se dijo a sí mismo que había quedado como un tonto al no reconocer los cantantes que Alicia le había presentado.

Apenas tardó unos minutos en regresar, y cuando lo hizo, Alicia traía una bandeja con dos botellines abiertos, un taquito de servilletas de papel y un enorme cuenco lleno de patatas fritas de bolsa.

―No es muy romántico… ―dijo Alicia―, pero si te portas bien, tengo una pizza lista para hacer en el horno. Si quieres, podemos cenar después del masaje.

―¡Wow! ―exclamó Allan―. Esto es lo que yo llamo un servicio completo.

Alicia le miró de reojo y le guiñó un ojo. Inmediatamente, Allan se sintió avergonzadísimo por la connotación que las palabras “servicio completo” podía tener. Si pudiese ponerse rojo, seguro que su cara se habría convertido en un volcán. Suerte que su piel oscura ocultaba esos problemas, aunque el guiño de Alicia le hizo comprender que ella lo había captado.

―A ver… ―dijo Alicia― vamos por partes. Lo primero de todo, necesito que tengas las piernas en alto un ratito antes del masaje. La circulación de la sangre en la zona afectada tiene que relajarse un poco. Así que vas a poner los pies en alto, sobre esta silla, y te vas a reclinar todo lo que puedas para atrás. Hazte a la idea de que estás en tu casa y que vas a ver una peli en el sofá. Ponte lo más cómodo que puedas. ¡Zapatos fuera!

Mientras decía todo eso, ella había arrimado una silla de la mesa, le había puesto un mullido cojín del sofá encima y le había levantado las piernas al chico de forma que apoyara los gemelos sobre el cojín. Luego le desató los cordones de los zapatos, se los quitó y también le despojó de los calcetines, metiéndolos uno dentro de cada zapato.

―¡Me encantan tus pies! ―dijo―. Me parece súper sexy el contraste entre la piel oscura del empeine y las plantas, que son casi tan blanquitas como las mías.

Allan se habría podido volver a poner colorado si hubiera podido.

―No te molestan estos comentarios acerca del color, ¿verdad? ―preguntó viendo que él se quedaba un poco cortado después del comentario de los pies―. No llevan ninguna connotación ni segunda intención. Te lo juro.

―No, no. Para nada, tranquila. ―dijo él― Pero oye, no creas que me siento del todo bien viendo lo cómodo que estoy yo, que me estás tratando a cuerpo de rey en tu propia casa, y que tú estés sentada en una simple silla. Creo que necesitamos igualdad de condiciones.

―Claro, tonto ―respondió ella―. A ver si te crees que yo en mi casa estoy siempre con tacones. Yo me siento en el sofá y además siempre me descalzo.

Dicho y hecho, Alicia se quitó los tacones y se sentó con las piernas cruzadas en el sofá justo en frente de Allan.

―¿Así mejor? ―preguntó.

―Mucho mejor, gracias.

Alicia se inclinó hacia delante para coger su botellín y, una vez con la cerveza en la mano, alargó el brazo en dirección a Allan para ofrecerle un brindis. Él hizo lo propio e hicieron chocar con suavidad los cuellos de las botellas.

―¡Por los masajes deplectivos! ―exclamó Alicia.

―¡Por los masajes esos! ―respondió Allan.

Bebieron al unísono y comenzaron una amigable charla mientras Barry White seguía amenizando lo que ya casi era la velada.

Cayeron dos botellines más por cada uno y se terminaron la enorme bolsa de patatas. Hablaron de rugby, de sus familias, de sus trabajos, de sus historias y de un sinfín más de cosas. Había química entre ellos e, independientemente de la tensión sexual que flotaba en el ambiente, y que ambos reconocían interiormente y que en cierto modo perseguían, pareciera que fueran amigos de toda la vida. Las cervezas estaban ayudando mucho a distender la charla.

Cuando afuera era ya totalmente de noche, y la cara B del vinilo llegó a su fin, Alicia decidió que ya era la hora del masaje.

―¡Bueno, chico! ―exclamó―. Es la hora. ¿Has venido a que te dé un masaje o a terminar con todas mis cervezas y patatas fritas?

Mientras lo decía, se levantó del sofá y fue cerrando las cortinas de todas las ventanas. Luego se dirigió al tocadiscos para apagarlo.

―Este me lo llevo para la sala de masajes ―dijo mostrándole a Allan el disco de canciones románticas de Kenny G.

―¿También tienes un tocadiscos allí? ―preguntó él sorprendido.

―Sí. Y también en mi dormitorio. Soy una fanática de los vinilos.

Ayudó a Allan a levantarse de la poltrona y ambos fueron caminando despacio con ayuda de la muleta hasta la habitación en la que Alicia tenía dispuesta la camilla profesional de masajes, un pequeño escritorio y una estantería repleta de cremas, aceites y ungüentos para su actividad semiprofesional.

―Pasa ahí detrás ―dijo señalando un biombo de madera y tela―, y te quitas los pantalones. Tienes una percha en la pared donde puedes colgar la ropa. Yo mientras voy a poner el disco.

Uno de los compartimentos de la estantería estaba ocupado con un pequeño tocadiscos portátil y una minicadena musical de las antiguas que tenía hasta reproductor de cedés y cintas. En la parte más alta de la estantería, dos bafles de madera oscura eran los encargados de proporcionar a toda la habitación la ambientación musical. Pinchó el disco y esperó a que Allan saliera de detrás del biombo.

Cuando lo hizo, Alicia ratificó, como ya había comprobado por la mañana en el campo de rugby, que las piernas de aquel portento eran formidables.

Allan llevaba únicamente una camiseta y unos calzoncillos tipo short. Eran los favoritos de Alicia cuando daba masajes a chicos. Dejaban los “abalorios” a su caer y, a diferencia de los de tipo bóxer, le permitían ver por la abertura de la pernera lo que había en el interior. Vale que los bóxer definían mejor las formas y dejaban intuir la morfología de los atributos, pero Alicia prefería ver con sus ojos lo que manejaba y, además, le encantaba ir conquistando terreno poco a poco y meter la mano por la abertura. Con los bóxer, parecía que hasta no llegar al límite de la tela, había licencia expresa para tocar toda la piel expuesta y de ahí no se podía pasar, pero con los tipo short era como si las fronteras se desdibujaran y el límite fuera más flexible. El hecho de introducirse por la pernera de un short era como una intromisión en zona prohibida. Y ella sabía perfectamente que esa intromisión excitaba mucho a los chicos y que ninguno podía evitar la erección. Disfrutaba enormemente cuando eso sucedía. A veces era un poco malvada.

―Túmbate boca abajo en la camilla y coloca la cara en el centro del agujero de la camilla ―explicó Alicia―. Tiene que quedar la frente apoyada en esta parte acolchada para que se te relaje el cuello y no haya tensión. Mientras te colocas, yo voy a quitarme esta ropa también.

―¿Vas a darme el masaje en pelotas? ―preguntó Allan.

―No ―contestó ella mientras se dirigía hacia el biombo―, te lo voy a dar vestida con una bata de trabajo. Es para que no se me manche la ropa con los aceites. Pero si quieres que te lo dé en pelotas… te lo doy.

De nuevo, la piel negra de la cara de Allan habría pasado por todos los tonos rojos posibles de no haber sido un chico de color.

―Perdón ―se disculpó―. No he querido decir eso. Creo que se me han subido las cervezas a la cabeza. Te ruego que me disculpes.

―No te preocupes, Allan ―respondió―. No pasa nada. No te agobies. Creo que aún estás pensando en el “servicio completo” que mencionabas antes. Y en el fondo, hasta me halaga. Anda, túmbate.

Él obedeció sin rechistar y, mientras se acomodaba, Alicia se quitó la blusa y los vaqueros y se puso la bata que había en una de las perchas, quedando vestida únicamente con la ropa interior y la bata.

Salió de detrás del biombo y se encaminó a la estantería para coger los útiles que necesitaba para el masaje, toallas pequeñas, aceites, vendas y unas pequeñas tijeras quirúrgicas. Mientras lo hacía, Allan no pudo resistir la tentación de sacar la cara del hoyo de la camilla y mirar hacia donde se encontraba Alicia dándole la espalda. Le encantó lo que vio. Los pies descalzos de Alicia, las piernas expuestas desde las corvas hacia abajo, con unos gemelos preciosos, y la ropa interior intuida y medio transparentada a través de la fina tela de la bata. No era un tanga, pero le pareció adivinar encajes. En la parte superior solo pudo apreciar el enganche trasero del sujetador en el centro de la espalda. Ya estaba algo excitado y aún no habían empezado. Se alegró de estar boca abajo.

―¿Ya estás? ―preguntó ella.

―Sí ―dijo él―. Todo tuyo.

―Bueno ―continuó ella―. Lo primero que voy a hacer es quitarte este vendaje. No te preocupes que luego te pongo yo otro. Además, este no está muy bien hecho. Te lo han dejado demasiado flojo.

Introdujo la parte redondeada de las tijeras entre la venda y la piel y fue cortando poco a poco toda la extensión de la venda hasta que liberó toda la pierna de su prisión. Hizo un gurruño con los restos y los tiró en una papelera cilíndrica cromada que había junto a la camilla.

―¿Listo?

―Sí.

―Vale. Pues tú relájate y no hagas ningún tipo de fuerza. Déjate manejar y confía en mí. La primera parte del masaje es muy suave y si quieres, hasta te puedes dormir. Muchos pacientes lo hacen. Si cierras los ojos, mejor que mejor. Siente la música.

―De acuerdo.

Allan obedeció y siguió todas las instrucciones de Alicia al pie de la letra. Cerró los ojos, extendió los brazos y los pegó a su tronco, sobre la camilla. Inspiró fuertemente y dejó que su nueva amiga hiciera lo que tuviera que hacer. Confiaba plenamente en ella.

Alicia comenzó vertiendo un denso y brillante aceite de masaje sobre la parte trasera de la pierna dañada de Allan. Él dio un pequeño respingo al sentir el frío.

―Tranquilo ―dijo―. Ya sé que al principio lo notas frío, pero enseguida la zona entrará en calor.

―Vale… ―murmuró Allan.

Alicia comenzó a extender con sus manos desnudas el aceite por el muslo de Allan para lograr que quedara bien embadurnado y cubierto en su totalidad. Allan no tenía mucho vello en las piernas, pero cuando los masajes se hacían sobre piernas sin depilar, era importante ser generosa con el aceite para no engancharse con los pelillos y que estos no tirasen e hicieran el masaje doloroso.

A medida que el saxo de Kenny G avanzaba por los surcos del vinilo, la pierna de Allan quedaba más y más aceitada y también más relajada. Alicia notó que, en apenas dos canciones, la tensión muscular inicial desapareció casi totalmente. No hizo ninguna aproximación a zonas prohibidas, aunque sabía que el masaje lo requeriría más adelante. Se limitó a recorrer una y mil veces las tres caras expuestas de la pierna lesionada, desde la corva y hasta donde comenzaba la tela del calzoncillo. Allan estaba en la gloria. Se encontraba relajado, le encantaba que le sobaran y, además, la posición boca abajo le permitía sentirse algo protegido.

Pero la cara A del disco llegó a su fin y con ella, la seguridad de Allan.

―Ahora necesito que te des la vuelta ―dijo Alicia―. Tú te das la vuelta en la camilla y yo le doy la vuelta al disco.

Allan obedeció sin rechistar y se incorporó en la camilla para rotar ciento ochenta grados sobre su eje longitudinal y quedar mirando hacia el techo.

Una vez acomodado, y con el disco sonando de nuevo, Alicia dobló dos toallas pequeñas. Con una hizo un rollo y la colocó bajo la nuca para que estuviera cómodo, y la otra la dobló a la larga pero dejándola plana y se la puso sobre la frente y los ojos.

―Esto te ayudará a mantener la concentración y la relajación ―explicó―. Si abres los ojos, te vas a distraer y a poner tenso y eso no es lo que queremos.

―A sus órdenes ―murmuró Allan ya con los ojos tapados.

Alicia continuó entonces con el masaje, esta vez por la parte superior de la pierna, desde la rodilla y hasta donde le permitía la ropa interior de Allan, sin invadir el interior. A veces mantenía la pierna estirada y pegada a la camilla y, en otras ocasiones, le obligaba a doblar la rodilla para trabajar también la zona trasera del muslo de nuevo.

Era en esas maniobras cuando Alicia comenzaba a poner sus primeros cimientos para su objetivo final. El masaje, en apenas diez minutos más estaría concluido en lo puramente fisioterapéutico, pero ella planeaba alargarlo mucho más tiempo y masajear también otras partes del muchacho que no estaban dañadas.

Al tener la pierna doblada en forma de L con la rodilla en alto, los shorts permitían una pequeña abertura por la pernera en su parte inguinal, y allí era donde Alicia fue paulatinamente dirigiendo, primero sus miradas, y luego sus acciones.

Calculadora como era, antes de acometer su ataque, echó un vistazo primero a todos los elementos que iban a tomar parte en el asalto. Al disco le quedaban al menos veinte minutos, la venda de los ojos de Allan estaba bien colocada, el pecho del paciente oscilaba profunda y lentamente con respiraciones acompasadas, rítmicas y tranquilas, y la entrepierna de momento no mostraba signos de abultamiento. Pero todo eso tendría necesariamente que cambiar.

Aplicó más aceite a la pierna, dejándolo caer desde la elevada rodilla, y siguió estrujando y masajeando el muslo siempre en dirección a la ingle. Algunas gotas de aceite escurrían hacia la parte trasera de la pierna, pero Alicia nunca dejaba que llegaran ni a la camilla ni al interior del calzoncillo.

En uno de los cambios de canción, las manos de Alicia hicieron el primer contacto con la prenda interior de Allan. Fue apenas una pequeña invasión con la punta de los dedos, pero fue suficiente para que Alicia dejara la prenda en la posición que ella deseaba, un poco más abierta. Lo siguiente fue echar una ojeada al interior. No podía ver el miembro del muchacho, que cargaba hacia la otra pierna, pero sí atisbó una pequeña porción de los testículos. Allan no se percató de nada. Ella comenzó a sentirse excitada por primera vez.

Regresó al masaje y continuó frotando y estrujando el portentoso músculo isquiotibial del deportista. Aplicó más aceite y continuó repitiendo una y otra vez la misma maniobra.

Cuando comenzaba a sonar la siguiente canción, repitió el mismo ataque anterior a la zona aún cubierta con la prenda. Pero esta vez, en lugar de introducir solo las primeras falanges de los dedos, se permitió llegar un poco más lejos y meter la totalidad de los dedos en zona prohibida. Echó un vistazo de nuevo al pecho de Allan y a su entrepierna. Todo seguía igual y no había signos de incomodidad o protesta por parte del chico. Podía continuar.

Más aceite y más aproximación. Ya metía las manos en su totalidad por dentro de la pernera del calzoncillo, pero no se permitía llegar a tocar nada que no fuera la pierna de momento. Mantuvo el masaje a la zona conquistada durante toda la duración de la canción. Suerte que algunos de los cortes del disco eran muy largos.

En la siguiente canción, se tomó la licencia de desplazar la pernera del calzoncillo hacia arriba, abriendo un ligero hueco, para tener mejor acceso. El dueño de la prenda no protestó ni emitió sonido alguno, pero en los siguientes minutos, algo comenzó a despertar en su entrepierna. Hasta el momento, Alicia había adivinado la forma del pene más o menos gruesa pero aún en estado semiflácido y descansando sobre la pierna no lesionada, pero ahora estaba comenzando a apreciar que algo ahí dentro estaba engrosando.

Siguió castigando el muslo, pero dedicando cada vez más tiempo a la zona recién expuesta. Puso más aceite donde antes había ropa y aplicó más esfuerzos con sus manos, como intentado que toda la sangre del muslo subiera hacia arriba, hacia la ingle, por efecto del masaje linfático.

En la siguiente canción, Alicia rozó intencionadamente el testículo más cercano a la pierna dañada. Allan dio un pequeño respingo y se llevó una mano a la toalla de los ojos para levantarla ligeramente y ver lo que estaba pasando. Comprobó horrorizado que tenía una erección considerable y que no podía hacer nada por ocultarla. Quiso acomodar su miembro hacia un lado para que al menos no fuera tan prominente, pero Alicia se lo impidió retirándole las manos.

―Tranquilo ―dijo ella―. No te avergüences. Es completamente normal. Ponte a la toalla y relájate. No me voy a asustar porque tu amigo se despierte. No me molesta.

Allan resopló y volvió a colocarse la toalla sobre los ojos. Estaba muy avergonzado, pero por alguna extraña razón, Alicia le trasmitía mucha confianza. Dejó que ella siguiera controlando la situación.

El saxo de Kenny G sonaba ya en su última canción, y el sexo de Allan parecía saberlo y se levantaba en todo su esplendor para ovacionar al artista y despedirlo. Alicia no cesaba de castigar el muslo en su parte superior, presionando cada vez más en la zona inguinal, y ya rozaba el testículo en todas y cada una de las pasadas que hacía. El calzoncillo se convirtió en una tremenda pirámide y su cúspide comenzó a oscurecerse por la humedad destilada del lubricante que Allan producía. Todo estaba tal y como Alicia deseaba.

El masaje deplectivo ya había concluido satisfactoriamente, pero eso Allan no lo sabía. El brazo mecánico del tocadiscos retrocedió automáticamente a su posición original y la sala se quedó en completo silencio. Alicia lo quería así, porque en los próximos minutos, lo que ella deseaba escuchar era la respiración de Allan, sus gemidos o suspiros y, si se terciaba, como parecía que iba a suceder, el sonido del sexo puro y duro.

Alicia puso más aceite de nuevo en la pierna y continuó con su labor. Ya no tenía reparos en llegar más lejos, y aunque aún no había acariciado directamente los testículos, sí los rozaba con la parte superior de sus dedos en todas las pasadas. Una de las veces, incluso subió la mano por encima de la ingle y acarició la parte lateral del pubis de Allan, llegando hasta el mismísimo elástico del calzoncillo pero por su zona interior.

Allan dio un pequeño suspiro y Alicia lo interpretó como que el chico estaba a gusto, admitía lo que le estaba haciendo y le daba licencia para continuar. Lo averiguaría rápidamente.

Se embadurnó una mano con más aceite y, deteniendo el masaje momentáneamente, la posó sobre la mitad del muslo y comenzó a desplazarla muy despacio hacia arriba, pero mucho más despacio que todas las pasadas que había estado haciendo durante el masaje. Trataba de hacerle ver a Allan que eso ya no era masaje, sino algo puramente sexual. Continuó desplazando la mano hacia arriba usando muchos segundos y, cuando ya no le quedaba más muslo por recorrer, entró por la abertura del short y directamente agarró los dos testículos a la vez, presionándolos con delicadeza pero con cierta fuerza, y observó la reacción del chico. Ninguna reacción extraña. Podía continuar.


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