viernes, 23 de febrero de 2024

Chocolate con leche

 

La extraña relación entre Alicia y Allan se prolongó durante algunas semanas más, el tiempo que necesitó la pierna de Allan para recuperarse del todo. Las sesiones de masaje se multiplicaron, todas en casa de Alicia, y se fueron alternando con las de rehabilitación, que el rugbista hacía por su cuenta siguiendo las directrices del fisio del equipo.

El viernes por la noche en casa de ella se convirtió en un clásico. Allan llegaba con unas cervezas y comida preparada, y Alicia le practicaba la correspondiente sesión de masaje terapéutico, aunque terapéutico era solo al principio. Casi siempre terminaban teniendo sexo, unas veces en la propia camilla de la sala de masajes, y otras, en la bañera, el salón o incluso en el dormitorio.

Tras el sexo, calentaban la cena y se sentaban en el sofá a escuchar música, casi siempre la de Alicia, y a charlar o a ver alguna peli. Incluso se engancharon a una serie y vieron todos los capítulos juntos, siempre arrimaditos y abrazados.

Tan solo un día Allan amaneció por la mañana en casa de Alicia. Ella era muy quisquillosa con esas cosas, e imponía unos límites muy claros para que no hubiera lugar a dudas. No consideraba la relación con Allan como un noviazgo. Ni siquiera lo llamaba “salir con él”, pues ni siquiera salían a ningún sitio juntos. Pero una noche, durante una película aburrida, se quedaron dormidos en el sofá y, cuando se dieron cuenta, era muy tarde para marcharse. La sesión de sexo había sido especialmente dura y larga, y la película demasiado tediosa, así que cuando Allan despertó con un fuerte respingo, Alicia miró el reloj y decidió sobre la marcha que a esas horas no merecía la pena que el chico se fuera de su casa.

―Son las cuatro de la mañana ―dijo―, creo que es mejor que te quedes a dormir. No son horas de ir a ningún sitio.

―Apoyo la moción ―contestó Allan bostezando y desperezándose―. ¿Quieres que me quede en el sofá?

―No ―negó Alicia―, puedes venirte a la cama conmigo. ¡Ven, anda!

Cogió la mano del chico y tiró de él para levantarle del sofá. Luego caminaron juntos, aún de la mano, por el pasillo hasta el dormitorio.

No hubo más sexo esa noche a pesar de meterse desnudos en la cama. Se colocaron en la posición de la cucharita, que Alicia adoraba, y se quedaron profundamente dormidos. Aquella noche supuso un antes y un después en la relación de ambos. Uno se hizo una serie de ilusiones que la otra ni siquiera contemplaba.

Por la mañana sí hubo sexo antes de levantarse de la cama. La culpa fue de la posición de la cucharita. Alicia amaba esa postura por muchas razones. La primera de ellas, porque a ella la abrazaban, y eso siempre es reconfortante. La segunda, porque la cantidad de centímetros cuadrados de piel de ambos que estaban unidos era la máxima posible y, además, lo era en la espalda, que para ella era una zona especialmente sensible y erógena. También adoraba sentir la respiración y las cosquillas de Allan en su cuello y su nuca. En la nuca de Alicia tenían origen todos los escalofríos que recorrían su cuerpo. Era como el kilómetro cero de la Puerta del Sol de Madrid, génesis de todas las carreteras de España. Y por supuesto, la posición permitía que su amante tuviera acceso total a sus pechos, que siempre agradecían la sujeción natural y delicada que ofrecían las manos en contraposición a los torturadores aros metálicos del sujetador. Finalmente, sentir el pene en su trasero, acomodado y dormido en el valle de sus cachetes era algo que la volvía loca. Más que sentirlo dormido, lo que le gustaba sobremanera era notar cómo se despertaba poco a poco y la dureza aumentaba paulatinamente. La encantaba comprobar la relación inversamente proporcional entre la respiración profunda y acompasada de su amante sobre la nuca y el estado de flacidez del pene en su valle posterior. Le parecía súper excitante que, cuando los ronquidos desaparecían de su nuca, automáticamente aparecía en su trasero una creciente presión acompañada de una agradable sensación de lubricación. Ningún pene puede evitar expulsar lubricante natural cuando entra en estado de excitación.

Y aquello fue lo que ocurrió esa mañana. Alicia se despertó primero y permaneció inmóvil durante muchos minutos. Quería mantenerse así. Estaba muy a gusto. Allan la abrazaba desde atrás, cruzando un brazo sobre el torso de Alicia y sujetando uno de sus pechos con esa mano como si fuera a escaparse. El otro brazo servía de almohada para Alicia, que mantenía su oreja reposando sobre el voluminoso bíceps de Allan. El rizado pubis de Allan descansaba contra la rabadilla de Alicia, y el grueso pene dormía flácido y blando acomodado en la hendidura del redondeado y respingón trasero femenino.

Tras varios minutos disfrutando de esa agradable sensación de comodidad y seguridad, Alicia se sintió excitada, y decidió sobre la marcha que una sesión de sexo matutino estaría bien para comenzar el día. Además, así le podría exigir después al moreno que le preparase un buen desayuno como compensación.

Sin que Allan se despertara, Alicia levantó un poco la pierna del lado contrario al costado en el que ella descansaba. Y deslizando su mano entre las dos piernas con cuidado para no despertarle, palpó el miembro de Allan y lo colocó convenientemente, aún flácido, para que quedara descansando directamente sobre su sexo. Luego volvió a juntar las piernas y mantuvo la dulce prisión para el negrito calvo. Allan no llegó a despertarse siquiera, pero paladeó pastosamente en la nuca de Alicia y la atrajo aún más hacia sí. Ella adoraba cuando él hacía eso. La volvía loca su fuerza física y su capacidad para manejarla sin apenas esfuerzo. Segundos después, y ante la inmovilidad de Alicia, que sonrió con malicia, continuó roncando pesadamente. Le iba a conceder unos minutos más, los que ella necesitaba para terminar de excitarse, comenzar a lubricar y pensar qué iba a querer hacer o dejar que la hiciesen.

La misma mano que antes acomodara el pene de Allan sobre su sexo, comenzó ahora a acariciar suavemente su clítoris y el inicio de sus labios vaginales. Si algo le gustaba a Alicia cuando se daba placer ella misma era la tranquilidad y el ritmo que podía imprimir a sus acciones. Los chicos habitualmente son muy impacientes y enseguida buscan su propia satisfacción, olvidando a menudo la importancia de los preliminares y los tiempos de preparación.

Así que Alicia se dedicó al menos diez minutos a sí misma para prepararse, para elevar su grado de excitación, y para que su sexo estuviera bien lubricado. Se acarició el pubis con suavidad, también el pecho que Allan había dejado libre y sin agarrar. Insistió en su clítoris, pero de forma suave y delicada, rodeándolo una y mil veces y acariciándolo sin apenas rozarlo. Y a medida que se iba excitando más, poco a poco iba profundizando en la hendidura que formaban sus labios, siempre sin llegar hasta donde descansaba el glande de Allan para no despertarle. Logró introducir el dedo índice en su interior y comprobó con agrado que estaba bastante mojada. Se llevó el dedo a la boca y saboreó sus propios flujos. Luego repitió la operación un par de veces más, al principio solo con un dedo, y después con dos.

Se autocomplacía con gran efectividad, mientras que Allan seguía roncándole y resoplándole en la nuca y con el pene flácido. Estaba totalmente dormido. Todo le gustaba a Alicia, pero ya necesitaba algo más de actividad y, por supuesto, que lo que albergaba entre sus piernas resucitara. Volvió a meterse los dedos índice y corazón juntos y, como si de una cuchara se tratara, intentó extraer con ellos la mayor cantidad de lubricante posible. Luego levantó ligeramente una de las rodillas para que sus piernas se abrieran y poder acceder así al miembro de Allan. Posó sus recién humedecidos dedos sobre el frenillo, y lo acarició con suma suavidad. No hubo reacción por parte del chico, así que aprovechando que ahora tenía mejor acceso a la vulva por tener las piernas ligeramente abiertas, volvió a meterse de nuevo dos dedos, esta vez bastante más profundamente. Esparció el lubricante obtenido entre los dedos índice, corazón y pulgar, frotándolos entre sí y, con las yemas bien impregnadas, acudió de nuevo a buscar el glande de Allan. Esta vez, no solo lo acarició, sino que además rodeó la cabeza del pene con los tres dedos y se aseguró de que también quedara lubricado. No le hizo falta insistir mucho. Los fluidos que emanaban del sexo de Alicia ya mojaban prácticamente todo el miembro de chocolate.

Insistió algunas veces más y, tal y como había previsto, llegó un momento en el que la flacidez de su golosina comenzó a desaparecer exactamente al mismo tiempo que lo hacían los ronquidos en su nuca. Allan estaba despertando.

Alicia aprovechó el momento de incertidumbre del chico, aún adormilado, para comenzar a hacer leves movimientos pélvicos para acercar su trasero más al pubis de Allan. Él aún no estaba despierto del todo, y prueba de ello era que su pene aún permanecía blando. Engrosando, pero blando aún. Pero los pequeños restregones de Alicia comenzaron a ponerle ya en situación. Notó el trasero de Alicia empujando contra su pelvis, y súbitamente sintió un extraordinario calor ajeno en su pene. Terminó de despertar del todo y rápidamente se hizo una composición de lugar. Estaba agarrando un pecho de Alicia, ella empujaba hacia atrás para frotarse contra él, y su pene estaba completamente mojado por algo que a priori no había salido de su cuerpo. Al segundo siguiente, su cerebro ató todos los cabos y entendió lo que estaba pasando. La consecuencia fue una erección inmediata que Alicia sintió de forma automática presionando sobre sus labios vaginales. El calvito había resucitado.

Allan presionó con cierta fuerza el pecho que aún tenía abarcado con su mano y, con el otro brazo, hizo presión sobre el estómago y atrajo a Alicia hacia sí todo lo que pudo. Alicia enloqueció de placer al sentir que los brazos la aprisionaban con fuerza y el pene buscaba su camino hacia su interior. Y para colmo, Allan comenzó a darle besitos en el cuello y en la nuca, lo que hizo que a Alicia se le erizara todo el vello de su cuerpo.

Pero la posición de costado no era la más cómoda para la penetración. El pene de Allan era muy grueso, pero no era especialmente largo, por lo que en aquella posición solo el glande era capaz de entrar en Alicia, quedando la totalidad del tronco fuera. Y Alicia necesitaba más centímetros dentro.

Con la mano que tenía libre, Alicia abrió sus piernas de nuevo y trató de llegar hasta los testículos de Allan. Los alcanzó y los agarró, tirando de ellos hacia arriba como si al hacerlo pudiera conseguir que el pene se introdujera más en su sexo. Allan gimió y murmuró algunas palabras ininteligibles en el oído de Alicia, y presionó con más fuerza sobre el vientre y el pecho de ella al tiempo que empujaba su pelvis hacia delante.

Los dos deseaban una penetración más profunda, pero para lograrla, tenían necesariamente que abandonar la postura de la cucharita. Fue ella la que tomó la iniciativa. Al fin y al cabo, ella llevaba ya muchos minutos despierta y excitada, mientras que Allan prácticamente acababa de despertar. Giró su cuello todo lo que pudo para buscar con sus labios los de Allan y, tras el beso, le susurró mirándole a los ojos:

―Quiero que me folles…

Y sin mediar más palabras, giró sobre sí misma y se colocó completamente boca abajo. Metió las manos debajo de la almohada y abrió las piernas ocupando casi la totalidad de la anchura de la cama. Era toda una declaración de intenciones. Le estaba diciendo a Allan que quería que la cubriese desde atrás como hacen los animales, en posición sumisa, ofreciendo su retaguardia y con el macho desde atrás imponiendo su peso y su fuerza sobre ella.

Allan lo entendió a la primera. Maniobró para escalar sobre ella y, con cuidado de no aplastarla demasiado, pues la diferencia de peso entre ambos era considerable, acopló su cuerpo sobre el de ella, apoyando los codos a los lados del cuerpo de Alicia y las rodillas entre sus piernas abiertas. En esa posición, la mayor envergadura de él casi tapaba por completo a Alicia, pero casi todo el peso descansaba sobre el colchón y no sobre ella. Su pecho descansaba sobre la parte alta de la espalda de Alicia, pero dejándola respirar con comodidad gracias al soporte de los codos y las rodillas sobre la cama. Su vientre y su pubis se ajustaron a la curvatura que formaba el trasero de Alicia, y su pene fue a parar al colchón, mojándolo con su líquido preseminal, pero con el glande presionando sobre los entreabiertos labios vaginales. Solo necesitaba hacer un ligero movimiento pélvico hacia delante y se podría colar dentro con facilidad, pero Allan pensó sobre la marcha que podía intentar otra cosa que nunca antes había hecho en su vida.

Apoyó más parte del peso de su cuerpo sobre las rodillas, y se desplazó hacia delante, haciendo que la base del pene, justo en su unión con los testículos, fuera a descansar directamente sobre la hendidura de los cachetes del culo de Alicia, cubriéndola casi en su totalidad con su longitud. Fue conservador y se quedó así unos segundos por temor a que a ella no le gustara. Necesitaba obtener permiso, si no era expreso, al menos sí tácito. Aproximó sus labios al cuello de Alicia y comenzó a darle besitos y pequeños mordiscos. Alicia gimió e hizo fuerza con su trasero hacia arriba. Era el permiso que Allan necesitaba. Usando sus codos y sus rodillas, comenzó a moverse hacia arriba y hacia abajo sobre el cuerpo de Alicia, haciendo que su pecho se frotara sobre la espalda de ella y que su pene, por efecto del lubricante que expulsaba, resbalara por toda la hendidura del culo de Alicia. No buscaba el orificio de momento, pero parecía que ese rozamiento era del agrado de Alicia, permitiendo no solo que él frotara el tronco de su ariete contra su culo, sino que además elevara el trasero para que la presión fuera aún mayor. Estaba claro que a Alicia no le molestaba que jugaran en su retaguardia.

Estuvieron con ese juego varios minutos, pero llegó un momento en el que el lubricante natural de Allan se secó con tanto frotamiento, y el de Alicia no llegaba hasta allí arriba, así que se vio forzado a buscar una solución.

Con ayuda de sus manos, se fue irguiendo y eliminando la presión de la espalda de Alicia, depositando pequeños besos en su recorrido, hasta que llegó a los riñones primero y al culete después. Alicia gimió y elevó el trasero una vez más, como si estuviera buscando la boca de Allan con él. Él dudó un poco, pero finalmente sacó su lengua y la pasó con cierta timidez por el surco. Lo hizo sin profundizar. No estaba seguro de que le fuera a gustar lo que iba a hacer por esas latitudes. Pero viendo que Alicia gemía más al sentir la humedad y el calor de la lengua en esa zona, se sintió más excitado y se permitió aumentar la presión de las pasadas. Acumuló en su boca toda la saliva que pudo, y luego la depositó justo en la rabadilla, donde comenzaba la divisoria que guiaba hasta el ano. Después escupió para aumentar la cantidad de saliva en la zona, y usó su dedo anular para esparcir todo el líquido a lo largo de toda la ranura trasera de Alicia. Con el dedo tenía menos reparos que con la lengua para llegar al ano. Y para su sorpresa, cuando pasó el dedo por esa entrada, Alicia emitió un gemido que acompañó con una relajación voluntaria de los músculos de los glúteos y el ano. Allan supo entonces que el ano era una de las zonas erógenas de Alicia y que disfrutaba de que se lo tocaran.

No pudo resistir la tentación de avanzar un poco más, pero para estar seguro y no arruinar lo que estaba logrando, fue a lo seguro. Desplazó su dedo de nuevo por la hendidura hacia abajo, comenzando en la rabadilla, y pasó de nuevo sobre el ano, pero no se detuvo en él y continuó en dirección a la vagina. Al llegar allí, comprobó que prácticamente estaba chorreando y no le costó nada introducir completamente dos dedos hasta el fondo. Alicia gimió, suspiró y movió su trasero en forma circular. Quería más.

Allan se entretuvo con ese juego por espacio de varios minutos. Hacía que sus dedos fueran desde la rabadilla hasta el clítoris y viceversa. Y en cada carrera de los dedos, añadía y esparcía más lubricante, tanto el que producía y expulsaba Alicia de su vagina como la saliva que él mismo aplicaba. Al principio era conservador y hacía llegar la saliva llevándose primero sus dedos a la boca para no hacer ruido, pero viendo que Alicia estaba ya como una moto, directamente empezó a escupir en el surco entre aquellos preciosos glúteos. Y hasta el sonido que hacía Allan al escupir le gustaba a Alicia. ¡Y la excitaba! Ella seguía haciendo oscilar el trasero y acompañaba los movimientos circulares con gemidos, lo que era una clara invitación a Allan para que siguiera dando pasos. Y los dio.

Comenzó a hacer más presión cada vez que sus dedos pasaban por cualquiera de las aberturas de Alicia. Cuando lo hacía por la vulva, no dudaba en introducir uno o dos dedos hasta que desparecían por completo en el interior de la vagina. Pero cuando era en el ano, presionaba en los laterales del mismo y empujaba con cierta presión, pero asegurándose de que el dedo no se colara dentro.

Llegó un momento en el que Alicia gemía con más fuerza cuando le presionaba el orificio trasero que cuando le metía los dedos en la vagina. Allan estaba un poco desconcertado. Nunca le había pasado eso con una chica antes. Insistió con la saliva y con el dedo hasta que, en un momento dado, pensó para sus adentros que Alicia quería realmente que la penetrase analmente. Al menos, con el dedo.

Hizo de tripas corazón y se dijo a sí mismo que si eso era lo que ella quería, tenía que proporcionárselo. Al fin y al cabo, ella ya le había proporcionado todo lo que él había deseado antes. Era justo corresponder.

Escupió de nuevo una abundante carga de saliva justo en el ano y lo esparció con suavidad sobre la entrada. Luego colocó su dedo índice en la entrada y se quedó quieto por espacio de dos o tres segundos, como queriendo avisar a Alicia de que iba a entrar. Luego, comenzó a hacer presión muy poquito a poco.

Pero antes de que el dedo venciera la presión del esfínter, Alicia, que sabía leer muy bien el lenguaje corporal, los tiempos y los silencios, supo lo que Allan iba a hacer y se lo impidió sujetándole la mano por la muñeca.

―Mmm… ―gimió―. Me encanta lo que quieres hacer, chiqui. Pero eso, hoy no puede ser. Para entrar ahí dentro hay que prepararse primero, y hoy no lo he hecho. Mejor me follas por delante, ¿vale?

Allan se quedó petrificado. Alicia era una auténtica caja de sorpresas. Y si lo había comprendido bien, le estaba diciendo que, en otro momento, cuando ella lo decidiera o estuviera preparada, le permitiría mantener sexo anal con ella. Solo de pensarlo se excitó aún más de lo que ya estaba. Nunca había tenido ese tipo de sexo con nadie antes y, aunque no era algo que le había quitado el sueño, ahora, de repente, le apetecía un montón practicarlo.

Se agachó para posar un dulce y suave beso sobre uno de los glúteos de Alicia, y luego continuó haciendo un reguero con docenas de besos más hasta llegar al cuello y a uno de sus oídos. Al hacerlo, tuvo que volver a tumbarse sobre ella.

―Me tienes loco…―susurró.

―Fóllame―susurró de vuelta Alicia.

Luego fue haciendo movimientos pélvicos hasta que su miembro encontró la entrada vaginal de Alicia y, sin más dilación ni entretenimientos, se metió dentro de ella de una sola estocada, llegando todo lo profundo que su pubis y el culo de Alicia le permitieron. Alicia emitió una especie de chillido, a medio camino entre la sorpresa y el dolor, y luego lo convirtió en gemido.

―¡Dios…! ―dijo―. Me encanta tu rabo de chocolate. ¡Fóllame ya, por Dios!

Allan fue a buscar las muñecas de Alicia y, cuando las encontró, se las agarró por debajo de la almohada y con sus pies la obligó a abrir aún más las piernas. Alicia sintió la fuerza, el peso y la potencia física de Allan. Sentirse inmovilizada, con los brazos bien sujetos y sin poder cerrar las piernas, aunque quisiera, la hacían sentirse utilizada, indefensa y vulnerable. Y a veces, eso también la excitaba.

Allan no estaba ya para muchos juegos más. Habían pasado muchos minutos desde que comenzaran el polvo mañanero, y su nivel de excitación era ya muy alto como para seguir jugando a hacer preliminares. Comenzó a moverse encima de Alicia, empujando fuerte, bombeando y golpeando una y otra vez el culo de ella con su pelvis y el interior de su vagina con su miembro. En esa postura la penetración no era muy profunda, pero era suficiente para que Alicia lo sintiera por completo en su interior. Además, en esa posición el glande incidía con rabia sobre el clítoris en cada embestida, lo que enardecía más a su dueña. Relajó su cuerpo por completo y dejó que Allan terminara de hacer su trabajo. Ella estaba aún lejos de correrse, pero él no tardaría mucho en hacerlo.

Y efectivamente, tras unos pocos bombeos más, Allan comenzó a gritar como si alguien le hubiera clavado un cuchillo en la espalda y se vació por completo en el interior de Alicia. Los espasmos y empujones fueron muy violentos al principio. Tanto que Alicia temió por la integridad de su propia cama y pensó que las patas no aguantarían unas sacudidas tan fuertes. Pero apenas notó que la ardiente carga de Allan inundaba su interior, acompañando cada descarga con un empujón y un grito, los empellones de Allan comenzaron a perder intensidad y a ser más flojos. Cuando finalmente el chico cayó derrengado sobre ella, sin poder aliviar su propio peso en codos y rodillas, Alicia supo que era su turno.

―No se te ocurra sacarla ahora ―dijo―, yo también quiero correrme.

Allan no es que quisiera obedecer. Es que simplemente no tenía fuerza suficiente ni aliento para hacer cualquier cosa que implicara mover un solo músculo de su cuerpo. Se limitó a quedarse tumbado encima de ella, jadeando y sudando como si hubiera corrido una maratón. Eso sí, su pene aún mantenía un cierto vigor en el interior del sexo de Alicia.

La extrema debilidad momentánea del chico permitió que Alicia se zafara del agarre de su muñeca derecha. Ahuecando la zona púbica, que tenía aprisionada contra el colchón, se llevó la mano a su entrepierna y, una vez allí, comenzó a acariciarse ella misma su clítoris al tiempo que movía su trasero arriba y abajo todo lo que el peso de Allan le permitía.

Allan gimió, aún jadeando, y luego notó en su pene cómo ella se metía dos dedos en la vagina y comenzaba a penetrarse con ellos. Un pene y dos dedos dentro del sexo de Alicia, aunque el primero no estuviera duro del todo ya, hacían que las cosas ahí dentro estuvieran apretadas. Era lo justo para que ella terminara de excitarse y obtuviera su propio orgasmo.

No tardó en llegar. Comenzó a convulsionar bajo el pesado y enorme cuerpo de Allan, y él se sorprendió de que ella fuera capaz casi de levantarle. Alicia no gritó tanto como Allan, pero finalmente se puso tensa, dejó de hacer movimientos pélvicos y terminó de correrse con el pene de Allan y sus dedos aún dentro de su sexo. Luego vino la relajación de todos los músculos, y la mezcla de los fluidos de Allan y los suyos comenzaron a resbalar hacia el exterior, mojando el colchón de la cama.

Permanecieron inmóviles por espacio de un par de minutos, hasta que Alicia, casi sin poder respirar por efecto del peso de Allan sobre su cuerpo, le pidió que se hiciera a un lado.

―Chiqui… ―dijo con dificultad―, no puedo respirar.

―Perdón ―dijo Allan rodando hacia un lado y quedando tumbado boca arriba junto a ella.

Ella también hizo rodar su cuerpo para abrazarse a él, colocándose de costado, pasando una pierna por encima de las de Allan, abrazando su portentoso pecho y hundiendo su cara en el cuello del chico. Así se quedaron adormilados hasta que Alicia empezó a sentir frío.

―Tengo frío ―murmuró.

Allan buscó las sábanas con sus pies. Las encontró arrebujadas al fondo de la cama y, como pudo, consiguió agarrarlas y echarlas sobre los dos para taparse con ellas. Se quedaron dormidos profundamente hasta que el teléfono de Allan comenzó a vibrar en la mesilla. Habían pasado una hora dormidos desde que terminaran el polvo mañanero.

Quien fuera que llamara a Allan se quedó sin hablar con él, pero al menos permitió que la pareja se despertara y comenzara a hacer planes para lo que quedaba de día.

―Voy a ducharme ―dijo Alicia levantándose de la cama y dirigiéndose al cuarto de baño.

Allan se quedó en la cama mirando alejarse el precioso trasero desnudo de Alicia y pensando que, si lo que había pasado hacía un rato no había sido un sueño, podría estar dentro de ese culo. Su pene volvió a ponerse morcillón bajo las sábanas.

Esperó a escuchar el agua de la ducha y, cuando se imaginó que Alicia estaría ya completamente enjabonada, se levantó de la cama y se fue a su encuentro. Abrió la mampara de la ducha y entró sin pedir permiso.

―¿Aún quieres más? ―preguntó ella.

Allan no contestó. Cerró la puerta de cristal y abrazó a Alicia bajo el agua, dejando que esta le empapara a él también y que el jabón que ya corría por el cuerpo de ella se deslizara por su piel morena.

Se besaron bajo el agua en un beso largo, intenso y apasionado, haciendo que sus lenguas lucharan una contra la otra y recorriendo con sus manos el cuerpo del otro.

Alicia cerró el grifo y tomó el bote de gel. Empujó a Allan contra la pared y echó un chorreón de jabón sobre el musculado pecho de su amante. Con sus manos comenzó a esparcir el aromático gel por los hombros, el pecho, el abdomen y los costados del chico. Poco a poco se iba generando más y más espuma y, cuando la cantidad era ya considerable, Alicia trató de llevar la mayor cantidad de ella hacia la zona genital de Allan. Limpió y frotó con sus manos embadurnadas de jabón el pene y los testículos de Allan, haciendo que el miembro pasara de estado semiflácido a duro como una piedra, apuntando insolentemente hacia arriba. Inició un movimiento de masturbación, siempre sin apartar los ojos de los de Allan, y se aseguró de que no quedara ningún resto de la batalla que habían librado en la cama hacía un rato.

Volvió a abrir el grifó y retiró todos los restos de jabón de su chico, mojándole desde la cabeza hasta los genitales. Cuando Allan estuvo totalmente aclarado y ya no había restos de espuma ni de gel, Alicia volvió a cerrar el grifo y se fue agachando despacio mientras iba dejando besos por todo el cuerpo de Allan.

Cuando finalmente quedó en posición de cuclillas, no se anduvo con miramientos ni juegos erotizantes. Directamente se metió el grueso pene de Allan en la boca y comenzó a hacerle una felación, acompañando los movimientos de su cabeza con los de su mano derecha al masturbar el formidable miembro. Con la mano izquierda le agarró los testículos y se los estrujó con fuerza. Allan gimió sin dejar de mirar a Alicia a los ojos.

No duró mucho la felación. Allan aún estaba excitado por la sesión que habían tenido en la cama, y Alicia tenía hambre y quería ir a desayunar. Le interesaba que él se corriera cuanto antes y poder hacerle la propuesta que tenía en mente mientras degustaban de un copioso desayuno.

―Voy a correrme, Ali ―avisó.

Alicia no contestó. Aplicó más succión sobre el miembro y aumentó la velocidad de la mano. Cuando hacía felaciones en la ducha no le importaba nada que se corrieran en su boca porque era fácil y cómodo escupirlo y se podía enjuagar rápidamente la boca con el agua de la ducha. Y seguro que conseguiría que Allan se corriera antes usando su boca que si lo hacía solo con la mano.

Y no se equivocó. Allan le puso sus enormes manos en los lados de la cabeza, como para asegurarse de que no se iba a sacar el pene de la boca, y comenzó a bufar y a resoplar como un animal salvaje. Alicia ya no podía hacer mucho más porque él la sujetaba con fuerza y ahora el que hacía los movimientos era él. La sujeción de la cabeza de Alicia entre la pared y las enormes manos de Allan hacían imposible que ella la moviera para seguir con la felación, pero en su defecto, el propio Allan comenzó a hacer movimientos pélvicos para ser él el que la penetrara la boca. Y finalmente, mientras emitía un estruendoso grito que probablemente se oyó en todo el edificio, Allan se corrió en la boca de Alicia, inundándola entera de semen.

Cuando Allan aflojó el agarre de la cabeza de Alicia, ella la echó hacia atrás, liberando el pene de su interior y empujando con su lengua toda la carga que había recibido para que saliera de su boca. No era precisamente semen lo que quería desayunar, así que lo escupió todo y luego tomó de nuevo la manguera de la ducha para enjuagarse la boca con abundante agua hasta que no quedara ningún rastro, no solo de la carga, sino tampoco de su sabor y el retrogusto que siempre deja el semen. Luego volvió a ducharse mientras Allan se recuperaba y salió de la ducha dándole un beso a su amante de chocolate.

―Te espero en la cocina ―le dijo―. ¡Tengo hambre!



Allan se duchó también de nuevo y, tras vestirse, fue a reunirse con ella. También él tenía hambre después de tanto esfuerzo físico.

El camino hacia la cocina por el pasillo ya anunciaba un nuevo festival para otro tipo de sentidos. Una cafetera italiana terminaba de burbujear sobre la vitrocerámica, y el olor a café inundaba ya casi toda la casa.

―Me muero por un café ―dijo abrazando a Alicia por la espalda mientras ella manipulaba una sartén en otro de los fogones.

―Estoy haciendo pan tostado ―dijo ella melosa―, ¿te apetece?

―Sí, por favor.

―¿Quieres también huevos fritos o revueltos? ―preguntó Alicia.

―Siempre que tú me acompañes ―dijo él.

―Vale ―respondió―, pues saca de la nevera un cartón de huevos y un paquete de beicon que, ya que me pongo, te hago el servicio completo. Pero con una condición.

―La que sea.

―Que exprimas un poco de zumo también ―rogó Alicia―. Me encanta desayunar con un zumo por las mañanas.

Dicho y hecho, Allan encontró en la nevera los huevos, el beicon y las naranjas y entre los dos terminaron de preparar un suculento y copioso desayuno que les ayudaría a reponer las fuerzas perdidas en la cama y en la ducha.

Cuando lo tuvieron todo listo, lo llevaron al salón usando un par de bandejas, y se sentaron a la mesa a desayunar juntos mientras en la estancia sonaba un tranquilo disco de Leonard Cohen que Alicia pinchó en el tocata. No quedó nada en ninguno de los platos.

―Muchas gracias por dejarme quedarme a dormir ―dijo Allan.

―No tienes que darlas ―contestó ella―. Pero no te acostumbres. Alguna vez de vez en cuando está bien, pero no pienses que se va a convertir en habitual. A mí me gusta vivir sola y soy un poco celosa de mi intimidad.

―Lo respeto ―siguió Allan―, ¿pero no te parece que eso es un poco egoísta?

Allan había tocado un tema delicado y, aunque ella no quería iniciar una discusión, era el momento de puntualizar algunos asuntos y dejar las cosas claras. Alicia sospechaba que Allan se estaba empezando a encoñar con ella.

―¿Tú crees que yo soy egoísta? ―espetó iniciando lo que podría ser una discusión en toda regla.

―A ver… ―dudó él un poco nervioso. ―No me malinterpretes. No he querido decir eso. Lo que quiero decir es que a veces parece que no te importo y que solo me quieres por el sexo. Y yo tengo mi corazoncito. A veces me gustaría compartir algo más contigo…

―Mira, Allan… ―continuó ella―. No quiero que te enfades ni que te ofendas. Yo no sé qué es lo que esperas o no esperas tú de mí. Pero yo sí tengo las ideas claras. Y, además, bastante. Yo no quiero una relación. Ni contigo ni con nadie. Me gusta vivir sola, ser dueña de mi vida, de mi casa, de mis horarios y de todo lo que hago. Hace mucho que decidí que no quería atarme a nadie, y me mantengo fiel a esos principios. No te ofendas, pero es mi forma de vida. Me gusta conocer gente y probar cosas nuevas de vez en cuando, pero no me gusta cerrarme puertas y eliminar de mi vida muchas posibles cosas bonitas por quedarme con una sola. Lo del refrán ese de “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer” no va conmigo. Yo prefiero “conocer” muchas cosas nuevas, sean buenas o malas. No me ato solo a una.

Allan se quedó un poco decepcionado con la explicación de Alicia. No sabía si se estaba enamorando de ella o no, pero lo cierto es que le gustaba mucho estar en su compañía.

―Ya… ―continuó él―. Entiendo. Lo que quieres decir es que esto no es una relación seria ni lo va a ser, ¿no?

―Llámalo como quieras ―siguió ella―. Pero yo no quiero que te hagas unas ilusiones a las que yo no te puedo corresponder. Estar contigo está muy bien, me lo paso bien contigo, eres divertido, muy educado, guapo y, además, el sexo contigo es increíble, pero de ahí a considerarnos novios, va un abismo. Yo no quiero novios. Yo necesito alguien que me rasque el coño cuando me pica. Nada más. Y si el día de mañana tú no estás disponible, otro lo estará. Yo no quiero dramas ni películas de princesas. Tengo mi trabajo, mis amigos y mi vida, y me gusta pasármelo bien. Si encajas en eso, perfecto, pero el primer día que me reproches que he mirado a otro, que me he ido de juerga con mis amigas, o que he declinado salir contigo por cualquier causa, se acabó lo que se daba. Y por supuesto, una de las principales reglas que garantizan este estilo de vida es la de no convivir de forma regular. Tú en tu casa, yo en la mía, y todos contentos.

Allan ya no contestó. Se limitó a bajar la cabeza y a juguetear con el tenedor en el plato vacío que minutos antes había estado repleto de huevos revueltos y beicon.

―No me dirás que te estás enamorando de mí, ¿verdad? ―espetó Alicia a bocajarro.

―No lo sé ―contestó―. No sé lo que es estar enamorado. Nunca he tenido una novia.

Ambos se quedaron en silencio mientras las baladas de Cohen sonaban en el salón. Ninguno sabía muy bien por dónde continuar. Alicia quería haberle propuesto un juego sexual nuevo a Allan, y él había recibido un duro varapalo.

―Oye… ―rompió finalmente el silencio Alicia―, lo siento si realmente te estabas enamorando. Pero yo creo que tú te mereces una chica mejor que yo. Conmigo no iban a salir las cosas bien. No busco relaciones serias. Me gusta mucho el sexo y atarse a una sola persona limita eso casi desde el primer día.

―Lo entiendo.

―Tampoco te vayas a pensar que soy una golfa y que todos los días me tiro a alguien ―siguió ella―. Es simplemente que cuando me apetece un revolcón, lo busco y generalmente lo suelo encontrar. Y teniendo pareja estable, eso casi siempre es un problema.

Alicia se levantó de su silla y rodeó la mesa para acercarse hasta donde estaba Allan. Le hizo girar la silla y se sentó a horcajadas sobre sus piernas, pasando sus brazos alrededor de su cuello y colmándolo de besos por toda la cara. Allan no correspondió y mantuvo sus brazos caídos y sin abrazarla. Estaba molesto con ella.

―¿Sabes una cosa? ―preguntó Alicia―. Yo no quería que esto terminara así, y mucho menos hacerte daño. De hecho, tenía previsto hacerte una propuesta, pero ahora no sé si la vas a querer escuchar siquiera.

Allan no respondió. Ya había interiorizado que para Alicia él era solo un rabo negro y gordo con el que rascarse cuando la picaba, como bien había explicado. Dejó de hacerse falsas ilusiones y comenzó a hacerse a la idea de que probablemente no vería más a Alicia después de ese desayuno.

―¿Ni siquiera quieres que te lo cuente? ―insistió Alicia.

―Como quieras ―respondió él encogiendo los hombros y mostrando su desinterés.

―Oye, oye… ―fingió enojarse Alicia―. No quiero tristezas ni esas caritas de pena. Esta mañana no estabas triste cuando me empotrabas contra el colchón. Es más, diría que todos mis vecinos se han enterado de que no he dormido sola. ¿Por qué ahora es todo tristeza e indiferencia? A esta vida venimos para pasárnoslo bien. ¿No quieres pasártelo bien?

La única respuesta de Allan fue un nuevo encogimiento de hombros. Cada vez tenía más claro que solo era un polvo para Alicia, así que, pensando rápidamente, se dijo a sí mismo que aceptaría lo que le propusiera Alicia, que seguramente sería algo increíble, y se iría olvidando de ella. Está bien, pensó mentalmente, si es lo que quieres, follamos unas pocas veces más y lo dejamos.

―Escucha… ―dijo Alicia―. Esta mañana has estado increíble y me has puesto como una moto. Supongo que habrás notado que aparte del sexo convencional, me gustan otras cosas.

Allan no contestó. Se limitó a mirarla y a esperar a ver por dónde salía, suponiendo que tendría algo que ver con el rato en el que Alicia perdió un poco el control cuando le estuvo estimulando el ano con el dedo.

―Si has sabido leer mi lenguaje corporal ―continuó ella―, habrás notado que me pone mucho cuando me estimulan la puerta trasera.

―Lo he notado ―contestó él escuetamente.

―Y también que me encanta sentirme dominada ―siguió ella.

―Eso no lo he pillado ―dijo él con cara de incertidumbre.

―Sí, verás… ―siguió ella―. Me vuelve loca cuando me pones boca abajo y me inmovilizas con tu fuerza y tu peso. Esta mañana me has agarrado las muñecas con fuerza y me has abierto las piernas con las tuyas. Esa sensación de estar dominada, inmovilizada y a tu merced, me encanta. Con algunos chicos incluso he jugado algunas veces a atarnos y esas cosas.

Allan comenzó a asustarse y Alicia debió de notarlo en su cara.

―A ver, chiqui… ―le tranquilizó―. No pongas esas caras. No me va el rollo ese de los látigos, las esposas y el dolor. En su día leí el libro de 50 sombras de Grey y no es ese el rollo que me gusta. De hecho, generalmente me gusta llevar la batuta a mí y mandar en la cama, pero también es cierto que a veces me gusta dejarme hacer y que me manejen. Especialmente si el chico es grandote, fuerte y musculado, como tú.

―Entiendo ―dijo Allan sin entenderlo realmente.

―No, veo que no lo entiendes. No quiero que me malinterpretes. El bondage, la dominación extrema, el dolor y todas esas cosas no van conmigo. Pero un cierto grado de sumisión a veces me pone.

―¿Y eso es lo que quieres proponerme? ―preguntó Allan desconcertado―. ¿Que te ate?

―No precisamente ―respondió ella―. ¿Ves como no lo entiendes del todo?

―Pues no te andes con rodeos ―dijo él algo molesto―. Como habrás podido comprobar, tengo poca experiencia en temas de sexo, soy bastante novato y apenas conozco el misionero, el perrito y poco más. De hecho, eres la primera tía que me la ha chupado.

―¿De verdad me lo estás diciendo? ―preguntó Alicia.

Allan solo asintió con la cabeza. Ahora se sentía un poco molesto con la situación.

―Vale, mira… ―continuó―. No te preocupes. No quiero hacerte sentir mal. Solo quiero pasarlo bien contigo. Y que tú también lo pases bien. ¿Lo pasas bien conmigo?

―Sí.

―¿Y quieres seguir pasándolo bien?

―Sí.

―¿Estarías dispuesto a hacer algunas cosas conmigo que seguramente no has hecho nunca antes?

Allan volvió a asustarse. Alicia era demasiado impredecible para él y no estaba seguro de que pudiera colmar sus necesidades después de todo lo que le estaba contando. A estas alturas ya tenía bastante claro que le iba a proponer sexo anal. Y pensándolo bien, no le parecía mal. Lo había visto en infinidad de películas y no le importaba probarlo. Si la cosa no pasaba de ahí…

―¿Estarías dispuesto a penetrarme analmente? ―soltó Alicia a bocajarro.

―Sabía que me lo ibas a proponer ―respondió―. Esta mañana te has puesto muy caliente cuando he estado jugando con los dedos ahí atrás.

―Lo sé ―respondió ella―. Y sé que te ha gustado. Pero el sexo anal no es como el convencional. Necesita un poco de preparación previa. De lo contrario, puede ser mucho más desagradable que placentero.

―¿Lo has hecho alguna vez? ―preguntó Allan.

―Sí ―respondió ella―. No muchas, pero sí algunas. Y me gusta. Es una mezcla curiosa entre placer, dolor, morbo, el sentimiento de sumisión que te comentaba antes…

―Entiendo ―continuó él―. Pues tú me dirás.

―Espera… ―interrumpió ella―. No he terminado con la propuesta.

Allan volvió a poner esa cara suya de sorpresa total en la que Alicia podía leer como en un libro abierto. Estaba teniendo mucha suerte con él ya que, además de cumplir con todos los requisitos físicos que había estado buscando, era bastante inexperto y podía guiarlo a su antojo y controlar la evolución en cada momento. A veces, si el chico tenía demasiadas tablas, las cosas no salían del todo bien.

―¿Has hecho alguna vez un trío? ―disparó Alicia.

―Nunca ―respondió escuetamente Allan hasta con miedo a escuchar el resto de la propuesta.

―¿Te apetecería hacer un trío conmigo y con alguien más?

No pudo contestar. No tenía respuesta para esa pregunta. De todas las propuestas que Alicia le pudiera hacer, probablemente esa sería la más inesperada por parte de Allan.

―¿Te refieres a hacerlo con otra chica?

―No.

Inocente de él, tardó algunos segundos en comprenderlo. Lo que Alicia le estaba proponiendo era un trío de dos chicos y ella. Allan pasó por todos los estados de miedo, inseguridad, celos e incertidumbre posibles. Había visto muchos tíos desnudos en los vestuarios de los entrenamientos y los partidos, pero de ahí a meterse con uno de ellos en la cama… ¡Había un auténtico abismo! No sabía si podría tolerar eso.

Alicia notó enseguida las dudas de Allan. Tenía que convencerle rápido si no quería perder la oportunidad.

―Si quieres que probemos antes con una chica para que puedas vencer los miedos, por mí no hay problema ―dijo Alicia―. Pero mi propuesta inicial era un chico por delante y otro por detrás. Es una de mis fantasías. Y desde que te conozco, en la fantasía, el de atrás tienes que ser tú.

―¿Lo has hecho alguna vez antes? ―preguntó Allan―. Me refiero a tríos con dos chicos a la vez.

―He hecho tríos algunas veces, no muchas ―respondió ella―. Tanto con dos chicos como con un chico y una chica. Pero nunca he tenido una doble penetración simultánea. Y eso es lo que me pone más cachonda ahora mismo. Esta mañana me has sacado de mis cabales jugando con mi culo, y ahora me muero por probar una doble penetración.

―Espera, espera… ―interrumpió Allan―. Si ya has estado con dos chicos a la vez, ¿por qué no has probado antes la doble penetración?

―No sé ―respondió ella―. Simplemente no surgió la oportunidad. Solo he estado con dos chicos a la vez en dos ocasiones, y en ellas ninguno de los cuatro lo propuso o lo buscó. Simplemente hicimos otras cosas.

―¿Qué cosas?

―Pues no sé… ―respondió ella―, chupársela a los dos, follar con ellos alternativamente, dejar que me magrearan a cuatro manos, chupársela a uno mientras el otro me penetraba vaginalmente y luego cambiar… Muchas cosas, más o menos lo típico, pero en ninguna de las dos ocasiones hubo doble penetración simultánea.

Allan seguía con cara de póquer. Estaba totalmente descolocado. Por un lado, no sabía si deseaba lo que Alicia le proponía pero, por otro lado, su pene le delataba y comenzó a endurecerse solo al imaginarse llevando a cabo la propuesta.

Alicia lo notó enseguida, ya que, estando aún sentada a horcajadas sobre él, y ambos solo con ropa interior y una camiseta, el abultamiento de Allan presionó inmediatamente contra las braguitas de Alicia.

Ella sonrió al notarlo, metió la mano allí abajo para cogerle el miembro por dentro del calzoncillo y le dio un beso en los labios.

―¿Esto es un sí? ―le preguntó apretando.

Allan no hizo nada. Se limitó a seguir con el beso y a seguir sujetándola por los glúteos.

Cuando el beso terminó, se quedaron mirando unos segundos a los ojos. Había una mezcla entre agradecimiento y liberación en los de ella por haber podido lanzar la propuesta, y de miedo y desconcierto en los de él por no estar aún seguro de si quería eso o de cómo diablos iba a llevarlo a cabo en caso de quererlo.

Alicia notó ese pánico en Allan. Tenía que trabajar deprisa si no quería que el chico se echara atrás.

Vale ―dijo―, como veo que tienes un poco de inseguridad…

―Inseguridad no ―cortó Allan―, pánico total.

―No tienes que tener miedo ―dijo ella tranquilizándole―. Lo mejor es dejar que las cosas fluyan de forma natural. Seguro que después querrás repetir.

―¿Y cómo lo vamos a hacer? ―preguntó él.

―Yo creo que lo mejor es que el otro chico sea amigo tuyo ―respondió Alicia―. Creo que con un desconocido te vas a sentir más violento y nervioso y se puede arruinar todo. Si tienes algún amigo con el que tengas mucha confianza, creo que será lo mejor.

―Tengo muchos amigos con los que tengo mucha confianza ―respondió―, pero con ninguno tanta como para preguntarle: “Oye, ¿quieres venir conmigo a follarnos a una tía entre los dos?”.

―De eso me encargo yo ―le quitó importancia Alicia―. Tú solo tienes que escoger al amigo con el que te dé menos corte estar en pelotas, pero sin decírselo, y yo me encargo de ponerlo a tono. Tienes que traerle engañado con alguna excusa, no decirle que vienes a lo que vienes. Ya cuando estéis aquí, yo me encargaré de subir la temperatura. Seguro que seré capaz.

―Estoy completamente seguro de ello ―dijo él―.

―Vale ―siguió Alicia levantándose y cogiendo unos cuantos libros de la estantería―. Pues mira. Te vas a llevar todos estos libros. Y con la excusa de que me los tienes que devolver, te vienes con un amigo y yo me encargo de prepararlo todo.

―¿Vas a darnos un masaje a los dos? ―preguntó Allan con sorna.

―No. Eso no funcionaría. Sería muy descarado y tu amigo seguro que sería reacio ―explicó Alicia―. Contigo funcionó porque tenías una lesión y estabas preocupado por ello. Te cacé fácil.

―Ya veo, ya ―dijo Allan algo entristecido.

―¡Eh! No pongas esa carita ―trató de consolarle Alicia―. ¿Acaso no lo hemos pasado bien? Te he curado la lesión, hemos hecho amistad y hemos follado como locos. ¿Qué más necesitas para sonreír?

Allan ya no contestó. Se levantó de la silla y comenzó a recoger los platos del desayuno para llevarlos a la cocina. Alicia se lo impidió diciéndole que ella se encargaría de eso y que no era necesario que lo hiciera.

De vuelta en el dormitorio, los dos se vistieron y, ya con los libros en la mano, se despidieron en la puerta de la casa de Alicia.

―¿Te llamo cuando consiga convencer a un amigo? ―preguntó Allan.

―Cuando quieras ―respondió ella―. No hay prisa. No te agobies con este asunto. Recuerda lo que te he dicho antes. Deja que las cosas fluyan y que sigan el curso natural. Y si quieres olvidarte del asunto y que sigamos viéndonos nosotros y hablemos más tranquilamente, sabes que siempre serás bienvenido.

―Vale, gracias ―dijo Allan ya despidiéndose de ella con un pico en los labios y llamando al ascensor para marcharse a sus quehaceres.

―¡Ciao!

―¡Ciao!

Ya sola en su casa, Alicia prácticamente se olvidó del asunto. No podía hacer nada hasta que Allan estuviera preparado y encontrara a un amigo. Dedicó el resto del día a sus tareas habituales, y dejó el tema aparcado hasta que volviera a surgir por sí solo.

El caso de Allan era completamente diferente. Tenía una mezcla de extrañas sensaciones que no le permitían estar sosegado. Por un lado, se sentía un poco rechazado por Alicia. Se había hecho algunas ilusiones con ella y, aparte del sexo, que tenía que reconocer que con ella era increíble, no le habría importado haber mantenido algún tipo de relación algo más formal y más larga en el tiempo. Ahora sabía que, si quería algo con ella, tendría que ser únicamente en el plano sexual.

Y, por otro lado, la propuesta de Alicia no era nada fácil de deglutir. Lo que en un principio podría parecer el sueño de todo hombre, a la hora de la verdad era un asunto delicado y difícil de tratar.

Tenía claro que, de acometer el proyecto, solo lo podría hacer con una única persona, su amigo Alberto. No se veía con la fuerza ni con los arrestos necesarios como para proponérselo a nadie más. Alberto, además de ser su mejor amigo, fue la persona que le ayudó cuando él...



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